jueves, 24 de junio de 2021

Escribir, en jueves



Siguiendo la iniciativa de Molí del canyer sobre escribir, mi aportación es la siguiente

Llevo un rato contemplando, absorta, la pantallita del portátil. He abierto un nuevo documento word. De pronto, aparece una letra. Luego otra. Las siguen otras más. Parece que se deslizan por un tobogán y vayan a caer a una sopa, o una piscina, que en este caso es una página que fuera blanca y que se va llenando de simbolitos en tinta negra. Forman palabras. Luego se van separando o juntando formando frases, acabando por ser expresiones con estructura gramatical. Son párrafos que reflejan ideas, o sentimientos, o historias, inventadas casi siempre. Ahora veo cómo se forma el cuento de un lápiz infantil, que dibujara letras en un cuaderno de caligrafía "Redondo", con el recuerdo de la mano de nena presionando con el entrecejo fruncido. Se esforzaba por escribir bien. Era una niña buena.

Pasó el tiempo, llegó la universidad, y la prisa por toma notas fue elongando los trazos, hasta formar palabras casi imposibles de identificar. Luego hizo su aparición la máquina de escribir, con los papeles de calco, los típex como borradores ante los errores, y los folios que tenían que tirarse por errores muy gordos. El tiempo siguió su curso y el ordenador llenó los escritorios. Esas teclitas me hechizaron, ya que, mágicamente, sin tinta, sin papel, sin más soporte que una pantalla, escribían. Pudiendo corregir todo, absolutamente todo. Se acabaron los borrones de las plumas estilográficas, los dedos sucios del calco. Se acabaron los folios arrebujados en las papeleras, se acabaron los errores, y hasta los fallos ortográficos, gracias a unos correctores muy listos. Me los imagino en el ordenador, enanitos diminutos y diligentes, esperando a que me siente y empiece a meter la pata. Entre ellos se explican mis despistes, mi hambre al comerme letras o conjunciones, y cuando guardo el documento, se me ocurre que abren alguna cerveza y bailan en ese espacio pequeño del teclado, esperando que vuelva en otro momento a seguir haciéndoles trabajar-

Compruebo que los pensamientos se transformaron en este texto que justo ahora concluyo. 

Palabras 328


lunes, 14 de junio de 2021

Campo de trigo

 


Este Van Gogh es de 1888

Sebastien se había criado en  la finca familiar, con un padre maltratador, una madre ausente, no porque no la viera, sino porque contaba lo mismo que una silla en un rincón, y unos cuervos que vigilaban los campos desde que tenía memoria. Llegó la época de la siembra, como cada ciclo de renacimiento. El nuevo aparato, llamado radio, desde hacía poco adornaba el único mueble del comedor de su casa.  A través de la cajita mágica había escuchado poemas, y canciones, y noticias. A través de la cajita, su madre sonreía de tanto en tanto, y alguna vez, pocas, canturreaba y todo, algo nunca visto por Sebastien. Era un mundo enorme y desconocido lo que se abría ante él.

Por su experiencia, las crías de cerdos o patos se formaban tras uniones de animales, pero los retoños de trigo, o centeno, o cebada, se formaban por plantar su semilla en la tierra, esa tarea de la que dependían para su subsistencia. Tuvo una feroz lucha interna para decidir si sembraba trigo, con lo que su padre había cargado el saco que tenía que aventar, o si sembraba melodías. Acabó siendo muy justo, la mitad del campo lo sembró con cereales, y la otra mitad con notas musicales.  

Llegó el tiempo de ver crecer lo que luego sería su pan. La mitad de las tierras estaban floreciendo, las espigas iban tomando forma y volumen, pero la otra mitad estaba yerma. El padre le acusaba de haber escamoteado el grano para regalárselo  a un labriego cercano que tenía muchas bocas que alimentar. El joven le dijo que esperase, que ya saldría lo plantado, y podrían cosechar mejores frutos, pero pasaban las semanas y ahí seguía el campo sin nada que cosechar. Llegó la estación de la recogida del fruto del esfuerzo de todos los  campesinos, y una zona del campo empezó a agrietarse, dejando escapar sonidos armoniosos, como oleajes marinos, notas musicales que se combinaban en el aire formando sinfonías arrebatadoras, trinos de pájaros que nadie conocía, y cuando la luna llena dejó iluminado el campo completo, Sebastien vio cómo llegaban vecinos con carretillas de grano recién segado. 

Se sentaban y ofrecían sus cereales a cambio de escuchar la música de un campo especial, por escuchar en directo, sin cajitas mágicas, el canto de la Tierra.


jueves, 10 de junio de 2021

Al cine, en jueves

 


Siguiendo la iniciativa cinéfila de Neogeminis, ofreciendo diversas opciones, he elegido un poco de todo. Mi aportación es la que sigue


La radio anunciaba el final de la segunda guerra mundial cuando William había finalizado la estancia en aquel hotel tan inquietante, donde un joven, enfermo mental donde los haya, tenía momificada a la madre. Supo del huésped aterrorizado, la dulce Samanta, en la ducha, y puso pies en polvorosa.

Desde el único bar que permaneció abierto a pesar del conflicto, llamó a Margot. La línea telefónica se mantuvo abierta gracias a ingenieros de la CIA, que tenían en el lugar una célula de espionaje de disidentes, esos comunistas rojos que apoyaran a la URSS.  Ella dejaba atrás al marido enajenado que esgrimió un cuchillo en aquella mansión deshabitada de Florida. Al recibir la llamada de su viejo amigo no lo pensó dos veces, se arregló lo mejor que pudo y partió hacia el bar.

William había tenido tiempo para deshojar margaritas, y apostaba ahora por conquistar a Margot, ya divorciada y libre.

Tras dos copas de dray martinis, agitado, no revuelto, se acercaron más, temblando de impaciencia. La excusa perfecta, se dijo él, ofreciéndole un pitillo. El gesto adecuado, se dijo ella, aceptando. Mirándose a los ojos, intentando adivinar qué les deparaba el porvenir en la ciudad destrozada, apenas hacía falta el encendedor. Lo usaron, sin embargo, para disimular con el humo posterior, cómo, sin tocarse, se desnudaban lentamente

Ni él seguiría siendo vendedor de Biblias, ni ella la esposa de un loco de atar.

 

Palabras 229


lunes, 7 de junio de 2021

El artilugio

 


Si no, me habría vuelto loco. Las instrucciones estaban en diversos idiomas, pero en ninguno que conociera. La máquina auto transportadora me había gustado tanto, que puesta en vertical en mi sala no pude contener mis ganas de viajar. En mi afán por llegar a la cumbre de ese volcán, me metí en el artilugio y toqué, sobre un mapa, la zona donde quería ir . Me desperté ante un mar verde, con dinosaurios enormes ante mí. Creí enloquecer. Al fin acerté a ver un adhesivo del lateral del artefacto, similar a un urinario portátil. Era una máquina del tiempo.

jueves, 3 de junio de 2021

La pelirroja, o Lorca para un jueves

 


Siguiendo la propuesta de  La trastienda del pecado, como homenaje a Lorca, mi aportación es la que sigue

Fue este abril. Una tímida lluvia asolaba la ciudad, dejándola entre nostálgica y cansina. El paseo vespertino me alimentaba las ganas de ver colores, y me senté en el banco de una plazuela, con esa escultura de un poeta con alondra.  La plaza de Santa Ana solía ser un lugar donde leer, pero esa tarde, con la lluvia silenciosa, me quedé sentado, con el paraguas en la mano, mirando a los transeúntes, con su quehacer y su trajín de gran urbe,

Una pareja de jóvenes llamó mi atención. Ella era colores en bandolera, con una rebeca amarilla y una melena pelirroja al viento. Iban cogidos de la mano hasta detenerse.  Se guarecieron en la marquesina de una parada de autobús, y les observé, para pasar el rato.  Ella miraba al chico como una enorme luz que fuera luciérnaga de otra, en un campo de miradas rotas. Él desgranaba el deseo como una margarita. Le imaginé calibrando lugares posibles de pasión. Yo me iba enamorando de la chica, con sus pecas, su luz de amapola entre campos de cemento, y sus manos que apostillaban las palabras. Cuando llegó el bus no pude evitar subir en él. Yo era un enamorado cincuentón en pos de un sueño imposible. Me limité a mirarlos, con esos arrumacos de adolescencia sin límites, recordando mi propia juventud, cuando Eloísa se tronchó de la risa cuando le pedí salir juntos. Aquella lejana primavera, escribí el desgarro de mi corazón, en las páginas de mi libreta de papel cuadriculado.

"Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente, me parece que muero quedamente, cuando ella me mira desde el minarete de su belleza, me parece que mi corazón anda buscando un lugar donde enterrarse".

Echando la vista atrás, esa tarde comprendí, mejor que nunca, que Eloísa no era para mí. Hoy he vuelto a ver a la chica pelirroja. Iba sola, sujetando carpetas y libros. Ha esperado el autobús y la he visto alejarse, como una llama de posibles pecados, dejando a su alrededor un espacio de admiración, que ya nunca podré ocupar. Ni quiero, en este junio que empieza.

 

Palabras: 347


martes, 1 de junio de 2021

Frida

 


Me perdí. Ignoro cuándo, en esta selva tropical del Yucatán. Mi viaje programado incluía varias excursiones, pero decidí inspeccionar por mi cuenta. Buscaba un “cenote” del que me habló un pintor mejicano, medio loco y bohemio. Estaba segura de poder hallarlo con sus indicaciones. Pasé un día de perros, con mosquitos, sensación de humedad y una temperatura que me encogía las ganas de seguir caminando. Decidida a regresar al hotel, en vista de mi fracaso arqueológico, me senté entre matorrales exuberantes y verdes como esmeraldas, así tocados por el sol en retirada. No sé si lo vi, o lo soñé, pero un puma se paseaba a corta distancia, mirando un colibrí. Tal vez la falta de agua me producía esas visiones que no puedo catalogar.

Mientras intentaba pensar qué hacer si el puma se acercaba a mí, ante lianas y plantas, entre los rayos de sol, que ya tímidos, iluminaban las sombras vegetales, vi una mujer de hiedra y verde, de selvática belleza sin artífico, de mirada incisiva como puñales, de madejas de dolor en sus pestañas. La llamé por su nombre, pero Frida estaba estática, como atada de alas y piernas, mirándome así, de frente, rezumando madreselva.

Pude hacer una llamada con la mínima señal de telefonía que llegó a mi móvil. Por eso escribo sobre Frida desde la habitación del hotel, sobre lo que para mí fue una aparición.  Su esencia, su alma, ya libre, revolea por las selvas prietas y lujuriosamente vivas de México, y quiere seguir contando cosas, desde su infinita capacidad de amar y de vencer al dolor .