Soñó con la letra de la canción de Sting del tema “la forma de mi corazón”. En su sueño sonaba esa música a la guitarra acústica, sin más, fragmentos de ella tan sólo. Y en él Luis y ella bailaban, ya fuera entre callejones del Gótico, ya en una playa y veía sus ojos, una y otra vez. Era un sueño disperso e inconexo que acababa en un nacimiento: nacía un bebé prematuro y alguien decía: - “Es Laia” y ahí despertó. Naciendo. Sudorosa. Dolorida.
El calambre de los gemelos de la pierna derecha era tan intenso que tuvo de levantase de la cama y apoyarla en el suelo y caminar un poco por la habitación hasta que se le fue pasando. Eran las 6 en punto. Apenas había dormido unos minutos. Abrió las cortinas tras beber un vaso de agua y al asomarse a la ventana distinguió la torre Agbar, iluminada aún e ignorando los motivos empezó a recordar las Olimpiadas y su mente aterrizó en la noche de Montjuich con Fredy Mercury y Montserrat Caballé, en su canción “Barcelona” rompiendo el aire de la noche mágica. La gran dama desbordaba vida y potencia con su voz, Freddy dio lo mejor que pudo dar. Aquella noche se le erizó el vello con ese aire de estreno, se le humedecieron los ojos como un suspiro tras una gran aventura incierta que acaba bien.
Sin darse cuenta rememoró los meses previos a ese Octubre. Cuando hacía Segundo de Biología en
Recordó esa noche donde su cometido fue acomodar o vigilar el entorno cercado e informar a quien se le dirigiera y en la que tuvo la suerte de poder estar pendiente del escenario bajo las fuentes de Montjuich y de la gigantesca pantalla que emitía en directo la ceremonia en el estadio, con una puesta en escena sobrecogedora.
Los cohetes tras la actuación fueron los más bellos que recordaba a pesar de que en estos casi 20 años había contemplado bellísimos despliegues de magia entre pólvora, estruendo y emoción en Tarragona donde en los últimos años se estaban desarrollando concursos pirotécnicos de gran calidad. Sería la emoción de ver tanta gente unida, o tal vez el ambiente de camaradería y la forma de ver acabada una revolución urbanística sin precedentes en una Barcelona que supo aprovechar las Olimpiadas para rehacerse, pero sobre todo, para recuperar el mar que le dio vida mercantil y que permanecía oculta para todos tras los Tinglados de almacenaje
En ese restaurante tenían una pecera enorme con langostas destilando burbujas silenciosas . Le recordaban el fondo del mar en miniatura, con sus algas y su coral artificial. De forma especial le gustaba un ánfora pequeña, de unos diez centímetros con un agujero en su mitad y gustaba pensar en ella como una ocarina de delfín recién nacido.
Intentó dormirse pero fue en vano. Aprovechó para entrar en su correo. Nada de interés. Puso la tele: en
Fue entonces cuando pensó si Luis la llamaría, cuándo y para qué.