Cuando
Luis se encontró con la necesidad de ir a ese cementerio recoleto y
pequeño tras la iglesia de un pueblo de Lugo, aceptó el reto, pues estaba
acostumbrado a seguir a sus instintos y deseos repentinos. Una imagen,
navegando por internet, le había llamado la atención, aunque no sabía por qué. Tomó
su viejo Seat Toledo y emprendió el viaje hacia el pueblo. En dos días, en los que aprovechó para conocer, aunque fuera someramente un par de
pueblos encantadores, llegaba a las afueras. Según el GPS faltaban dos minutos
para su lugar de destino cuando en un pequeño cerro, una tapia de piedras le llamó intensamente. Con
ese verde de las humedades perpetuas
encriptada en su piel, parecía invitarle.
Contenía árboles frondosos, si bien las hojas que aún les adornaban
estaban amarillentas, y un suelo de hojarasca húmeda y marrón, entre la que
destacaba una piedra a modo de lápida vertical, no parecía un lugar acogedor.
Apenas sonaban las seis en un reloj cercano cuando la niebla pareció surgida de
la nada. Una portezuela de hierro, baja y sin adornos le ofrecía el paso, así
que no lo pensó dos veces. No buscaba
nada en especial, pero algo le atraía
en ese lugar.
Quitó con la mano los restos de flora otoñal y consiguió
leer la inscripción, añeja pero legible. Laura y unas fechas. No pudo evitar sacar la cuenta. Quince años y pocos meses de vida. Un
escalofrío le recorrió la espalda. Giró para salir en busca del coche y
alejarse de ese cementerio para una única lápida, pero la niebla era tan densa
que no veía la puerta y acabó por chocar con la tapia de piedras, justo cuando
una voz de una niña, que sonaba angelical cantaba su nombre en una canción
infantil.
La voz era tan bella que se sentó
a escuchar. Entre las sombras, sin previo aviso, unas manos de niña, enfundadas en guantes de seda blancos se acercaban a su
rostro. No había nada tras esas manos, o
brazos, no supo precisar. Saltó la
tapia baja y consiguió ver, y luego montar en su coche, un bulto blanco entre la
niebla. Cuando arrancó la visibilidad se hizo perfecta, y al mirar atrás no vio
niebla alguna, sólo la silueta del cementerio especial.
No pudo cenar, pero se atrevió a preguntar en la fonda por la
suerte de Laura, la niña de la tapia en las afueras. El hostelero preguntó por
el segundo apellido de Luis, para tomar asiento después, y servirse un vaso de
vino. Usted no sabe que su abuela materna era bruja ¿no?