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Querida
Elena
Me
explicas en tu carta, que, con los años, te has vuelto un poco maniática; que
al levantarte, apoyas primero el pie derecho, y que siempre duermes
en el lado bueno de la cama, el izquierdo. Al leerlo me ha parecido una
cuestión de lógica más que de “manía”. El lado bueno de una cama doble, imagino
que es un ocupar el espacio al que uno se acostumbra durmiendo acompañada, así
que no le he dado importancia, por supuesto.
Cuando,
por tu traslado a Sevilla, te vi por última vez, me seguiste pareciendo la mujer
fuerte, equilibrada y madura de siempre. No entiendo cómo dices en tu carta, tan tranquila,
que hace unos meses sorprendiste a un hombre bajo tu cama, quien dormitaba tranquilo,
y que se lo permitiste. “Además, bajo el lado bueno de la cama”, dices enojada en
tu misiva. Que le viste tan tranquilo que no te atreviste a decir nada. No te
entiendo, la verdad.
Me
explicas que aquella primera vez descansaste tan bien que hasta media mañana no
recordaste el incidente, y eso ya me preocupa un poco, pero cuando afirmas que eso ocurre
cada noche; que siempre, cuando miras bajo la cama, está el señor de la capucha,
como tú le llamas, dormitando, pero que de día nunca le ves, y que jamás habéis
cruzado una palabra, he estado a punto de llamar a la policía.
Me
refieres que tu vida es normal, como siempre, y que has aceptado la situación
porque hace una semana decidiste cambiar de lado de la cama, y yo ya no sé qué
pensar, porque desde hace un par de días, la sombra de un encapuchado hace el amago de pararse en la puerta de mi habitación.
Retomando una idea, en forma de misiva