Siguiendo la propuesta de Neogéminis, sobre encuentros, mi aportación es la que sigue
Siguiendo la propuesta de Neogéminis, sobre encuentros, mi aportación es la que sigue
Siguiendo la propuesta de La trastienda del pecado, sobre contrastes, mi aportación es la que sigue
Ese temblar en tus brazos
mientras en la calle nieva.
Salimos luego, abrigados,
pero tiemblo con el frío
pescando auroras boreales
aunque te tenga de abrigo
Ese sudor en mi espalda,
cuando acaricias mis pechos,
contrastando con el miedo
que también me hace sudar
por ansiedad, sobre todo,
y que no logro controlar.
Esa taquicardia alegre,
de saber que estás llegando
tras haber estado separados.
Qué distinta a la del terror
que nos dispara las sístoles
como un acelerador.
Contrastes en el mismo gesto.
Cara y cruz de las monedas.
Como las olas de un mar
que se junta con un río,
en un espacio dulce y salado,
en un lugar muy consentido.
Los niños con sus juegos gritan
a la orillita del mar
con sus gorros y lociones
para esquivar tanto sol.
Unos ingleses, supongo,
parecen lagartos necios
estirados en tumbonas,
tostándose por ambos lados.
En el chiringuito un tipo
no sabe cómo agarrar
seis vasitos con sangría,
y el camarero sonríe.
Dos chicas hacen top less
mientras ríen y comentan,
pero una mira, con disimulo
a un musculado bañista.
Yo sigo leyendo,
a la sombra de mi oasis.
Un poemario de mujer
vestida de soledad.
Al descubrir que mis musas
andan durillas de oído
me reconozco, en la arena
como una mujer con vistas al mar.
Imagen de Aquí
Arde la piel de toro,
queman los bosques ya escasos.
Mirando las nubes negras,
respirando el aire denso.
pienso en las mariposas blancas.
Y en las abejas sin rumbo
En avecillas sin casa.
Y en hormiguitas quemadas.
No sé dónde irán
los niños con sus meriendas.
Los amantes con sus besos.
Los excursionistas alegres.
Los pintores con sus paletas,
o yo cuando sueño en verde.
Cambio climático, dicen,
y lo creo firmemente
Hemos saqueado a la tierra,
hemos envenenado las aguas
con islas de plásticos y vertidos,
con emisiones letales al aire.
La tierra que recibimos
parece ahora un basurero.
Por pura y dura avaricia,
por querer tener más de todo
sabiendo que es un planeta
finito,
y que no tiene repuesto
Llegué a la casa, vacía.
En la puerta del dormitorio
un posit escondía, en su reverso
los versos de un haikú de
amaneceres.
Con una carita sonriente,
sobre un corazón en boli azul.
En tu mesita de noche, la
izquierda
una cuartilla de tu libretita
azul,
doblada con esmero
dejaba ver tu tinta, afilada,
tu amor declarado, sin espinas
el olvido de mi boca, equivocado.
Y los sueños que compartimos,
arrumbados entre huellas
de unas lágrimas sin sal,
quién sabe si
postreras.
Deseé no ser la responsable
aunque me descubrí culpable.
Bajo tu almohada, un folio dormía
cobijando los recuerdos de mis
besos,
las madrugadas ahítas de caricias,
los suspiros de mi amor, livianos,
esos “te quiero” que te decía,
y esos rubores de pieles sin engaños.
Allí mis pequeñas muertes,
que te embelesaban,
bajo mis párpados dormidos al
soñarte.
Lo sabías. Siempre supiste
que soñaba con morirme,
de acuoso amor, entre tus brazos
Cien sonrisas de tu boca serena,
mil miradas cómplices, mis
ojos,
la primavera bajo los ombligos,
y tantos versos que nunca te leí.
Y sí, sí lamenté haberme ido.
Me detuve, en apnea,
en la esquina de tu recuerdo gozoso.
Rebobiné los relojes moribundos,
decidiendo esperar bajo mi sábana,
en ese tálamo de pasión aún no acabada,
por si el ayer pudiera reconquistarse.
Yo no nací en el Mediterráneo. Lo
conocí a los nueve años en Benidorm, una ciudad horrible llenita ahora de
rascacielos pero que no recuerdo tan fea. Tal vez no lo era tanto o mis
recuerdos me despistan. Me impresionó el mar, porque el río de mi ciudad era mi
escenario de cada verano, nadando y jugando. Es un río muy bonito y ancho, y a
ratos profundo, porque se habían ahogado algunos chavales en o que llamaban
“pozas”. Claro, el mar fue para mi vista como ese río multiplicado por mil. Me
pareció tan inmenso y adorable, con el sonido de las olitas y los juegos para
esquivar las olas, o torearlas, que ya condicionó mi apego al mar nuestro, al
mío. Luego desarrollé esa querencia por el motivo más tonto. Me trajeron a
Ripollet a mis doce años y desde mis trece veraneaba en Comarruga, en un
apartamento muy pequeño, pero cerca del mar.
Estaba tan cerca que íbamos con
el bañador y una toalla al hombro. Pluralizo porque iba con mi hermana, o
hermanas mayores. Luego ya llevábamos a mis hermanos pequeños. Mi primer
amorcete fue en esas playas, donde años después plantaron unos “oasis” de
palmeras, cada cien metros más o menos y ya tuvimos sombra gratis. Hasta
entonces había unos toldos que se pagaban por toda la temporada.
Hay un oasis que es el mío, y lo
considero mío porque creció conmigo. Y yo ante el mar. Por eso, la canción del
Mediterráneo es mi canción bandera. No reniego de otros mares, y sé que lo de
las mareas tiene mucho encanto, pero mi mar es este nuestro. Porque el
Mediterráneo es quien me acogió y acoge, quien me calma, quien me arropa, quien
me estimula e inspira mil versos y alegorías.
Porque este mar, sin niñez sino
adolescencia en sus playas, me ha hecho ser lo que soy, una mujer con vistas al
mar.
Te pienso, bajo
el tejadillo
de la marquesina
que toca al río.
Dejó de llover al
fin por hoy
tras la tormenta
en la noche tropical.
Miro las aguas
que me circundan.
Pienso en tu mirada,
miope y a veces extraviada.
Te supongo
abstraído, tal vez.
Y me aferro de nuevo
al noray
que persiste en
dejarme atada
a un recuerdo quizás
irreal.
Pero sigues ahí.
Tan nítido y tan etéreo.
Tan lejano y tan
presente.
Los monos aulladores
no paran de hablarse.
Y las mariposas
azules e imposibles
se dejan ver bajo
un rayito de sol
que tímidamente
va despertando.
Una iguana en el
caminito me sonríe.
Quieta, y seguramente
anciana
Espera la foto
que acabo tomando.
Es temprano. La gente
duerme,
los turistas cuanto
menos,
si bien se despereza
el comedor.
Aquí no hay
gallos que despierten,
pero sí la vida,
recordándonos qué
chicos somos,
ante la naturaleza,
tan viva.
Un día se dieron en ver
la vida que les espera,
sin futuro, ni alegría,
y alumbraron la quimera
de migrar a otro horizonte,
sin importar donde fuera.
Emprenden ese viaje
desde que la idea se instala,
como una termita terca,
en sus mentes, que engalanan,
haciendo mapas y planes,
al filo de las mañanas.
Queman todas las naves.
Se despiden optimistas.
Aprietan los dientes, duros.
Un paso de equilibrista,
sin red y con ilusión,
es su gesto de activista.
Sólo el tiempo dirá
qué precio tuvo ese gesto
de ser valientes a muerte,
y de no mirar atrás.