Subí tras una mujer con niqab en
Sants. Anduve por el corredor del vagón y cuando vi un asiento libre me senté,
con el libro de lectura que ahora cargo, de Ernesto Mallo, un compendio de su
trilogía del comisario Lascano. Me sorprende el título, a toro pasado, porque
menos detallista que yo hay poca gente lo que haría de mí una detective pésima.
Libro en mano alcancé a ver,
desde detrás a una mujer que viajaba en la otra fila de asiento, dos hileras
más adelante…que se empezó a peinar el pelo. Largo, y oscuro cual azabache.
Seguí leyendo. Empezó a llenar el aire un aroma de cosmética,
pero como he visto antes a muchas mujeres usar ese tiempo para acicalarse, en verdad ni me sorprendía
ni me distraía de la lectura. Cuando el olor a acetona llego flotando por el vagón,
la cosa empezó a interesarme. Es que me causaba extrañeza poderse hacer la
manicura con el movimiento del tren, pero he visto hacerse la raya de los ojos
en un metro, así que tal vez la envidia de pulso de cirujano en cualquier ocasión
es lo que me llevó a mirar, por entre los asiento, ya que todo el convoy iba
con los asientos mirando hacia adelante.
Llegué a San Viçens de Calders a
la hora prevista. Yo me espero a que el tren esté totalmente parada antes de
levantarme, así a señora, y otros viajeros desfilaban delante mí hacia la puerta
de la plataforma de bajada.
Un bulto negro de ropa descansaba
bajo un asiento, pero no hice gesto de cogerlo, ni tocarlo siquiera con el
bastón.
No es habitual que haya policía en ese nudo ferroviario. Sí hay
siempre dos personas de seguridad, pero ayer estaban ellos, y dos policías
nacionales en la puerta de la pequeña estación, mirando a cada pasajero que
llegaba, antes de que cada uno pudiera atravesar el pequeño recinto que da
lugar, por el otro lado, a la zona de aparcamiento de la estación.
Ante mí el cabello negro ondulaba
sobre un vestido de cuadros, que peinaban unas piernas con medias negras y
tacones.
Cuando se giró,
brevemente, tras haber pasado el control de seguridad, esa uñas color rosa me
hicieron sonreír. Pero luego la sonrisa se me fue cayendo cuando dos pasajeros comentaban
que parece ser que había habido una alerta de bomba en Sants, y que pudiera ser
que un yihadista hubiese tomado este
tren que va Tortosa.
- Una falsa
alarma, parece.
- El qué
- Una mochila abandonada
que dejó una mujer.-dijo el pasajero de gorra gris.
- Pues vaya
bromas.
Yo pensé lo
mismo, mientras la chica de cabello suelto y uñas de chicle subía a un coche de barbudos que la esperaban en el aparcamiento.
Cuando menos lo esperas, te dan el susto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Con esta gente, puede haber sustos bastante gordos. En Barcelona, ahora, en estación de Renfe de Sants, de donde salen los AVE, hay policía nacional, además de haber limitado la salida a unos tornos.
EliminarEsto no es real. No había el bulto de ropa en mi tren. Un abrazo
Una peripecia de lo más preocupante.
ResponderEliminarUn beso.
En mi caso no hubo tal vestido abandonado. Pero te confirmo que en los trenes, uno puede acicalarse, cambiarse de ropa y salir del convoy con un aspecto alejado del que uno llevaba al entrar.
EliminarUn beso