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Foto tomada de Internet |
Juan quería permanecer en ese vacío tan lleno de actividades trepidantes, aún carente de calor nocturno. Descubrió en una red social un enorme tráfico de usuarios, y una tarde, de forma natural, y sin intención previa alguna, comenzó a comunicarse en mensajes privados con una mujer amarrada a la foto de una flor de lis.
Resultó ser demasiado joven, extremadamente visceral y nada dada a conversaciones de calado reflexivo. No llegó a darle ningún dato personal, ni contempló opción de comunicación más cercano, ni más natural. Con ese primer experimento, no obstante, se le despertaron las ganas de mantener contactos con mujeres, de esa forma anónima y exclusivamente en forma virtual.
Los meses dejando aterrizar a otras usuarias, por el mismo sendero de sus inmensas ganas de comunicarse y su nula capacidad para un cuerpo a cuerpo. Descubrió también que darse de alta en una dirección de mail para cada una, era una forma de dar visos de realidad a las relaciones virtuales.
Las hojas del calendario siguieron su deshojar paulatino e implacable. Las usuarias aparecían, él contactaba con dosis de humor ascendente y frases caducadas. Veía con agrado cómo podía mantener una relación ficticia de amistad especial y única con cada una. Cuando acababa la partida, ellas conservaban un mail y en algunos casos hasta un número de teléfono de un solo uso, comprado para la ocasión, en la sección de telefonía de un Carrefour cercano. Ambos nexos eran dados de baja, ya que eran configurados o contratados al efecto para cada una de ellas.
Como a veces los cálculos de movimientos se tuercen por factores imprevistos, llegó a la red un día una mujer, que se prestó a escucharle en las reflexiones gestadas en su soledad.
Los relojes sufrieron una avería, los trayectos neurológicos se trenzaron como cables mal dispuestos y la mente analítica de Juan tropezó con su deseo de esquivar lo imponderable.
Cometió un error, uno sólo. En un céntrico café, con más curiosidad que deseo de cambiar nada en su forma de operar, se vio sentado con un diario deportivo en la mano. Descubrió, sorprendido, que lo virtual se había escapado del tablero: una dama avanzaba por la diagonal blanca.
Entre una densa neblina resonó, inequívoca, la frase que él solía pronunciar: jaque mate.
Ahora él la imagina jugando en partidas de mayor nivel de dificultad, y sólo desea que esa alumna aplicada no se cruce en los sesenta y cuatro cuadrados de baldosas que le quedan por vivir.