Monasterio de Vallbona de les Monges |
Siempre he
identificado lo de ser novicio con juventud. Con ese iniciar en un futurible,
en un deseo a materializar dando un primer paso.
Hoy, sin embargo,
he conocido a una novicia de sesenta años. Me resistí a creer que ese velo
blanco obedeciera a tal condición, pero en una congregación de ocho monjas,
sólo dos llevaban tal atavío, siendo negro el velo de las demás monjas.
Mi curiosidad me ha
llevado a preguntar, si tal vez ese color obedecía a otra etapa, además del
noviciado, pero la abadesa me ha dicho que no. En efecto, María Pilar, ahora la
madre Misericordia, en homenaje a una Virgen policromada que guarda el
monasterio desde el siglo XIII, es novicia.
La única hija de
una mujer de enraizadas creencias, mirada limpia y dolores tempranos de artritis,
ya tenía vocación religiosa desde la juventud. La vida, en esos vaivenes que
trae el destino, siempre en aras de unos designios divinos que los hombres, a
veces, ignoramos, la llevó a estudiar Magisterio, y ser una profesora de
Primaria feliz con su trabajo y la dedicación a su madre enferma.
La vida también le trajo a
hombres que traían mensajes de amor, e incluso uno de ellos materializó un noviazgo
con su objeto de deseo, en este caso, esa mujer de ojos de gacela y melena de azabache, pero
Dios, que todo lo puede, y todo lo sabe, hizo empeorar a doña Leonor, dejando
al novio a merced del tiempo de espera a que la madre amada diera un respiro a María
Pilar.
Resignada con sus niños en las mañanas en el aula, y las tardes con su madre y sus potingues, la vida
la llevó a la tibia y monocorde vida de cuidadora perpetua. Un día, cuando los
calendarios marcaban los noventa años de doña Leonor, ésta no despertó.
María
Pilar, entonces, dispuso todo para arreglar sus pocas pertenencias, despedirse del
colegio, de las calles, de ese barrio donde se sentía en casa antes de llegar a
la suya y dejar las llaves del caserón del siglo XVII en la Notaría.
Con sus sesenta
abriles, una maleta con libros, dos pañuelos que su único novio le regaló y
miles de recogimientos postergados, llamaba a la puerta de la congregación de monjas de Vallbona de les Monges, para cumplir
con su vocación.
En el claustro, caminando con cierta cojera, entre sus hermanas, la vi pasar ante la capilla de una Virgen policromada con un inmenso manto.
Claustro donde románico y gótico se encuentran. |
El padre de un compañero mío de curso, cuando enviudó, una vez sacados adelante sus seis o siete hijos, se ordenó sacerdote y se fue misionero. Murió hace unos años en un accidente, en su misión.
ResponderEliminarUn abrazo.
En tanto que la mejor vocación es vivir, entiendo que no hay edad para seguirla, cuando uno la siente con intensidad, en este caso, con fe. Pena ese final,pero, seguramente,estaba entre los destino que ese novicio tardío había contemplado.
EliminarUn abrazo
No hay edad cuando la vocación te llama, el señor en su infinita misericordia, acepta en su rebaño, las almas puras que por su quehacer diario,no han podido presentarse antes a su redil.
ResponderEliminarUn beso piadoso, esperó que tu retiró espiritual en el monasterio, haya cumplido con todas tus expectativas de paz y oración.
La hospedería está en obras, pero no descarto un retiro espiritual y espirituoso en algún momento, pero recibo tu beso, deseando que tus expectativas de tu actual aventura se cumplan con creces.
EliminarUn beso te envío, desde mi placidez moral :-)
Tantas veces he pensado en lo bien que se debe estar apartado del día a día en el que estamos inmersos... pero claro... si no hay vocación sería un fraude.
ResponderEliminarAmén de aburrido...sería un fraude. Lo que aguantaríamos...no sé tú, yo en mi humildad, así alejada del mundanal mundo, creo que poquito :-)
EliminarUn beso