De "Lecturalia" |
Con el aspecto de un niño otoñal había llegado a punto de la cincuentena con demasiadas nostalgias vivas..
En busca de un delirio imposible, se había perdido en el laberinto de un cenagal de concupiscencia y derroches etílicos, despertares brumosos y agendas imprecisas.
Esa mañana, en su despertar de un hotel del que no recordaba ni cómo había llegado, una luz intensa le llamó desde la rendija vertical de unas cortinas mal cerradas.
La voz era la de ella, inconfundible a pesar de los años. Su profesora de inglés. Miss Peggy Sue le llamaba con la voz que siempre resonaba en sus oídos entre brazos anónimos. Su destino estaba nítido, porque era el suyo. Esta vez no había dudas posibles. Ese destino extraviado entre los recovecos de las huidas correlativas e incontables, nunca lo había sentido tan real como en ese instante.
Vestido de blanca alegría entre las manchas de su alma, abrió las cortinas para alcanzar, en la luz, a la única mujer que había alcanzado a amar.