“Tit. Tit. Tit. Tit. Tiiit. Buenos días, son las siete. Bienvenidos a Mañanas y Marañas, el programa de la cadena Estar que…”
Felipe Juan apagó el despertador con desgana, dejando caer la mano sobre el botón que le condenaba al silencio de nuevo. Tras resoplar, procedió a frotarse los ojos y deslegañarse. Hacía un calor horrible ya de buena mañana y tras despegarse del colchón y notar el sudor en su espalda y su cogote, abrió violentamente la persiana del dormitorio de la pensión. Una luz cegadora invadió la desastrosa habitación y Pipe, ataviado con sus calzoncillos boxer a rallas, sus calcetines con raquetas de tenis y su camiseta imperio churretosa se dirigió hacia el lavabo humilde. Al lado del retrete, que se encontraba con ambas tapas levantadas, se hallaba una revista satírica semanal que Juan compraba todas las semanas, a pesar de lo restrictivo de su economía.
Se plantó ante el espejo, marcado por las inconfundibles huellas que dejaban las gotas de agua al escurrirse por su superficie. Bajo dicho objeto se encontraba la pica. Hizo girar la destartalada manivela del agua fría y, llenando sus manos del líquido, se lo echó de golpe a la cara para despejarse y vaya si funcionó. Tras acabar de despertarse, se miró al espejo y dijo para sí “Ay, Pipe, cada día estás más calvo y más gordo”.
Se duchó y se vistió para ir a la oficina. Como siempre, no le dio tiempo a desayunar y tuvo que irse corriendo hacia la parada de autobús. Llegaba tarde. Tuvo suerte, en esta ocasión el chofer tuvo compasión de él y paró su marcha para dejarle subir al vehículo.
- Faltan veinte céntimos.
- No, señor, le he dado uno veinte, como siempre.
- Ya, pero es que ahora cuesta uno cuarenta.
- Tócate las narices. No sé como pretenden que llegue a fin de mes.
- A mí no me de la vara, tire para atrás.
Felipe Juan no tuvo más remedio que quedarse de pie cogiéndose a una de las barandillas laterales del autocar, ya que, para variar, éste iba petado hasta los topes. Mientras estaba intentando mantener el equilibrio en las curvas le sonó el móvil en una de ellas. Felipe se lo sacó del bolsillo y vio en su pantallita “Ricarda”. Cojonudo. Ante la insistencia de la ex parienta finalmente tuvo que contestar:
- ¿Sí?
- Soy yo.
- Ya lo sé.
- ¿Por qué has tardado tanto en contestar?
- Lo he hecho en cuanto he podido.
- Mentira.
- ¿Qué quieres? Estoy en el autobús.
- Estamos a día cinco.
- ¿Y?
- Aun no me has ingresado la pensión. Ya sabes, la mitad de tu sueldo es para mí, lo dijo el juez.
- Cariño, he…
- ¡No me llames cariño –le interrumpió Ricarda-!
- Vale. He tenido más gastos de los previstos este mes y entre la pensión, el autobús, las comidas y todo eso…
- Excusas. Sé perfectamente que tienes dinero ahorrado y ¡este mes sí que no te lo perdono!
- Vale, ya te lo ingresaré.
- Como llegue el lunes y no lo hayas hecho te denuncio.
- Yo también te quiero –dijo Felipe Juan inmediatamente antes de colgar-.
Se sintió depre, todo le iba mal y encima ese niñato no dejaba de mirarle riéndose. Al parecer le ha hecho gracia su conversación telefónica. “¿Qué coño miras?” terminó preguntándole Nuestro personaje llegó justo a tiempo a la oficina para fichar. Un minuto más tarde y le hubieran descontado cinco euros del sueldo del mes por minuto retrasado y sólo le faltaba eso. Para variar, el curro fue una mierda y Ferré, el recién nombrado supervisor de la planta, no dejaba de tocarle la moral. Que si “Más maña, Gutiérrez”, que si “Te veo en el paro Felipe” y “Deja de leer y trabaja de una puta vez”.
Acabó el trabajo, llegando cansado a “su casa “y es que los años no pasaban en balde. Se dispuso a ver la andrajosa televisión en su precario comedor. Mientras se cortaba las uñas de los pies sentado en la cama, en la tele ofrecían un programa en que una pareja de gays con mucho sentido del gusto, decoración y todo eso aconsejaba a un hombre australiano cómo decorar su casa.
Mientras cenaba unas natillas que le quedaban y bebía gaseosa de una botella de dos litros estuvo viendo una telepromoción en que una agencia de viajes informaba de las mil maravillas de una isla filipina: playas de arena blanca en la que se veía un grupo de jóvenes blancos pilotando un buggy, mar color aguamarina surcada por jóvenes pijos (sin duda no se trataba de filipinos) en motos de agua, jubilados pescando tranquilamente en la playa sentados en sus tumbonas con sus sombreros de paja de turista y por último, las maravillas de la noche en su hotel: ¡daikiris para todos!.También vio un programa friki sobre gañanes con botijos que decían haber avistado extraterrestres y OVNIs en los cielos de Albacete y, para finalizar la noche, vio unos minutos de porno.
En definitiva, un día más en la vida de Felipe Juan, un día menos de su vida. Un día rutinario, como todos, lo típico: relación amor-odio con el despertador, ducha fría, prisas para el bus, aumento de tarifas, ex mujer dando la vara, jefe tocapelotas… Se durmió pensando en que mañana sería otro día. Otro día igual. Eso sí, para salir un poco de la rutina, el destino decidió colmar a nuestro protagonista con sueños menos desagradables que su vida real.
Se encontraba en la playa de Albacete (¿?) sintiendo el sol en su piel y en su calva y la brisa entre su melena. Pilotaba una potente moto de agua, vacilando a las jovencitas que le miraban desde la arena. Felipe resultó ser un gran piloto en su sueño, pero una sombra oscureció el cielo y paró su vehículo. Elevó la vista y vio que sobre él se había posicionado un platillo volante. Acojonado, intentó huir a toda velocidad pero la máquina no respondía a sus órdenes así que, de repente, un rayo de luz, como de un foco casi cegador, le iluminó, acompañado de un ruido vibrante y dicho haz le atrajo hasta el interior de la astronave.
Una vez dentro, aún medio cegado, observó que el OVNI estaba decorado con mucho gusto: las paredes estaban pintadas en colores que iban del rosa al violeta y el interior parecía una casita confortable gracias a las cortinas y a los llamativos muebles de Ikea. Resultó ser que los tripulantes de la nave espacial era una pareja de gays australianos que, atraídos por su hombría sobre la moto acuática se habían sentido irremediablemente seducidos por su cuerpo serrano y le propusieron hacer un trío. Pipe rechazó la oferta y dijo que sus aspiraciones sexuales no iban muy lejos y se conformaba con la Playboy o una peli porno . Los visitantes extranjeros insistieron pero ante la negativa de nuestro hombre, se enfadaron e hicieron avanzar a gran velocidad su vehículo. En pocos segundos habían recorrido miles de quilómetros y echaron a Feli del OVNI de una patada en una isla desierta. Cayó sobre la arena y la pareja, al verle tan solo, decidió obsequiarle con un buggy fucsia para que se desplazara y un botijo de plastilina por si tenía sed. Felipe, sorprendido por su situación, vió como el platillo volante se alejaba de golpe. En cuestión de medio segundo había desaparecido del horizonte.
Como no tenía nada mejor que hacer, se montó en su llamativo buggy con su botijo al lado y se dispuso a explorar la costa de la isla. Tras unos minutos de rastreo paró la máquina para echar un trago del botijo, pero de éste salió un arco iris que se elevó hasta el cielo. Acabó dándole la sensación de que daba vueltas en círculos y de repente se gastó el combustible del coche y, lentamente, éste fue perdiendo la inercia hasta que se detuvo del todo.Se bajó del auto y vio que, frente al mar, había colocada una tumbona con un sombrero de paja, un daikiri y una caña de pescar. Debía tratarse de una alucinación pero ¿qué más podía perder? Se sentó en la tumbona, se puso el sombrero, echó la caña y se dispuso a disfrutar de su bebida. Al parecer todo eso era real. Tras unos minutos, parece que algo ha picado y Felipe tira del sedal con toda su fuerza hasta que logra sacar la pieza a tierra firme: un cofre. Extrañado lo abrió y se encontró en su interior una natilla gigante de dos sabores, que procedió a zamparse a bocados.glotones
Era consciente de que estaba soñando pero por primera vez en mucho tiempo se estaba divirtiendo así que le siguió el rollo a su subconsciente. Se metió al mar a nadar un poco y por accidente le entró agua en boca. Resultó ser dulce y burbujeante, gaseosa, vamos. En ese momento empezó a llover… monedas de veinte céntimos, así que el protagonista tuvo que salir corriendo del mar y adentrarse en la isla, encontrando sin dificultad una cueva en la que entró a refugiarse. Ante su sorpresa, en su interior se hallaban toda una serie de féminas exhuberantes cuyo único deseo en la vida era hacer feliz a él, mira tú por donde. Las mujeres empezaban a acariciarle y masajearle cuando…
“Tit. Tit. Tit. Tit. Tiiit. Buenos días, son las siete. Bienvenidos a Mañanas y Marañas, el programa de la cadena Estar que…”
Felipe Juan se dejó de chorradas, se vistió rápidamente y corrió al banco a ver cuanto dinero tenía. Tras consultarlo, cogió un bus hacia el paseo marítimo y allí encontró una tienda de motos de agua y, sin pensárselo dos veces, se compró la mejor del mercado, dejando tiritando su libreta de ahorros. En vez de ir a trabajar se fue a la costa y se puso a practicar con su nuevo juguete. Su ropa se encontraba tirada en la arena de la playa y cuando se encontraba en calzoncillos sobre la moto ya su móvil había ido a parar al fondo del mar (matarilerilerile) irremediablemente ...en cuanto apareció de nuevo Ricarda en su pantallita