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domingo, 2 de octubre de 2011

El hacedor del bebedizo.


Conocí a un hombre sobre el que me habían hablado antes, por lo que la historia que voy a contar puede ser real, puede ser inventada, o tan sólo una leyenda, pero para mí está basada en la realidad. 

Se hace llamar Befranc aunque nadie sabe si es su verdadero nombre ya que en verdad es un tipo misterioso.  Ahora entiendo el rumor de que por sus venas corría sangre infantil, a pesar de ir cumpliendo años, pero justo en la misma proporción que sangre coagulada a pesar de estar tan vivo. Tendría unos cuarenta  y trece o poco más. Su piel era clara, sus lentes incuestionables, su delgadez indisimulada y un halo afable de elfo a media tarde le envolvía. Su cuerpo no impresionaba lo más mínimo, pero su mirada sí, sus risas un bastante, sus dibujos una enormidad y sus silencios y puntos suspensivos te invitaban invariablemente a la escucha.

No entendía el desencuentro entre los seres humanos. Para él la torre de Babel era un cuento chino y las razas un invento. Entendía que en el alma reina de día, pero gobierna la noche con timón fijo y destino por decidir.

Seguramente es cierto que pasó arduas jornadas entre libros y montañas de pergaminos , para hallar las fórmulas científicas que ayudasen a ser feliz, También pudiera ser que buscó  en diversas disciplinas y que, seguramente, cansado de no hallar en la química de la tabla periódica lo que andaba buscando, se internase en la alquimia y el arte de hacer brebajes, diseñando al fin un bebedizo para ofrecer en copa chica compuesto por: deseos de no mentirse en 3 noches de plenilunio, un ramito de albahaca rociada con besos de colibrí y un pellizco de risas desde el rincón de la infancia.
Nunca dio por acabada la fórmula, y siguió perfeccionándola  de trabajo a trabajo y de ciudad a ciudad,  año tras año, sintiéndose satisfecho siempre pero sabiendo que era mejorable cada día y día a día.

El bebedizo lo llevaba en una caja de nácar, pequeña y manejable, que cada mañana, mientras amanecía a la nueva vida que renacía en su corazón, desde el bolsillo, asomaba la nariz. El bebedizo, aún en esa cajita primorosa, siempre quería más vida, un poco más de esencia de vida, sólo un poquito más cada día y así aunque el contenido de la botellita no crecía nunca, jamás menguaba por más que le ofreciera a un hombre o a cien. Por más que dispersase incluso en rociador en el aire de blanca lucidez o de negra locura, no se modificaba su volumen: 2 mililitros de sustancia azulada que brillaba irisada a través del botellín. Ni uno más, ni uno menos. Exactamente lo que la vida le dio.

Dicen que antes llevaba una ocarina de madera y una esfera de obsidiana que a veces tocaba y que el bosque le podía responder. Pero yo no le vi con estos artefactos.

Cuentan que un día quiso configurar el curso y el caudal del riachuelo con un vaso de plástico azul. Primero recogía el agua y la analizaba y luego la regresaba al mismo río y al  mismo sitio. Estuvo todo el día confirmando que el agua parecía químicamente igual pero  no era la misma. Cuentan que al caer la noche se sintió observado por algo inmenso y plácido y que llenó el frasco  con el agua de ese "ahora", confeccionando con ella el famoso bebedizo.

Los ancianos del lugar recuerdan que en la mesa de la taberna dijo: -“Este pan está especialmente bueno, me resarce el paladar de tanta hambre”. Dicen que ya comido, y con una mirada recién estrenada, se sentó en un banco de piedra que había en esa plaza con su fuente de piedra en medio. Y que, a pesar de la gente, volvió la cabeza cuando el viento le preguntó- ¿” ya has llegado”?

Yo le he conocido y creo que, desde ese día, contesta cada mañana, como ante la  fuente…-”voy llegando”.



3 comentarios:

  1. Todos los ancianos del lugar se sentían en deuda con él, les dio de su pócima para curar sus males y para conseguir sus mozas, y así en este favor prestado, le tenían en alta estima, pues su vida fue feliz y fecunda.

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  2. Jocoso comentario, a fe mía, Alfred.
    Gracias. La pócima puede que funcione si uno cree en ella, sin duda.
    Un abrazo

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  3. Qué maravilla. El hombre sin edad alquimista llenó de fe y felicidad a las personas con las que se topó en la vida.

    Un beso enorme

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Ponen un gramo de humanidad. Gracias por leer.