Esta preciosa dálmata se llama Sushi. Foto de Internet. |
El primer día que la vi
con su dálmata, me sorprendió cómo lo paseaba. Un estilo peculiar que llamaba
la atención.
Pensé que sería nueva en
el barrio. Bien es cierto que hay gente con canes que no volvemos a ver, sin
embargo, a la mayoría de propietarios de perros acabas por encontrártelos.
Se me ocurrió que la joven
señora tendría algún problema muscular en su brazo derecho. Hacía movimientos bruscos,
como causados por descargas eléctricas. En cambio, su perro caminaba calmado,
husmeando poco y tranquilo. No tiraba de ella en ningún momento.
La volví a encontrar días
más tarde, en la misma zona. Estaba sentada en el banco más cercano a los
rosales, con su dálmata macho sentado. Ambos al sol. Mi perra se acercó a oler del
suelo, y se dejó oler posteriormente por
el bello dálmata.
La señora parecía amable.
Simplemente hacía gestos clónicos con su brazo derecho, que no sujetaba nada.
Me dejé abordar, dejando
sueltos a los animales. Su mano derecha sujetaba algo que ejercía mucha fuerza.
Tiraba de ella. Era tan evidente, que no pudo evitar explicarme qué pasaba.
Mi perra, que se volvió
invisible- me dijo en voz baja, acercando su cara a mi oído.
Yo medio de broma la dije-
pero ¿y cómo fue eso?
Pues de un día para otro-
contestó la señora.
Me explicó su incredulidad
y sorpresa inicial. Revivió los tropiezos con un bulto móvil, e incluso cómo la sorprendieron al principio los
lametazos del setter en las piernas. Pero ya había poco que decir, porque yo
estaba notando la cola de algún animal sobre mis tejanos, y luego la arena que se dispersaba tras escarbar, seguramente por una micción muy cercana a nosotras. Sobre
la raza, sigo sin poder afirmar nada, pero el resto era innegable, porque tuve
que quitarme el zapato por retirar la arena que entró en él.
Reconoció que la
decisión de comprar un dálmata (-con pedigrí, por supuesto- expresó
cómicamente) había sido para disimular, claro.
Según dijo, Afrodita
ladraba de forma muda para todos…, menos para ella.
-Imposible de aguantar en
el piso- reconoció con un gesto en la nariz que denotaba olores posteriores.
Ahora nos encontramos
algunas veces. Nos quedamos mirando a los perros. Charlamos del tiempo, y ambas
rogamos porque Afrodita no vuelva a su adicción de llevarte palos a los pies,
porque sería difícil de explicar la telequinesia-como dice Paula.
Yo tampoco dejaría
suelta a Afrodita. Ni me acercaría al recinto para perros.
Desde que conozco a Paula, me ha dado por confirmar la consistencia corpórea de mi perra, antes de salir
con la correa en mi mano.