Siguiendo la iniciativa de Dorotea, sobre impresiones naturales, mi aportación es la que sigue
Soy alta, lo sé, lo que me da una
perspectiva de la sabana más que amplia. Desde mi altura puedo distinguir a los
posibles predadores con más o menos antelación. Mi novio, en ese rato de
pasión, me dejó embarazada, sin que yo supusiera muy bien cómo iba eso de ser
madre. Pasó más de un año, y un día
noté los apremios de un parto inminente. No puedo agacharme, ni sentarme, así
que cuando cayó mi hijo desde una altura considerable pensé que se haría daño,
pero no. Pronto se puso de pie, ante mi asombro, y caminó hacia mis ubres.
Mi cría un día dejó de mamar, y
vi los problemas que tenía para beber del río. Abrió sus patitas en exceso,
bajó su cabeza, lentamente, y acabó en el río, lleno de barro ya, ante la
mirada de un cocodrilo joven, que, al oír el chapoteo se acercó. Estaba
aterrorizada pensando en que le atacaría, pero no, se limitó a ver cómo yo le
ayudaba a ponerse en pie. Los años pasaron, otras crías llegaron a mi vida,
seguí comiendo los frutos o espinas de lo alto de los árboles y un día vi una
jirafa hablando con un cocodrilo enorme. Se me despertó el instinto maternal, y
le empujé para separarle del reptil, pero cuando me miró supe que era mi primer
hijo. Poco más tarde le vi peleando, con los cuellos, con un contrincante.
Quería montar a una hembra joven, como un día fui yo.
Desde mi atalaya, me pongo a
pensar, ahora, llegando a la vejez, en
la vida, sus ciclos, sus estaciones, y encontrando que ya he cumplido mi misión
aquí, voy buscando una manada de leones que pueda ponerme fin.
Palabras: 288