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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Cien mil visitas, gracias cien mil veces

Imagen de Aguirrefoto

No suelo mirar eso de las estadísticas del blog.

Hará siete años que abrí esta ventana al mundo. Sin objetivos previos, por lo que recuerdo. Si no cuenta el goce de escribir, que es lo que me mueve.

Como curiosidad, la entrada más vista ha sido  mujer escultural
con 1.554 visionados

Seguida de cerca por guiso de amor
con 1. 035 visionados

En estos años, mi vida ha cambiado, en parte por y gracias a esta afición. En parte, porque la vida sigue siempre, de manera independiente a nuestros planes. Pero mantengo vivo, con ausencias y diques secos, este rincón blanco, donde relajarme, imaginar y sentir.

Gracias por leer. Siempre


lunes, 27 de noviembre de 2017

Nubes con mar


Imagen de Aguirrefoto

Salió al fin el sol,
Entre nubes rojizas sobre el mar.
A trompicones,
Invitándome a soñar.

Con las hilachas del sueño de la noche.
Con los algodones rosas de rocío.
Con los destellos de sol a contramano.
Con la mirada de tu piel por todo abrigo.

El reloj persiguió al desayuno,
Los avatares del día fueron pasando,
Las gaviotas marinas se durmieron,
La tarde, entró de refilón entre mis manos.

Nuevas nubes tiñeron los tejados,
De sombras dibujando nuevas formas.
De palmeras, de peces, de serpientes,
De sirenas, de imposibles caracolas.

La noche apuntaba a la tormenta.
Las nubes tapiaron los reflejos
De las estrellas dibujando nuevas formas
Que pudiera recrear en mis espejos

martes, 14 de noviembre de 2017

Nostalgia de azar

Imagen de aguirrefotobcn

Te vi la otra tarde, y por no poder controlar mis latidos, tomé la bocacalle que se abría a mi paso.

Reviví, por un instante, el beso que nos dimos en el portal de tu casa, y el trémulo aroma de mis nervios a flor de piel. Volvió a mí el olor de tu colonia y el tacto de tus manos sobre mi cuerpo deshojado, tus dedos sedientos  bajo la blusa azul que desabrochamos entre los dos, rompiendo un botón. Recordé tu torpeza con el broche de mi sujetador, y la impericia de mi mano con tu bragueta de jean, y la música de jazz que salía de un bar y alfombraba la calle, y esa dejadez del tiempo decorando el dormitorio de tu piso de Sants. Regresé a esas noches imborrables de luna y besos, de jazz y versos, de abrazos cómplices naufragando en el mar de un presente intransitable.

Por eso tomé la bocacalle, sin dar opción a que el azar, como entonces, nos dejara ver qué tanto de mentiras y verdades nos llevaron a romper el espejismo de amor que fabricamos, en ese otoño de matrimonios fracasados.

Ibas solo y parecías pensar en voz alta, como antaño. Tan abstraído, que bien segura estoy que no me viste. Cuando luego tropecé contigo, al salir del Viena, donde me refugiara de mis nostalgias, hemos dicho "perdón" a la vez. Por una fracción de tiempo, imposible de medir, creo que me miraste, y que me reconociste. Seguramente algún torbellino de ayeres en mis brazos recorrió tu espalda atribulada. Seguí caminando  sin volver la vista. No me giré, así que sólo puedo afirmar que sentí tus ojos en mi espalda, como en las noches de Abril. Aquellas en las que afirmabas que nada iluminaba la oscuridad como mi piel desnuda bajo la luz de la luna.


Aunque pudiera ser que, ni antes ni después me conocieras, y todo haya sido una ilusión, de ese imposible azar que nos unió. Tal vez.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Encapuchado nocturno

Imagen de Aguirrefoto


Querida Elena

Me explicas en tu carta, que, con los años, te has vuelto un poco maniática; que al levantarte,  apoyas primero el pie derecho, y que siempre duermes en el lado bueno de la cama, el izquierdo. Al leerlo me ha parecido una cuestión de lógica más que de “manía”. El lado bueno de una cama doble, imagino que es un ocupar el espacio al que uno se acostumbra durmiendo acompañada, así que no le he dado importancia, por supuesto.

Cuando, por tu traslado a Sevilla, te vi por última vez, me seguiste pareciendo la mujer fuerte, equilibrada y madura de siempre. No entiendo cómo dices en tu carta, tan tranquila, que hace unos meses sorprendiste a un hombre bajo tu cama, quien dormitaba tranquilo, y que se lo permitiste. “Además, bajo el lado bueno de la cama”, dices enojada en tu misiva. Que le viste tan tranquilo que no te atreviste a decir nada. No te entiendo, la verdad.

Me explicas que aquella primera vez descansaste tan bien que hasta media mañana no recordaste el incidente, y eso ya me preocupa  un poco, pero cuando afirmas que eso ocurre cada noche; que siempre, cuando miras bajo la cama, está el señor de la capucha, como tú le llamas, dormitando, pero que de día nunca le ves, y que jamás habéis cruzado una palabra, he estado a punto de llamar a la policía.

Me refieres que tu vida es normal, como siempre, y que has aceptado la situación porque hace una semana decidiste cambiar de lado de la cama, y yo ya no sé qué pensar, porque desde hace un par de días, la sombra de un encapuchado hace el amago de pararse en la puerta de mi habitación.

Retomando una idea, en forma de misiva