sábado, 24 de septiembre de 2011

Ruido en el zulo.

El silencio llegó como un bálsamo a mis oídos, como la miel a la hormiga y como incienso al aire enrarecido del cubículo que habité.


Esa ausencia de ruido me llenó de la paz que me negaron cuando tras ser secuestrado en la selva me quitaron la ropa y la conciencia, la forma de medir el tiempo en este espacio sin ventanas y la certeza de ser un ser humano.


Me interrogaron tantas veces que a partir de un momento no sabía ni qué me preguntaban ni qué querían saber porque de haberlo sabido, no lo duden,  se lo hubiera dicho.
Eran ruidos de mil tipos, de intensidad variable, de duración ilimitada y de tonos infinitos los que llegaron abruptamente y se instalaron allí, entre mis oídos y mi razón y ahí permanecieron no sé por cuánto tiempo, ni lo sabré jamás. 


Dormir se convirtió en un desafío, pensar en una proeza y en la negra oscuridad de la nada, la amenaza continua de ese " no saber" me quitó los restos de cordura que podían quedar prendidos en mi cerebro, que llegué a sentir como una fondue.

Cuando desapareció de forma súbita,  me sentí sordo y huérfano en un primer momento. Desorientado y aterrorizado pocos minutos o siglos después.

Ahora sé que sin este silencio al fin de mi secuestro no habría podido sobrevivir,  ni conocer tu canto arrullador que me cobija cada noche desde entonces y que no quiero dejar de oír porque me vuelve humano antes de afrontar la pesadilla de cada sueño que se cuela en la noche de cada día desde la mañana en que por fin me liberaron. 

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Si hubiera echado a correr.

La farola se ha fundido de nuevo en tu calle, y te acompaño cogida por el hombro, como cada noche. Cuando se oye un ruido procedente del portal contiguo al tuyo y siento tu escalofrío, te digo que será una ventana. Y haces como que me crees.   


Cuando cierras la puerta, veo la silueta de un hombre alto. Desando tu calle buscando el paseo, oyendo los pasos tras de mí, acelerando el ritmo de mis pasos y mis latidos.

El golpe resonó en mi cabeza a un metro de la esquina. ¿Y si hubiera echado a correr?

Cuando hubo desandado sus pasos desde el portal de Eva hasta el paseo confirmó lo que ya sabía: la sombra que le acababa de atacar como un mazo en su cabeza nacía en sus talones. Iniciaba el cambio fisiológico inherente a su especie.


El lobo estepario, de forma puntual, nacía y moría en el hombre que habitaba. 


Como cada noche de plenilunio desde aquella primera vez en que  a la luz de la luna amó la carne blanca de una mujer.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Partida de Blackjack.

Venía del último encuentro con ese amigo especial que a través de  las palabras entró sigilosamente, como un ladrón, y  de puerta en  puerta hasta su cama.
Había dejado que ganase  por esta vez la pasión sin más y dejó meridianamente clara la intención de no permitir que entrase en esta historia ni una sola sílaba de esa  oratoria que él blandía como mejor arma de seducción.
Esas cartas estaban trucadas y con ella no podían funcionar. Las había inventado ella.
Los meses habían dado el fruto de largas noches desatadas y de gozosos abrazos sin límites previos ni minutas posteriores. Era una buena partida: con una figura y un diez. Aparentemente no cabía error.
Cuando descubrió que iban entrando en el tablero nuevas piezas quiso enrocarse pero él no pudo negar que se había convertido en un adicto a sus brazos, a sus risas y a sus sonidos bajo la ducha bebiendo agua de la alcachofa entre ese vapor cargado de olor a jazmines y canela.

    La libertad le había costado demasiado. La ganó en una larga y cruenta partida, y la valoraba exactamente como cada quilate de su corazón. No iba a  jugársela en la primera mano de una mesa de Black Jack. Por esta vez  y por este hombre sin duda alguna sería que no.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Paranoia tras la cortina.


Lleva días nervioso, inquieto y muy susceptible. Todo comenzó hace una semana. Al llegar a casa, mientras se quitaba la ropa para darse una ducha, observó que el nuevo vecino de enfrente le miraba. Era un tipo flaco y de aspecto taciturno, con gafas oscuras y bien acomodado en un sillón de mimbre, mirándole  directamente, sin disimulo. Por supuesto no le dio importancia pero al salir del baño no pudo evitar mirar al tipo y ahí seguía,  con su mirada incisiva. Ya no le hizo gracia y corrió la cortina tapándose el pubis con la mano. 

La misma tarde, haciendo la cena, volvió a asomarse por la ventana y el hombre seguía ahí,  mirándole fijamente, así que bajó la persiana. Hacía calor,  y además siempre le ha gustado aprovechar la luz solar, pero sentirse observado le incomodaba. Con el paso de los días se ha ido  asustando cada vez un poco más,  porque la actitud del tipo era invariable.

Ahora hace como que no está en casa, dejando las persianas bajadas todo el día. Tampoco enciende la luz para nada, y cambia el camino de regreso a casa para no entrar en su campo visual pero ese tipo sigue ahí, mirándole. Incansable. Joan mira por las rendijas de la persiana  y sospecha que tiene controlados sus movimientos. Desde hace dos días se hace llevar la comida del super de al lado, y  ayer ni se atrevió a ir a trabajar por desánimo de regresar a su casa. 

Los amigos le siguen llamando para salir, o para ir a su casa, pero le notan tan arisco y con esa obsesión de tener el piso a oscuras que se desaniman. Cuando han logrado saber la causa de su preocupación, le han sugerido que investigue el piso exacto de su observador, para acompañarle a hacerle una visita y aclarar las cosas. 

Ese anochecer cruza la calle  con dos buenos amigos y ven doblar la esquina a un tipo flaco, que lleva un bastón. Parece estar tanteando y hace un ruido monocorde y para colmo, el bastón es blanco.
 -  Tío…dicen riendo los dos amigos- ,!eres un paranoico chaval!

domingo, 11 de septiembre de 2011

El bosque de columnas.



Llegamos de nuevo al  bosque pétreo. Tras dos años de juegos de amor o techo, de tálamo o islote yermo, entramos sin entrelazar las manos a diferencia de aquella tarde de abril. Yo buscaba entramar mis dedos con los tuyos en un vano intento de fundir cada centímetro de mi piel con lo que tus manos me ofrecían. Tú entregabas la palma abierta y sin ambages pero aceptaste mis dedos entre los tuyos y fueron diez instrumentos en contacto, encajando los pliegues ingenuos de ambos en un ramo de ilusiones por abrir.

El tiempo, o la rutina, o quién sabe si la ley no escrita de los amores fue dejando caer uno a uno los soportes de cada uno de los dedos en su dedo complementario. Quedó tu mano amable, quedó mi palma abierta. Quedó fría la lumbre como las sábanas en invierno. Nos propusieron volver a Barcelona. Nuestro bosque encantado bajo la plaza nos saludó con el mismo juego, las mismas columnas y esos mismos techos. La magia estaba en aire, como aquella tarde. 


Nos tomamos de la mano. Intentamos recuperar la emoción que nos subyugó en otro tiempo. Recuperar el hilo de una conversación que nos acercara como los dedos en aquella tarde.
Cuando a los pocos minutos confirmamos que la partida había quedado en tablas dejamos de simular una convivencia que estaba en jaque mate y regresamos al hotel.
Lo que fuera que pudiera haber provocado otra partida no estaba entre los azulejos de Gaudí, ni en sus caminos serpenteantes ni, según parece, en nuestras manos.


Ni tú ni yo pudimos congelar la emoción de la primeros meses de complicidad, o no supimos o sencillamente no quisimos. Ambos quedamos perdidos en el bosque de columnas con olor a juego del escondite.



sábado, 10 de septiembre de 2011

Amor-odio o viceversa.

Siempre supe que amar y odiar son términos separados, opuestos y antagónicos. La religión me lo enseñaba con sus preceptos. La filosofía no se cansaba de ensalzar que es mejor hacer el amor que hacer la guerra. Y hasta la neurología investiga la influencia objetiva de los pensamientos positivos en la fisiología del ser humano por la producción de las diversas hormonas.
Yo también creía en la bondad del amor. Lo creía hasta hace poco, hasta hoy  para ser exactos.  
     
Todo mi mundo se fue a pique una tarde de Junio en el patio del colegio. Andrés era el guaperas arrebatador del instituto. Me enseñó a hacerse el nudo de corbata uno mismo desde mi espalda para reproducir los movimientos sobre mi cuello. Noté cómo la tela cerraba un tanto  mi garganta. Temí un instante y disfruté otro instante. De forma casi simultánea. Sin saber cómo acabé inmerso en una obsesión que conjugaba amor y odio en la combinación exacta de la proporcionalidad perfecta: malo si me miraba, peor  si no lo hacia. Fatal si me llamaba, insufrible si no lo hacía. Destructivo el verle e insoportable no haberle visto.
      
Los años pasaron y con mi hija de la mano le vi venir hacia mí. La casualidad me gastó  la broma de que acabase de instalarse en el piso de al lado. Al cabo de una semana yo sabía que él sabía. La pistola reglamentaria dormía en mi cinturón esa mañana cuando ante el ascensor coincidimos. No dijimos ni media palabra.  
Por su manera decidida de mirarme sabía que era el momento. O apretaba el gatillo o moría yo mismo. Porque más pronto que tarde su regreso me estaba matando ya.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Palabras con sentido

Buscaba una palabra desde que al abrir la puerta se encontró un gatito. Le llegó un interrogante y una palabrota.
Al entrar en la cocina abrió la nevera buscando el agua y allí había otro gatito, éste de color negro, que le miraba complacido. Le vino otro interrogante y un enorme enojo pues el jamón de york mostraba claras señales de haber sido manipulado.
Cuando al entrar al dormitorio halló un gatito blanco jugando con una de sus zapatillas desapareció signo alguno de interrogante y  quedó un exabrupto mentando a la familia, de alargada pronunciación, flotando en el aire de la estancia.
Al irse a duchar vio cómo dormía feliz otro gatito. Este, enroscado y marrón, instalado cómodamente  sobre la alfombrilla de baño.
Cuando en albornoz abrió el armario en busca del pijama otro gatito le miró tranquilo desde sus hipnóticos ojos y la palabra llegó: Holaaa.
El resto de la noche fue abriendo cajones, puertas y cajas. Desde que vivía solo jamás dijo tantas veces “hola”. Mañana  decidiría cómo encontrar el uso de  la palabra “adiós” .   

jueves, 8 de septiembre de 2011

La mascota que vino a él.


       Hizo arder a la velocidad de un lanzallamas sus rencores,  despertares apesadumbrados, enojos sin cuento y contestaciones sin ton ni son. Saltó sobre los carbones aún incandescentes del fuego de sus recuerdos y no se quemó. Todo lo viejo y feo se esfumó como por arte de magia con su partida desdeñosa.

      Decidió ir a buscar a una mascota. Por fin. Desde que empezaron la convivencia lo habían aplazado. En los primeros meses porque ella quería intimidad. Posteriormente porque molestan y  necesitan un espacio vital  y mil cuidados. Y últimamente porque  ya había  desistido de tener con él alguien a quien amar sin más.
      Llegó al recinto y desde la cerca pudo escuchar  voces. Alguien cantaba una salmodia, algún otro silbaba una tonadilla recurrente, repetitiva y aburrida…había variedad. Sin duda. Era el lugar idóneo.En recepción le informaron que adoptar a un humano no era ningún juego. Debía pensarlo detenidamente antes de  tomar una decisión porque difícilmente podría revocarse.
      Tenía muy claro la mascota que buscaba: un macho adulto que ya tuviera la personalidad formada. Nada de cachorros hiperactivos, con elevadas necesidades alimenticias  ni problemas de acné o cambios bruscos de humor.
      La visita fue más larga de lo esperado. El cuidador le explicaba algún detalle de cada ejemplar referido a las circunstancias que los habían llevado allí. Los motivos eran variados pero coincidían en que  nadie pudo o quiso seguir cuidando de ellos.
      Le gustó un sujeto con barba cerrada que dialogaba con un ejemplar más joven que residía en la jaula contigua, ambos sentados en un poyo conversaban  mientras movían las manos. Pensar en su separación le hizo desistir. También le llamó la atención una hebra adulta que sobre una piedra tomaba tranquila el sol y que al verle le miró de forma insistente y amorosa.

      Tras sopesar las ventajas e inconvenientes de cada uno y sin saber el motivo volvió a ver a una cría de unos doce a quince años que acababan de dejar por la mañana y que sin lavar todavía le había mirado desde detrás de su flequillo cobrizo. En ese momento estaba siendo lavada bruscamente y la vio llorar.
  - Esta. Me llevo a esta-. Dijo solemne.
 - Pues si quiere preparamos los papeles pero hasta mañana no podrá venir a buscarla. Falta la revisión completa y ponerle el microchip-. Le respondió  el empleado del refugio. 

      Un día más no importaba. Leería sobre los cuidados que requiere una adolescente humana. A su regreso a casa hizo mil planes para hacerse querer por esa hembra en desarrollo y empezó a buscar nombres para su mascota. Su mascota al fin.
       

sábado, 3 de septiembre de 2011

Esa especie del zoo.

Imagen de la cuarta.com Zoo de Santiago, recinto grandes simios


En la visita al zoo los grupos suelen quedar maravillados ante un cercado que anuncia con un triángulo amarillo que no se permite interactuar con esta especie. En la visita guiada no se admiten  más de quince visitantes para evitar molestarles. En ocasiones no se dejan ver y han de conformarse con visionar únicamente las grabaciones.

La considerable superficie de la que disponen consiste en un paisaje con diversos tipos de árboles y una construcción pequeña.
Como es habitual en todos los mamíferos, son las crías las que presentan mayor actividad. Se han sustentado diversas teorías sobre la razón de que los adultos, ante un excesivo ruido, los conminen a entrar con ellos al refugio.

Esta especie  emite sonidos articulados de una gama de tonos casi infinita e interactúan con ellos de forma permanente por lo que se puede asegurar que utilizan un lenguaje propio.
Tienen abundante pelo en la parte  superior y dorsal de la cabeza. Son bípedos con deambulación, como forma habitual de desplazamiento,  pudiendo conseguir una considerable velocidad.

Otra característica que llama la atención es su capacidad para convertir objetos en  herramientas y la diversidad de funciones que parecen encontrar  con cada una de ellas. Con algunas emiten sonidos rítmicos y armoniosos, llegando a producirlos con sus manos o con sus labios. Se ignora su función.
Parecen disfrutar con actividades sin objetivo alguno y su labio superior se eleva en esas ocasiones dejando escapar extraños ruidos cuyo objetivo sigue siendo motivo de estudio.  

Por su peligro crítico de extinción la fotografía del grupo formado por cinco especímenes es el reclamo de los carteles anunciadores del Zoo. Los intercambios internacionales pretenden garantizar la diversidad genética para su conservación.