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Seguimos sin poder dar con el asesino. Creo que eso de la jubilación anticipada del comisario López ha sido nefasto para el caso. Y para él, porque ya es
mala suerte que te acabes jubilando para tener un infarto masivo a los pocos
meses. Decía el detective Martínez que
organizaría un funeral de los buenos para nuestro compañero, pero vaya
cosa cutre. Es en una pequeña capilla, muy cerca de su casa, a la
que el finado iba de vez en cuando, más para descansar en verano que por fe en la
Iglesia, según me había dicho. En sus pesquisas
aparece un sacerdote, pero esa pista ya nadie la siguió.
Somos cuatro gatos. Reconozco a una hija de López, creo, quien
alguna vez vino por comisaría. Lo que me sorprende es que en la última fila,
la madre de la niña asesinada se muestra seria y afectada. Cuando el cura empieza a hablar me produce escalofríos. Me repugna, me inquieta. Tiene la voz cascada, como de fumador y de
borracho. Y ese aspecto desaliñado me produce malestar. Un arañazo cicatrizado cruza su mejilla izquierda ostensiblemente. No sé por qué pienso que
puede estar implicado en el caso. Luego recapacito y pienso que la madre no
estaría en esta iglesia de barrio si ella sospechara algo extraño.
Me sorprendió que el cura del funeral fuera golpeado hasta morir días después, pero no en exceso. La madre de la niña debió de hartarse de pasar por comisaría para nada y hace días que no viene a preguntar por la investigación. Al menos no veremos su mirada inquisidora.