Luis, se levantó con el pie
izquierdo, y desde temprano intuía que algo incómodo rondaba a su alrededor.
Se había retirado de la fiesta
de nochevieja a las cuatro, con la sensación de que Julia, esa muchacha a la que
le había echado el ojo por primera vez desde que la conociera en el instituto,
era el centro de la fiesta. En realidad es la propia fiesta, se había dicho
durante toda la noche.
Los amigos comunes, algunos de
bachiller como Pablo, habían seguido su camino, y sólo en
ocasiones especiales se volvían a ver. Esta vez aceptó ir a la fiesta de
entrada de año en casa de Blas, porque la última discusión con Laia había
excedido su punto de paciencia, y a falta de otro plan, o de mayor presupuesto
se vio a las doce y media ante el garaje de su viejo compañero, donde, nada más
llegar, Julia brillaba con luz propia.
Nada tenía que ver ese vestido
de tubo negro ni sus medias con costura, que llamaban a la simetría de un
chocolate cimbreante. Tampoco el escote palabra de honor de su atavío. Era su
sonrisa, que no podía recordar de las mañanas de estudios. Brillaba. Sin más.
Sopesó el malestar del resto de las chicas ante la evidencia de que ellas
parecían la comparsa de una reina, y acabó por beber dos cervezas, charlar con Julia dejándose el alma prendida de su mirada y gozando del atrevimiento de
bailar con ella a última hora, inhalando la esencia de mujer que desprendía,
ante la cara de Pablo, que siendo amigo, captó el terremoto que su novia
producía en él.
Se despidió alegando haber
dormido mal la noche anterior.
Cuando salió por la mañana,
estrenado el año, con su pullover gris, se acercó a casa de Blas, el anfitrión,
aunque sin saber por qué. En la esquina había dos coches de policía, uno de los
municipales y otro de los mossos, y un joven llorando a gritos.
A las nueve de la mañana, sólo
unos jubilados montaban guardia en los bancos de la avenida y comentaban lo
malo que es el alcohol, que había dejado
dos jóvenes entrando el año fatal. Uno se había ido discutiendo con una
chica preciosa, vestida de negro, porque se había portado como una flor llena
de miel para los hombres, según dijo el anciano con cayado y gorra negra, pero
que otro había quedado sentado en un escalón de un supermercado.
Lo que Luis vio fue a los cuatro
policías ayudando, imaginó, al mecido en llanto, a volver a levantarse para
poder seguir andando hasta llegar a su casa. Pero en la acera un cartel pudo
verse durante todo el día. Si bien nadie dijo haber visto pintar el suelo.
Hay amores que matan! o eso dicen.
ResponderEliminarUn beso.
Imagino que Luis intentará no volver a ver a Julia, y, en lo posible, olvidar que aquella niña de trenzas del instituto se había convertido en una mujer que le arañaba el alma.
EliminarUn beso
A veces los buenos deseos pueden romperse en pedazos en unas pocas horas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Luis tiene todo el año entero para olvidarse de Julia. Le deso un feliz año nuevo, sin arañazos de amor.
EliminarUn abrazo
Ay, que complicado es el amor... Buen relato
ResponderEliminarPues igual es que nos complicamos la vida con él. Siempre genera literatura, como mínimo :-)
EliminarGracias por su lectura. Un cordial saludo