De Janssen. Tomada de Internet |
En el instituto, la
tutora de segundo ciclo de la ESO ya había comentado en el claustro de
profesores que Eva María de Todos los Santos era una muchacha muy adulta para
sus catorce años. Según le había explicado su madre en la única reunión que
mantuvieran sobre el curso de sus estudios, ya comentó que siempre había sido
una niña muy seria y responsable.
Tal vez influyó que
se hiciera mujer de manera tan temprana, y que su aspecto emanara una aureola
de feminidad desde que inició la ESO, dejando como a niñas de párvulos a la
mayoría de compañeras, y no digamos a los compañeros, quienes con sus doce o
trece años ella veía como hermanos
menores, o más lejanos, como habitantes de otras galaxias. Eva estaba
embarazada.
Su equipo de
atención primaria atendió a la menor, acompañada de la madre, y puso en marcha
estamentos de protección que garantizasen confidencialidad para una segura
interrupción de embarazo. La sorpresa fue que la propia Eva María había buscado
esa gestación. Explicó que había yacido con un hombre de veinte años, que no
quiso identificar, al que amaba desde
muy pequeña, y que había calibrado los contras, los miles de contras que encontraría
en su decisión de buscar quedar embarazada en el único encuentro con él que iba
a tener.
El equipo de salud mental
se movilizó. También el de atenció a la dona. Se llamó a la asistente social
para que valorase la idoneidad de un posible parto y los cuidados que el bebé y
la propia madre necesitarían. Los padres rezaron. Hablaron con el párroco del
pueblo, quien a su vez quiso charlar con la menor. En las tiendas y paseos empezaron a
cuchichear que la niña sudamericana estaba embarazada, y se inició una polémica
sobre quién podría ser el padre.
La tripa de Ava
María avanzó, sin dejar de asistir al instituto, donde sacó las mejores notas,
y un día de Mayo, con el calor trepando por los campos de cultivo del pueblo, la
niña se puso de parto. En ese momento reaparecieron las
conjeturas de paternidad y se acervó la crítica
hacia la madre de esa niña que había decidido ser madre. Se cebaron más
en ella que en la propia hija, sobre todo porque ambas seguían asistiendo a
misa todos los festivos. Se había considerado de alto riesgo esa gestación, y por eso fue atendida durante todo el embarazo con controles muy a menudo, sin encontrar en ninguno problema alguno. El día de
su llegada, ese bebé, fruto de la obstinación, nació de manera normal. Madre e
hijo estaban bien tras el nacimiento y ella demostró una pericia en el cuidado
del recién nacido que hubieran deseado para sí muchas madres, de esas madres primerizas que
cumplieron los treinta años hace tiempo.
El niño suplió los
temores de toda la familia por alegría, y pasado el tiempo, una muchacha de veintiún años
aprobaba las oposiciones de Magisterio, en lengua extranjera, y con un niño al
que nadie conocía, y del que no hablaron las malas lenguas, se instalaba en un pueblo
de Lleida, donde fueron felices por siempre
Nadie pudo pensar que hubiera tanta sensatez en la insensatez de ese embarazo.
ResponderEliminarUn abrazo.
A veces la edad madura y la maternidad no es sinónimo de maternidad feliz.
EliminarUn abrazo
Y es que la vida es bella... E incluso, a veces, hasta los cuentos tienen un final feliz...
ResponderEliminarSaludos
Los finales felices, cómo me gustan. A veces, sólo a veces, no son de cuento, sino de la realidad.
EliminarUn cordial saludo
Qué verosímil resulta tu relato, como si se tratase de un episodio vivido/sentido narrado literariamente, de esos que merecen ser contados así, a modo de cuento.
ResponderEliminarUn beso
En realidad veo casi imposible que una niña de esa edad pueda tener la madurez de asumir esa responsabilidad de manera intencional, pero imaginar, en este caso finales felices de situaciones infelices a primera vista...pues me tentó :-)
EliminarUn beso
La vida busca manifestarse de múltiples maneras, esta aunque desconcertante para nuestros tiempos y lares, es una bendición.
ResponderEliminarUn beso.
La vida buscando salidas, el amor buscando amar. En tiempos extraños de prosa y estadística, esa niña mujer a pesar de lo poco común, es una bendición, sin duda.
EliminarUn beso
Querida Albada: La vida es un camino incierto. Todos somos espectadores ante las situaciones que nos rodean. Abrazo dominguero y tempranero.
ResponderEliminarLa vida, que como un río nos lleva. Jamás se sabe con certeza qué es una buena noticia y qué acaba por ser una mala...es la gracia, imagino, de este viaje variado y poliédrico cuyo destino final sí que es inamovible
EliminarUn abrazo vespertino por acá, en nuestro invierno por este lado
Hola Alabada:
ResponderEliminarLlego hasta aqu desde mi blog donde has dejado un amable comentario sobre la obra de Piedad Bonnet. Estoy de fin de semana y te escribo desde una tabletas que, no sé por qué, no me deja acceder a los comentarios de esa entrada y contratarte como debiera. Por eso me he venido hasta a que y no me arrepiento pues he descubierto este blog y sobre todo he descubierto tu escritura. Este escrito sobre la niña embarazada es hermoso. También he leído los haikus del post anterior... Y seguiré leyéndote de ahora en adelante. Por eso acabo de empezar a seguirte en Google+ y sobre todo aquí, en blogger.
Un fuerte y primer abrazo
Muchas gracias. Para ser que usaste la tablet, creo que la usas mejor que yo la mía. :-)
EliminarNos seguimos por el plus pues. Un fuerte abrazo de bienvenida.