En Cataluña es costumbre utilizar el día de San Jordi para festejar el sentimiento vago ese que llaman amor. Este santo, San Jorge, con su dragón, nació en una pequeña villa de la Conca de Barberá, Montblanc, Tarragona. Aunque hay quien lo sitúa en Inglaterra.
La historia, que no leyenda, dice que hace mucho tiempo, había un rey viudo, cuyo nombre no ha sido recordado, quien tenía una hija, cuyo nombre exacto tampoco se recordaría. La hemos dado en llamar “bella princesa” porque era linda y prudente, modosa y buena hija. El rey, cuando la artrosis empezó a molestarle, comenzó su periplo de buscarle esposo, por garantizar la sangre azul por sus reinos, pero la bella princesa no manifestaba prisa alguna. Se mantenía virgen y serena, cultivando flores del jardín palaciego, rezando o cosiendo en la tranquilidad de ser feliz, contemplando los paisajes del reino en sus paseos diarios y cuidando del padre. En gerundios mecida.
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Libro coral de mi grupo de 2017 |
Cuando la joven cumplió veintidós años, impaciente por ser abuelo, el afligido padre ofreció a su hija que fuera ella quien eligiese al esposo, porque los pretendientes que él recordaba como posibles príncipes ideales, esos príncipes azules que abundaban en los otros reinos lejanos, a ella no parecían causarle ningún deseo de conocerles.Desde entonces, de hecho, son los hijos los que eligen pareja, y no como en el medievo, época en que eran los padres quienes elegían a los cónyuges de sus vástagos.
Dicho esto, que no es milagro sino coherencia, y que no haría que pasase a la historia, la razón de su santidad llegó un día en que la casualidad quiso que a las afueras del pueblo, un joven llamado Jordi, cuyo nombre sí que ha pasado a la historia por la gesta casi milagrosa que realizó, se encontrara con la bella princesa. Justo cuando ambos creyeron escuchar el aleteo de un dragón, y un calor sofocante que parecía fuego vivo. Un géiser ignorado hacía su primera erupción en mil años.
Él, gallardo aunque humilde, aun sin lanza ni sable, hizo movimientos de asestar mandobles al viento con un palo, y ella, con los ojos cerrados, escuchó un rugir de fiera que al fin cesó, tras ruido de aspavientos, reniegos varios y un “muere cobarde” final acompañado de un golpe seco.
Nadie pudo encontrar el cadáver del dragón, pero todos creyeron a la princesa cuando afirmaba que Jordi había dado muerte a una bestia fiera que escupía fuego por su boca. El joven no explicó jamás que los ruidos los produjo él, para impresionar a tan bella dama, así que el rey, agradecido, propuso una comida para festejar el hito de la caza de un dragón en su reino. Era un prodigio que tal bestia hubiera sido muerta antes de tener que alimentarla con ganado, y como tal proeza quiso festejarla. Correspondió con un banquete pantagruélico para nobles del reino, compartiendo el honor de encabezar la mesa con el valiente joven.
Como Jordi no tenía costumbre de comer carne, pues las aves que comía de tarde en tarde eran los pajaritos que cazaba, si tenía suerte, casi se indigesta de comer en demasía y no estuvo por cortejar a la bella princesa, aunque quedó prendado de nuevo por la mirada ausente de tan linda dama. Reparó en que los lugareños como él casi nunca comían carne y que hasta era laborioso conseguir algo que comer cada día. En los jardines se cultivaban bellas flores, y en los campos nacían también, pero la belleza y el aroma no servían para alimentar los estómagos de los habitantes del reino. Así que, mirando al cielo un día de Abril, encomendándose a Dios, y apesadumbrado al ver qué mal comían casi todos en el reino, rogó porque a partir de ese día, al lado de cada rosa naciera una patata, y al lado de cada tubérculo naciera una rosa.
Desde entonces, en ese reino, conviven rosas, para demostrar amor a las damas, junto a patatas y nabos, de tal forma que lo que les alimenta está al lado de una flor, y al lado de cada rosa nace un tubérculo que alimenta.
Por no regalar junto a la rosa una patata, por estética y por envoltorio de dudoso aspecto, se puso de moda poner una espiga de trigo junto a la flor.
En ese reino jamás se pasó hambre, pero lo que pasó a la historia, que no leyenda, es que cada veintitrés de Abril, por coincidir con la muerte de dos grandes literatos, se conjuga el alimentar el amor con una rosa, el cuerpo con una espiga de trigo, y el alma con un libro.
REEDITADO de mi propio blog. La foto de las rosas irisadas es de Aguirrefoto
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Libro coral de mi grupo, para 2018 |