Siguiendo la propuesta de Demiurgo para este jueves, mi aportación, usando una de sus imágenes para tal convocatoria, es la que sigue
Sonia había terminado los estudios
de diseñadora gráfica con más pasión y esfuerzo que vocación definida. Le
gustaba la belleza. Y el arte. Su madre había
sido muy clara, le pagaba los estudios siempre y cuando aprobara todo. Ese
Madrid vital es muy caro, pero había conseguido compartir piso con dos amigas,
estudiantes como ella, pero que eran ayudadas por sus padres en su totalidad.
Sonia encontró dos casas para a ver limpieza, y dos servicios de canguraje para
niños, así que con ello tenía para pagar su parte de alquiler.
El trabajo de becaria en una
revista de moda era su gran oportunidad. En la oficina observaba a las compañeras
con cierta envidia. O eran buena actrices, o eran muy felices, se decía cada día.
Pablo colaboraba con la revista y era un fotógrafo sensacional. Estuvo con él
un par de veces en su casa, y cuando era razonable que estuvieran en la suya,
no tuvo otra ocurrencia que usar las llaves de una de las casas en las que trabajaba
para hacerse pasar por su propietaria.
A las tres de la mañana, tras una
sesión de sexo glorioso, le despidió, alegando un dolor de cabeza súbito y
migrañoso. Pablo aceptó irse, y Sonia se puso el delantal que usaba allí y se
puso a limpiar las manchas de mojito de la alfombra.
Le pareció escuchar el timbre de
la puerta. Imaginó entonces al amante mirando por la mirilla. Luego, al llegar a
su casa, hizo un collage de la posible escena. Sin haber dormido, en la
oficina, le mandó un mail a Pablo. Esa relación sembrada en la mentira, tenía
los días contados. O no.
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