Los martinetes de la pianola fueron avanzando. Primero como borbotones de notas enfebrecidas y posteriormente entonando una melodía lánguida, que dejó el comedor saturado de lágrimas derrotadas por la nostalgia del olor a rosas frescas.
El anciano, con el batín a cuadros escoceses, secó la humedad salada con la punta de un pañuelo cuyas iniciales bordadas le ataban a su identidad.
Agarrando dos puntas de la funda de seda, volvió a cubrir el artificio, por otros veinte años más.
Otro bellísimo texto. Otro magnífico micro regalo.
ResponderEliminarGracias Francisco. Eres muy generoso en tu lectura.
EliminarUn abrazo.
Maravilloso relato breve. Esa pianola hace soñar.
ResponderEliminarUn abrazo grande
Muy amable. Me alegro que te gustara
EliminarUn abrazo, Ana