Salí a pasear temprano, aprovechando la excelente temperatura. Al llegar al riachuelo me encontré con un lobo adormilado, con el pelo revuelto y sucio, la lengua parcialmente visible y su abdomen tenso como la piel de un tambor.
Al preguntar qué le pasaba me confesó, entrecortadamente, que dimitía de su trabajo. Cuando aceptó el papel del cuento de la Caperucita, no calculó lo indigesta y dura que estaba la abuelita en cuestión.
Le dejé reposar para que no tuviera tentación de refrescarse en las frías aguas, por un corte de digestión, una vez me hubo asegurado que la carta de dimisión la había depositado en un buzón de Correos de las afueras del pueblo.
Cuando me encontré, unos metros más adelante con una viejecita, cargada con un cesto de manzanas, me acerqué para saludarla. Me explicó que una madrastra de alguien le colocó en el cesto, esa misma mañana, una fruta roja, hermosa, brillante y lozana pero envenenada, para ofrecer a una bella muchacha. Y ya empecé a sospechar de la veracidad de mis encuentros.
Pero lo que hizo que me despertara, dudando de mi personalidad, fue confirmar que la anciana se parecía enormemente a una engreída imagen del espejo de un cuento que leía cuando era pequeña, y los sueños llegaban con la leche templada.
Cuentos para no dormir.
Afortunadamente los cuentos de hoy en día evolucionan. Las bellas mujeres no necesitan ser salvadas por príncipes, se valen por si mismas. Las envidias no son siempre entre mujeres cual concurso de belleza. Ahora, afortunadamente hablan más de integración, comprensión, compromisos... o esos son los que les cuento a mi hija :))
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo. Los libros de cuentos deben ser compañeros de la leche templada, pero con temas y protagonistas totalmente diferentes a los de nuestra infancia.
EliminarUn abrazo