Tomado de Internet |
Era lunes, y al fin había
podido firmar en la notaría la compra de un piso de segunda mano. Tras dos años
mirando. El día había tardado en llegar más de lo esperado. En parte porque los precios iban a la
baja, y en parte porque no había visto un piso a su medida, pero tenía ya en
sus manos los dos juegos de llaves de ese piso, un primero. Con plaza de parquing
y cercano a su centro de trabajo. Ese aparcamiento inmenso, que ocupaba toda la manzana, había sido la primera toma de contacto.
Era lunes, y Sofía llegó con
el carrito rojo de la compra, con las cosillas que insistía en ir a comprar
cada día. No porque comprase muchas cosas, porque desde que quedó viuda, para
su comida, con que fuera a comprar un par de veces por semana tendría bastante,
sino porque salir a diario le daba la sensación de vivir. Hoy, como otros días,
en el mercado habían comentado, ante la pollería, de unos robos en el barrio, y otros asuntos de lo mal que estaba todo.
Era ese primer lunes de mes, e
iba a su casa nueva. El mando a distancia funcionó perfectamente, y su utilitario
cupo, con dos maniobras, en el lugar que le correspondía. Que no era el mismo
que había usado la señorita de la inmobiliaria. Abrió la puerta que daba a la
planta subterránea de su casa, cuya apertura no requería llave, y tomó el ascensor,
hasta ponerse ante la puerta del primero primera.
Era el lunes en que iba al
mercado, por poder comprar cantidades pequeñas de embutido y otros alimentos, y
Sofía tenía dolor en ambas rodillas. El mercado distaba siete calles, y tenía
cerca dos supermercados, pero los olores le hacían revivir cuando su Pablo y
las tres niñas vivían con ella, y a la pequeña sólo le gustaba el chorizo de
una charcutería de todo a granel. El dolor era un viejo conocido. Conocido y reconocible desde que le dijeron
que la artrosis es una factura para la edad. Tras guardar los alimentos fue a
su dormitorio. Se aplicó una crema, dándose una buena friega, y se subía las
pantys cuando escuchó un sonido en su puerta. Se afanaba en subir, con
dificultad, la cinturilla de sus medias, cuando el sonido insistió. Alguien
intentaba entrar en su casa.
Era un lunes soleado de
Diciembre, cuando notó algo diferente ante la puerta, pero no supo decir qué.
Metió la llave de seguridad en la cerradura, pero el llavín parecía no servir.
Había entrado perfectamente, así que lo había introducido bien, pero no giraba.
Sacó la llave y miró las otras del llavero, confirmando que ninguna podía
servir para esa cerradura si no la que ya había probado, así que, por lo bajo
dijo “venga…bonita”, y tomado la idéntica del otro llavero intentó abrir de nuevo. Sin éxito.
Era un lunes en el que un
perro vecino ladraba, porque la cobaya de los niños del
segundo se había escapado, y corría por el salón. Sobre el salón de Sofía. Recordó que habían dicho que los robos se producen más de día que de
noche, y que casi siempre entran por la puerta. Se quedó quieta, con la falda
aún arremangada, esperando no sabía qué tras la puerta, con miedo en la mirada,
dudando si mirar por la mirilla, mientras echaba el cerrojo. En un instante recordó
que las vecinas trabajaban a esas horas, e imaginó qué pasaría si alguien entraba.
Se sintió vieja, débil, vulnerable y fue a buscar el teléfono, que llevó ante
la nevera donde un imán recordaba el número de teléfono de la policía local.
Era ese lunes en el que el
felpudo ante la puerta que intentaba abrir era semicircular, en vez de
rectangular, como el del piso que visitara con la agente inmobiliaria.El mismo que le descubrió que su plaza de parquing no
estaba en la segunda planta, sino en la tercera, y por último, el lunes en el que un piso que
intentó abrir, era del número cinco de la calle de "Los rosales", y no del número uno.
Al final, acabó el lunes. El
martes oyó decir que la policía municipal había estado por la calle, por una llamada telefónica sobre un intento de robo. Por si acaso, desde
el primer momento en que se trasladó a su casa, se acostumbró a echar una
vuelta de llave a su puerta. Nunca supo nada del terror que había pasado una mujer que se llamaba Sofía, un lunes cualquiera.
Los lunes siempre han sido difíciles, con cambios de residencia peor, con ladrones acechando ni te digo.
ResponderEliminarUn beso.
Los lunes los deberíamos pasarlos al medio de la semana, a ver si se volvían más habitables. :-)
EliminarUn beso
Como los feos son necesarios como referencia para que existan los guapos, igual les sucede a los lunes. Si no existieran el resto de los días resultarían peores.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sin duda...ha de haber un día feote, y ahora andamos todos con "lunitis", pero, como dices, eso hace los otros días parezcan más bonitos de lo que son :-)
EliminarUn abrazo