martes, 26 de enero de 2016

Relajándose en un Aquatonic

   
No se nota pero está separada del suelo, además
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La mala racha se inició con su pie derecho, dando un traspié contra una tapa rota y sobre-elevada que había entre el estacionamiento y las instalaciones.  Creí que se había torcido el tobillo, pero todo quedó en rescatar su zapatilla deportiva y  en que se cogiera de mi brazo con fuerza, cojeando, pero alegre.

En el vestidor todo correcto. Muy cara la entrada para tres horas, me dije, pero un día es un día. Así que ataviados con albornoces blancos, el mío estrecho, casquete para el pelo, y zapatillas de papel-tela, y cogidos de la mano, con una Julia temblando pero con la cojera disminuida,  subimos unas escaleras y atravesamos el pasillo de cristales a ambos lados.  Llegamos al torno de entrada. Se atascó con ella adentro. Busqué al socorrista, pero no había pulsador que él pudiera accionar. Se solucionó rápidamente con otro código de barras que bajé a pedir a recepción.

Las piscinas estaban estupendas, y todo iba bien entre jacuzzis de variados estilos, con ese bañador que le estilizaba las piernas, y esos besos que me iba dando agradecida por la sesión de relax. Todo iba como la seda hasta que tuvo sed. Como no podía ser de otra forma fui a por un vaso de agua. Pero no había. El bidón estaba vació, y sin vasitos.

-          - No te preocupe, dijo, luego nos hacemos un café o una cola, y me volvió a besar.  

A las dos horas estábamos con los dedos como garbanzos, saciados de relax y con apetito de leones, así que decidimos ir al baño turco, para acabar luego con una buena ducha fría que nos limpiara el cloro y cerrase los poros.
En el baño turco había, en la entrada, unos azulejos sueltos que me hicieron temer lo peor. Pero tuvimos suerte y no nos cortamos ninguno de los dos. Apreté el  pulsador de agua con eucalipto, pero no salió nada, así que nos fuimos a las duchas. Pero no funcionaban.

Soy de buen conformar, pero ya harto le dije al socorrista, que qué culpa tenía él, pero ¿a alguien iba a quejarme?, que no era manera de tener las cosas. Me dio la razón, por supuesto. Animándonos a comentarlo en recepción.

Al llegar a ese mostrador, antes de cambiarnos, le dije a la señorita, quien ya me tenía muy visto por ese día, que era un fallo enorme no poder beber agua, ni poderse duchar en la zona de piscinas, ni al entrar, porque vaya a saber uno qué arena o suciedades lleva la gente, ni al salir, y Paula, según el nombre grabado en su uniforme, mirando a Julia, un pollito tembloroso en un albornoz enorme que cojeaba a esas alturas, nos hizo esperar un instante.

Llegó la encargada de masajes, sí, hay una zona para masajes y otros tratamientos más relajantes y caros, y ésta nos acompañó a la zona VIP con su garrafa llena de agua y vasitos, y hasta tumbonas ante una piscina pequeña de aguas medicinales.

Nos ofreció ducharnos en unas duchas de aguas termales de esa zona exclusiva y ahí me olvidé del leve enojo por el gasto excesivo ante una Julia desnuda, que me tendía las manos bajo la cascada de temperatura perfecta, y la abracé sin poder evitar una erección no planificada.

Estábamos solos. Sus pechos lucían esos pezones de fresa con la plenitud de su boca en un beso de tornillo, y no pudimos, ni quisimos dejar pasar la oportunidad de amarnos contra el alicatado, impecable y con aroma a eucalipto que nos desbordó el deseo.

Silenciosos bajo el rumor del agua, advertimos tarde unos pasos de zuecos, y casi sin tiempo de ponernos los albornoces, una señora con moño y uniforme azul cielo hacía su entrada en la zona. Saludamos y fuimos al vestidor a cambiarnos, cómplices de miradas y risas en voz baja.

Para todas las taquillas, unas cincuenta, hay dos secadores de pelo. No sé qué pasaría, porque luego no pudo explicar qué había hecho. Oí un grito. Julia, con su melena empapada, sujetaba un secador cuya base dejaba ver unos cables pelados. 

- Nada, un pequeño susto. Otro día- me dijo riendo, mientras se soplaba en un dedo y cojeando levemente- me llevas a la playa.

La había recogido en la estación, donde su tren había llegado puntualmente, por una vez, y mi ilusión era llevarla a esos baños termales porque andaba muy estresada con su trabajo de traductora, y siendo tan friolera, supe que pasaríamos una mañana inolvidable. Como así fue. 

Su tren salió de la estación con cuarenta minutos de retraso, cosa habitual, pero la relación había avanzado por caminos de aguas inexploradas que ahora sabíamos surcar, en complicidad.

11 comentarios:

  1. Inolvidable desde luego fue. Con todos sus matices.
    Un abrazo.

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    1. Imagino que esas salidas medio accidentadas, son de las que se recuerdan durante tiempo.

      Un abrazo

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    2. Relato muy logrado. Me gusta, es bueno.

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    1. Ojalá en otras salidas todo salga bien a la señorita gafe :-)

      Un saludo

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  3. Según un slogan muy repetido hace unos años, la mala suerte es porque la buena te está buscando. ¿No sería chulo que fuese cierto?.
    Un saludo.

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    1. Es buen slogan. Las rachas de mala suerte suelen ser seguidas de otras de buena suerte, pero las primeras se hacen notorias y a veces, esperando buenas cosas, la gente desespera.

      Lo bonito en esta ficción es que, a pesar de los avatares, sí fueron felices en esa salida. Creo.

      Un saludo

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  4. Pobre pareja pérdida en un lugar tan azaroso, en donde lo normal es que nada funcione, menos mal que el amor puede con todo y salen contentos. ;)
    Un beso.

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    1. No les imaginé desanimados, sino con un capote toreador de los pequeños inconvenientes que iban surgiendo. Creo que no olvidarán ese encuentro, pero recordándolo con una sonrisa :-)

      Un beso

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  5. La pasión puede con cualquier contratiempo.
    Seguro que sólo recordarán lo bueno.

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.