Se dejó
caer
por el lado bueno de la cama,
notando cómo una manta de besos en cascada
iban recorriendo los pliegues a medida del avance
del sonido a cascabeles de agua y luz.
Cuando se sintió rodeada de besos en cortina,
besos de vainilla y de besos de frutas de un bosque azul,
se mantuvo en apnea lo justo para detener al fin los segundos.
Lo justo para que unos primeros rayos
la encontraran empapada
en un arco iris de manantiales,
tendidos al sol.
Vivía rodeando un cuello, en un nudo de artificio.
Enseñoreándose sobre un torso y abierto a las caricias de la brisa, de un mar con olas de chiribitas.
Se mantuvo a horcajadas de una pasión sin rumbo.
En un paquebote con vocación de Titanic. Atado a dos dudas y cuatro preguntas, hasta que llegaste tú.
Conservó el apresto y el perfume a madreselva.
Con esa convicción de vagabundo. Reteniendo entre sus hilos de negra seda, su afición a una locura por domar.
Pero cuando aterrizó en tu cintura... supo que era su casa grande y su patria chica. Este foulard no quiere ser un soneto. Quiere navegar entre las pestañas desu color negro, que sólo piden… soñar.
Me permito recordar que tal día como hoy, nacía Federico. Hace 115 años, como quien no quiere la cosa
Somos millones los que nos hemos alimentado en parte de su verbo. Lo repasaré más tarde, cuando la tarde alumbre los carbones de un día ido. Cuando el pasar y los pesares no permitan el olvido.
Yo misma escribí sobre una sangre de toro en la arena, y con vuestro permiso, amén de estar triste por los derroteros de la educación y la cultura en España, hoy el cuerpo me pide, muy serenamente, asomarme de nuevo a ese objetivo de una cámara de fotos del sentir. Del vivir...viviendo.
Se oyó el silencio.
El toro sobre la arena.
Acorralado escarba cegado por la luz intensa
de la madrugada presta.
Entre abanicos y redobles de una colorida orquesta.