miércoles, 5 de junio de 2013

Federico o la sangre sobre la arena.



Me permito recordar que tal día como hoy, nacía Federico. Hace 115 años, como quien no quiere la cosa

Somos millones los que nos hemos alimentado en parte de su verbo. Lo repasaré más tarde, cuando la tarde alumbre los carbones de un día ido. Cuando el pasar y los pesares no permitan el olvido.

Yo misma escribí sobre una sangre de toro en la arena, y con vuestro permiso, amén de estar triste por los derroteros de la educación y la cultura en España, hoy el cuerpo me pide, muy serenamente, asomarme de nuevo a ese objetivo de una cámara de fotos del sentir. Del vivir...viviendo.

Se oyó el silencio.
El toro sobre la arena. 
Acorralado escarba cegado por la luz intensa 
de la madrugada presta. 
Entre abanicos y redobles de una colorida orquesta. 
El toro mira y recula.
El toro sopla y embiste. 
Eran las cinco en punto de la asustada mañana, 
y la sangre se hizo sangre y 
su dolor se hizo luto. Y sólo luto. 

Ella abrió la boca pero el aire 
del grito, se le quebró en la garganta. 
El miedo a perderlo muerde 
alocado, sus entrañas.
En la arena brota sangre. 
La sangre negra de un toro 
vestido de negra pena. 
Le sale el alma a empujones 
de su corazón de fiesta. 

No digan que no anunciaba 
una tragedia de ausencias 
ese brío alimentado 
en la libertad de la dehesa. 
Ella con pañuelo rojo 
sobre su carne morena. 
Y una mantilla negra 
sobre su negra melena. 
Y se le rompe el aliento 
ante el asta que le rompe la entrepierna. 
Y se tapó los ojos con las manos, 
teñidas de negrura intensa.

Si te dicen que él era el eje
de sus persianas inmensas,
cuéntales que cada tarde, 
a su vuelta de la era, 
eran otros ojos negros 
los que quemaban su hoguera. 
Porque su calor quemaba, 
porque su mirada queda era el alma 
del embrujo en cada tarde de feria.

Y se rompe en mil pedazos 
su corazón de princesa, 
entre olores de albahaca 
y de polvos de hierbabuena 
como una granada roja
 que desbarata su esencia. 
Y rompe la noche clara 
sobre su cara de pena. 
la luna se esconde rauda ante su llanto de seda. 
Ay noche de negra noche, 
ay carita de azucena: la niña llora a la luna 
su inmenso dolor de ausencia.



4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias Macondo.
      Estas cosas, que salen como quieren. ya se sabe...

      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Verás, no sé si es el ritmo obligado, el homenaje latente, la rima, o que pertenece a otra etapa de tu andamiaje literario, pero no me parece tu voz. Parece como si te hubieran contratado para ejercer de otro, y lo haces bien, porque tienes oficio, pero no sé, no me pareces tú...
    En fin, discúlpame, qué sabré yo de poesía, o de ti...
    Abrazos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En este tiempo, cómo no...seguramente no soy la misma. Hoy lo que quería decir, lo hubiera expresado de otro modo.

      Ignoro por qué lo retomé. Pero fue así. El ritmo no lo siento hoy como mío. Curiosamente, sigo sin oficio, pero decidí respetarlo. Igual forma parte de un reconocimiento a sensaciones que sentí con sus lecturas.

      Un abrazo.

      Eliminar

Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.