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viernes, 30 de noviembre de 2018

Sospechas y sorpresas.


Regresaba de Soria. Con sus padres había discutido, por enésima vez. Confirmó que Joan tenía desconectado el móvil. Aparcó con un suspiro y en el bolso rebuscó, en vano, el maldito llavín del trébol de cuatro hojas. Empapada y hambrienta llamó al timbre. Esperó unos minutos, que bajo la lluvia le parecieron siglos. El hambre y la lluvia le azuzaban el ánimo, y pronto empezó a nadar entre presagios y malos augurios. Miró arriba de nuevo. La ventana parecía abierta, pero no había luz. Llamó una última vez al timbre antes de llamar al interfono de la vecina. No había de otra que pedir a doña fisgona que le dejase pasar por el patio de luces. Su galería estaba siempre abierta, así que respiró hondo, y atusándose el pelo llamó al timbre del tercer piso derecha,  asomando una sonrisa tímida e impostada. Tras una explicación sucinta, se vio a sí misma saltando de ventana a ventana por la galería. La lluvia dificultaba el proceso, pero no menos que los gritos de Doña Obdulia, la vecina, quien, apostada en su ventana, y con la excusa de la seguridad, le toqueteó las nalgas a conciencia. 

Entró en su terraza, clavándose la punta del tendedero en el hombro izquierdo. Disimuló el dolor mientras agradecía a la vecina, por la ayuda brindada, y, entrando en la cocina, suspiró hondo. Caminó con sigilo por el corredor, notando cómo sus latidos se aceleraban a medida que se acercaba a la puerta cerrada del cuarto, a través de la cual, se distinguía el sonido inconfundible de jadeos entrecortados.

Contuvo el aliento, llegando al fín a la puerta. Se detuvo un segundo antes de abrir, para pensar qué decir o qué hacer si tras la puerta le esperaba la conversión en certeza de lo que hasta ahora era simple sospecha. Tras recuperar un ritmo cardíaco normal, abrió decidida, y se encendió la luz. 

Allí estaba Joan, su hermana, su cuñado y Lola, su compañera. Con gorros de papel y matasuegras en los labios sonreían y gritaban a la vez ¡Feliz cumpleaños!. Dios qué susto, gritó. Miró el reloj: eran las 0,37,  así que ya era día quince. Cumplía cuarenta años, y no tenía la menor idea de qué hacer. Tras tragarse el discurso que habían preparado, apoyada en la puerta, improvisando una sonrisa, saludó a todo el mundo sin poder olvidar las sospechas que llevaba tanto tiempo arrastrando, porque la manera en que Joan miraba a Lola era sospechosa, más desde la Nochevieja, en que desaparecieron tantas horas. Tomó la decisión que le nació del corazón sin pasar por las razones: Recordando la conversación con el domador del circo que estaba en su ciudad desde el martes, brindó con todos, les besó y tras cortar y repartir la tarta, comunicó que había decidido dar un giro a su vida. 

Mañana sin falta partiría a embarcarse en un sueño largamente acariciado. Anunció. Le habían ofrecido el puesto de trapecista humorística suplente en el archiconocido Circus Popoff, e iba a aceptar. Observó las caras de escepticismo, pero lo tuvo claro desde joven, el humor y el circo serían su trabajo. Ni la carrera, ni el Master, ni el matrimonio, ni el piso, ni el coche le hicieron olvidar lo que en Soria había vivido en su juventud.  El Circo Popoff, cada Junio, sin falta, la sumergía en el sueño de poder trabajar en él. Esta vez, una nueva oportunidad del destino, podría cristalizarse en conseguir su objetivo juvenil.

Viernes en sintonía I


Me uno la iniciativa de Ester, viernes hasta Enero

Mi aportación
                                         Lagos del parque Nacional de los Picos de Europa

Silencio y verde
montañas sobre el agua
Picos de Europa

Nota. En Julio tenía previsto ir a Córdoba, pero el calor me acobardó. El cambio a Asturias y Cantabria me desveló los secretos de las querencias tan arraigadas de sus habitantes.
Córdoba caerá el próximo puente, si no hay imprevistos. Espero que me sorprenda tan gratamente como estos paisajes norteños.



jueves, 29 de noviembre de 2018

Escribiendo

Imagen de Google

Llevo un rato contemplando, absorta, la pantallita del portátil. He abierto un nuevo documento word. De pronto, aparece una letra. Luego otra. Las siguen más y más. palabras. Luego se van formando frases, acabando por ser expresiones con estructura gramatical. Son párrafos que reflejan ideas, o sentimientos, o historias, inventadas casi siempre.

Qué curioso: yo juraría que eran mis dedos los que se movían al mismo ritmo en el que iban apareciendo esas letras y esos signos. Más curioso aún es comprobar que los pensamientos se transforman en este texto que justo ahora concluyo  

máquina de escribir, Jerry Lewis

martes, 27 de noviembre de 2018

Los tertulianos

Imagen de Google. 


Se había puesto un pantalón de cintura baja, un suéter negro de cuello alto y unas zapatillas. De incógnito total se situó a prudente distancia de la tertulia televisiva. Tal como sospechaba, sus supuestos amigos murmuraban de él. En realidad le despellejaban vivo cuando no estaba. Se fue al lavabo  y regresó, ya al natural, siendo acogido con falso fervor y vil camaradería. Qué hatajo de hipócritas, se dijo.
Lo peor fue cuando él empezó a hablar mal de sí mismo. El grupo entonces, como una sola persona, saltó indignado, echándole en cara que no podían consentir oír hablar así de un amigo delante de ellos, y menos estando él presente.
Los encontronazos fueron a más. La acritud era palpable, parecía que podía cortarse, formaba una especie de nube por encima de las cabezas , casi visible cuando se pusieron en marcha las cámaras, para grabar el programa. Cada uno empezó a hablar mal, tanto de sí mismo como de los demás. Tanta crítica y autocrítica llevó a los tertulianos a un estado tal, que ya no sabían si al ejercer la crítica se criticaban a sí mismos o a los demás. Seguramente tampoco importaba. La cuestión era criticar.

Una y otra vez


Desearía poder detener mi corazón, porque mis latidos no me delaten. Oigo al otro lado de mis latidos, un rumor de pasos sobre la hojarasca.  Cada vez más cerca. A través de ríos de negras nubes, bajo las copas de hojas temblando antes de desprenderse,  un fugaz destello de luna baña la bruna del bosque. Creo reconocer tu cara, tu gesto, tus andares. El tarareo de tu voz, en una canción que no supe reconocer. parece sumarse a los sonidos de la montaña otoñal. Dudo entre agazaparme tras un tronco, o salir a tu encuentro, o  salir en busca de tu recuerdo. Me quedo inmóvil, oyendo la frecuencia de mi taquicardia. Contengo la respiración

Tras unos minutos, el todo de inquietud y añoranza  desaparece. Los pasos se alejan, lentamente. Tu silueta, tus andares y tu tarareo dejan paso a la realidad del hoy.  Paso a paso mi corazón vuelve al ritmo del otoño de mi tórax. Después, el silencio. Hasta el próximo otoño. Seguramente.


Time after time, Eva Cassidy

domingo, 25 de noviembre de 2018

Encadenado con Alfred 4

No usábamos imágenes entonces, y esta me encantó. De Internet

P.
  La sonrisa en la boca, la falda al viento. El manillar con un timbre y ese cestillo de mimbre. Abriendo el paseo, con sus pedales. Iluminaba el aire con sus movimientos, adaptados a una canción. Los auriculares blancos rompían el negro azabache de su melena. Me enamoró su luz

A Resplandecía su sonrisa ante un matojo de cabellos rizados al viento, su acompasado pedaleo, marcado por la canción le obligaba a un sobre esfuerzo, que le llenaba de vida...

P. desde las puntas de los pies a los latidos de su corazón en la subida. Con el ritmo de un sonido abierto a la claridad de su cintura, cimbreando sobre el sillín de negro cuero.,,,

A. esa música rítmica, que le marcaba el paso, y le conducía por un camino entre el deporte y la distracción, con unas faldas como banderas de una juventud inacabable, enamorando a los paseantes que compartían su meta

P. La misma que cada viandante guardaba en su propio corazón: saberse vivo, sentir el aire, amanecer despacio y disfrutar del pedaleo de la vida, por cada avenida que se iba tendiendo ante cada uno. Buscando el paso, a pedales o zapatillas gastadas. Haciendo camino a la vida.

A. un camino, que sólo necesita un buen y decidido pedaleo, con la suficiente fuerza para no decaer en el recorrido escogido, con unas piernas moviéndose sin descanso, para conseguir un sueño.,,

P que perdure más allá del verano. Que se retrase en cada hilo de noche, que llegue al otoño y no ceje en su línea de color, que ofrezca la fragancia de sentirse...

A sentado en un pretil de la carretera, con la cara enrojecida por el calor y el esfuerzo del pedaleo, con la meta de llegar a la playa postergada, esperando reponer fuerzas, veo pasar como una exhalación, la bella imagen de una ciclista, con melena y faldas acompasadas al viento.

P. Esa chica, que tras verte, dice adiós, girando con ello su cara, que sigue sonriendo al sol. Gracias por jugar.

A. Mientras embobado, con una sonrisa que se queda pétrea, la ve alejarse, le dice adiós con la mano y se presta a seguirla, con el corazón





sábado, 24 de noviembre de 2018

Ahora, y ¿por qué no?


Imagen tomada de Google

Ahora que has transitado los lugares que creíste más acertados. Que has evitado charcos de delirio y trampas de grandeza. Que has sobrevivido al vacío, y te has intentado mantener atado al suelo, descubres que los últimos puñetazos del ring de la vida, han podido contigo. Has caído. Quieres darte vuelta sobre las costuras, como un calcetín, porque sabes que el tejido de tu esencia sigue intacto, pero no es fácil, ni permite prisas.

Ahora, que el corazón sigue latiendo, y las neuronas bailando el vals de las noches vacías, sólo puedes pensar en llenarlas de nuevo, en abrumar al olvido, y a la soledad persistente, con tus ganas de seguir en pie, dirigiendo tus pasos a algún lugar donde no importe de donde se venga ni hacia dónde se vaya. Habrá más noches en las que pensarás ser feliz por estar acompañado, sin entender, una vez más, que el son al que bailas, al final, es el ritmo que marca tu respiración entrecortada, tu pulso, alterado casi siempre, por las prisas en encontrar algún resquicio de luz, alguna señal que te ayude a recuperar los pasos perdidos, a encauzar de nuevo el timón de tu deriva y la libertad de gozar del aire en tu rostro, en la aurora de otro día, irrepetible.

Ahora que un nuevo amanecer ha surgido, entre la nada espesa del calendario, para avisarte de que, a pesar de todo, merece la pena seguir caminando y abrir los ojos. Ahora, que has de volver a inventar el destino, la jugada, la postura y el acierto de ser dueño de este día. Ahora, que en tu locura de creerte invencible, te ves capaz de mirar de frente a todas las derrotas pasadas.

Ahora que te ves con fuerzas para  luchar contra todo lo que apuesta por echarte de la partida, por marchitar tus sueños y esperanzas, nuevamente. Ahora que sabes que no bajarás la testuz por penúltima vez, que no hay atajos ni artificios de farmacopea para llegar hasta dentro de ti mismo, y sientes la necesidad de recuperar las ganas de seguir en pie, a pesar de las zancadillas del destino. 

Ahora puedes emprender el viaje más duro de tu vida. No está en mapa alguno, ni hay agencia de viaje que te ofrezca ese estado de gracia que buscaste. En ese devenir del tiempo, acompasado, de las estaciones de nuestra alma, es donde está el "tempo" acorde a tu armonía interior,  y nadie puede darte ese billete, ni necesitas maleta para emprenderlo. Basta con que te abroches el cinturón, por si vienen curvas. Otras curvas.

Mi homenaje a Freddie Mercury. Hoy hace 27 años que murió

jueves, 22 de noviembre de 2018

Mirando al mar

Tomado de Google


Sus cabellos sedosos, adornados con corales, fue su primera visión al sentarse en las rocas. Tuvo la sensación de que una especie de perlas, bordeando su cuerpo, emitían una luz imposible de plasmar. Las estrellas de mar, y los caballitos alados del fondo marino, rozaban su cuerpo, de virgen de sal. Ahí, encorada a poca profundidad, como un navío varado, tenía, a ojos de Luis,  la claridad especial que sólo poseen las mujeres desnudas, en la oscuridad del plenilunio. Sentía que ante ella, su mirada se relajaba, y podía, en ese instante, disfrutar de verdad, del firmamento estrellado. Al fin podía soltar una risa cómplice al destino, que se abría ante sus ojos, abierto y con vocación de largo recorrido.
Esa mujer era como sueño de presente,  que podía desvanecerse en cada arrebato de viento del norte o en cada zancadilla del viento del sur. Parecía mecerse al compás del ritmo de su propio corazón, ya  afinado a los latidos de su voluntad.

La mujer de mar, que no sirena, llevaba un rato mirando el horizonte teñido de luz de luna. Venía de guerras ganadas al olvido, y se sentía firme en la arena, afianzada en una certeza serena. Alejada de cualquier duda cotidiana, a cubierto de interrogantes y chaparrones de ilusiones pasajeras, estaba en calma. Se dejaba bañar por el mar en esa puesta de sol que alargó hasta entrada la noche. Se sentía triunfante al fin de su propia guerra donde, como es sabido, a  veces ganas y a veces pierdes. No cabía, en ese momento de su vida, más que enarbolar el estandarte de la libertad, imaginaria. Ella era una estatua de la libertad sin antorcha en mano alguna, que, ajena a la mirada de un Luis abierto en carne viva, sonreía a la luna de los sueños, testigo de tal instante, tan merecido, de paz con cielo, de salitre con mar, de sentir unas alas que elevar.

Las miradas se cruzaron al fin, y como prestidigitador de ilusiones, Luis pudo pulsar en su cuerpo el botón de los buenos sueños. Se enredaron, sin palabras, siempre engañosas, en un abrazo blanco y sin esquinas, donde poder dormir sin pesadillas, como cuando no existía desazón en ninguno de los dos mundos, al fin cercanos, al fin posibles de sincronizar.

Viaje inolvidable


Siguiendo una iniciativa juevera de El viaje de tu vida, Alberto

Desde muy niña tenía la obsesión de ir a Egipto. Los faraones, con su magia milenaria, de alguna manera me cazaron el año pasado.  Todo lo que pueda contar sobre el viaje, ya lo habrán escuchado. No esperaba, sin embargo,  tanta suciedad, ni la ausencia de semáforos,  ni la persecución de vendedores. La tarde sin actividad programada fuimos  a pasear. Delante iba un limpiabotas, con su equipo, y se le cayó una caja circular de betún, que rodó hasta mis pies. 

Un viajero y yo, amablemente lo recogimos. Le llamé, para dárselo. Él, muy agradecido, se ofreció, por gratitud, a limpiarme los zapatos, y por yo, por condescendencia, ya que eran unos zapatos cómodos pero muy viejos, le dije que si. Despues, automaticamente, lo hizo con los de mi acompañante  Al acabar,  decidimos darle unas monedas de euro cada uno. Enfadado pedía diez dólares por cada par de zapatos, gesticulando, y pronunciando en un español pasable los exabruptos que conocía en nuestro idioma. Le dimos un billete de diez euros, pero seguía vociferando. Hice ver que un policía estaba cerca y grité ¡Police, help!. El tipo se largó a la carrera, pero  la anécdota nos sirvió para muchos ratos de charla en el barco del viaje programado.

Por si les apetece, un texto, ficticio, de unas vacaciones para olvidar. EL cairo, lugar al que volvería

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Poema perdido

Imagen de Aguirrefotox

Pedro sabía que aun en el cesto de la basura, ese poema de rimas con confeti, de frases con azúcar y de guiños a las musas, pervivía en su memoria, por más que hubiera perdido la inspiración, la sopa le hubiera salido más sosa de lo habitual y un calambre en la pantorrilla le hiciera cojear por el pasillo. 

Necesitaba ganar un premio de verdad, uno importante y de renombre, que nutriera su sed de abrirse al mundo de las palabras, su hambre de saberse  poseedor de la gran verdad, componiendo versos inverosímiles, redondos e incuestionables. Necesitaba ser su propia musa, con sus propios ritmos y aleteos alrededor de sus oídos. Necesitaba un espejo encantado, un rincón de brillantes luces, un recodo con luciérnagas bailarinas, una mesita de luz con chocolate, una silla de luna y oropeles, un lugar donde quedarse a componer sin distracciones.

Buscó por todas partes. Incluso bajo la montañita de ropa por lavar. Entre sábanas y calzoncillos, servilletas y calcetines, era imposible distinguir los sonetos de los pareados, las camisetas de las alegorías y el cajetín de detergente, de las rimas asonantes. Ante la puerta abierta de la lavadora se sintió mareado. Al intuir un centrifugado, con unos movimientos similares a ese centrifugado de mil revoluciones por minuto, se sintió revolucionado el propio escritor, o revolucionario, o tal vez como un simple beodo bajo un farol. Se sentó en el suelo. En ese estado desquiciado se rindió  a la evidencia. No era  poeta,  y el plazo para el premio Manuel Alcántara había finalizado hacía un mes. La papelera del portátil había producido, por su cuenta, la mágica desaparición del único poema memorable de tan despistado poeta en ciernes. 

lunes, 19 de noviembre de 2018

Ríos de palabras

Tomado de Google


El laureado novelista había envejecido. Año tras año había llenado su universo de bellezas subliminales, de alegorías invisibles y de metáforas inmejorables. Un día le preguntaron:¿en qué te has inspirado? En su demencia senil no consiguió expresarse. Sólo él sabía que su mundo, de perfumes, de laberintos, de pieles y de ecos primordiales, carecía de lógica cartesiana alguna, por lo que no necesitaba justificarse. Tampoco recordaba cuál era la pregunta que quería contestar.

Se sentó con lápiz y papel, ante el mar. Las olas rompían en millones de estrellas, que jugaban con sus recuerdos y con las palabras usadas, para arrastrarlos por siempre al mar. Sin volver la vista atrás, empezó a dibujar fonemas y quimeras. Jugaba con las palabras, mimándolas, acariciándolas. Las iba tiñendo de colores, pero éstas, traviesas, empezaban a bailar en prodigiosas combinaciones y fuegos de artificio sin cuartel. Se entremezclaban y recombinaban, enloquecidas, formando madejas cada vez más intricadas, hasta que acabaron por pesarle sobre el pecho, como si una inmensa bola de papel arrugado fuese una esfera de plomo sobre su corazón

Atrapado bajo toneladas de metáforas y metonimias, apenas respirando y con la sensación de un ahogo postrero, desterrado ya del brillante mundo de las expresiones majestuosas o genialidades literarias, cerró los ojos. Poco a poco, notó que no estaba solo. En esa aparente oscuridad, que le iba tragando, surgieron bellas y sencillas expresiones, significados literales y frases directas. Con la imagen en su retina, de una mujer que creía recordar pronunció un “te quiero” , y se dejó llevar por una corriente de palabras, que como un río de agua limpia, le llevaban al  más allá.




viernes, 16 de noviembre de 2018

Si yo supiera

Imagen de Aguirrefotox

A veces pienso en el tiempo. 
Por ejemplo, me pongo a filosofar que si pudiera retrasar el tiempo, me gustaría volver, con mis amigas de bachiller,  a aquel bar belga de Glasgow, donde, entre mejillones y patatas fritas, inaugurando pasaporte y sensación de ser adultas,  nos reíamos de ese no entender ni jota de inglés, ni siquiera en la carta de algún McDonald's. O me daría por rescatar, si pudiera retrasar el tiempo, los aromas y brisas, las faldas y la valentía de  esos paseos entre las gaviotas, devoradoras de hamburguesas mordisqueadas, de Bristol. En siete días enlazamos birras y confidencias, compartimos maquillaje y esperanzas. Nos abrimos a un mundo más libre y menos mojigato, y supimos calcular que la oportunidad de oro se nos escaparía de las manos como la arena entre los dedos. Luego la vida nos dio la razón, y no nos hemos vuelto a encontrar.

Otras veces pienso en los vericuetos de los momentos. 
Por ejemplo, si pudiera detener el tiempo, congelarlo y volverlo a vivir, volvería a sentir a mi hijo por vez primera, en ese acurrucarse al calor de mi cuerpo. O, si pudiera detener el tiempo, repescaría la piel de mis labios dándote el primer beso, aquella tarde de mayo, a la salida del cine, en  la esquina cercana  a mi casa donde nos despedimos tantos meses.  Si yo pudiera, si yo supiera, tendría una cajita mágica, como las de metal de aquellas  galletas, con el primer beso de amor, o con el primer paso de mi hijo, o con el primer día que compartí sábanas e inquietud, o tantas primeras veces que no se´si supe guardar.

El paso del tiempo me ha enseñado que es difícil entender que esa puerta a la adultez sirvió para seguir creciendo, y que necesariamente tenía que quedar atrás. Que el primer paso de un hijo, da paso a unas zapatillas del cuarenta y tres, que un beso, lejano. no enseña cuántos besos caben en la boca. Pero la caja de galletas, la mente en el recuerdo, juega al escondite con el tiempo algunos ratos, y es entonces cuando uno quisiera haber sabido preservar del olvido tantas efímeras vivencias.

Haciendo encadenados




Me he sentado nuevamente, sobre unas aguas blancas, de papiro en ciernes. Me relajo en los suspiros de ese aire en los pulmones que aún retengo, y revivo la cadencia de mis labios por la superficie de las palabras. Esas que desabrochas con tus dedos, de pianista embelesado,  y yo atesoro entre mis manos. Recojo hasta las migajas de esas palabras entrelazadas, que nos alientan a seguir, con sumo cuidado, por no romper el momento de la mágica velada. 

La ilusión de que la lluvia de fonemas se convierta en un  canto de rocío recreado, partiendo de la nada, me sigue pareciendo un arte de complicidad innata.  Sin imposturas, el anhelo se construye con argamasa de deseos, para imaginar presencias, a través de las palabras, prendidas, como manzanas, de  un árbol de la vida que nos cobija. Como un fruto maduro, aun sin pasado, los encadenados se tejen, con el albor de la voz en tinta china. Ilusiones nuevas, desnudas, sin moratones, cargando las baterías, con sabor a la alegría de saber que, en los rincones, se alimentan los sabores de una amistad compartida.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Barbero profesional en jueves

Tomado de Google

Siguiendo una iniciativa de El TRABAJO, UNA MALDICIÓN BÍBLICA

Mi padre era barbero  y mi abuelo también lo fue. Desde pequeño he vivido en la barbería del barrio. Mi casa estaba justo encima de ella. Conserva el cartel giratorio rojo y blanco anclado en la pared. Aunque me he deshecho de muchas cosas, sigo conservando ese cilindro bicolor que era mi guía cuando regresaba a casa, y el sillón para niños que tanto esfuerzo le costó encontrar a mi padre. Cuando lo trajeron, yo tenía unos cinco años. Tiene forma de caballito de carrusel. Es negro, musculado, brioso y altivo, y sigue hipnotizando a los niños, cuando conseguimos que se monten en su grupa. Me es útil para poder cortarles el pelo sin que se muevan demasiado. Está deteriorado por los flancos, por espuelas invisibles, pero sigue imponiendo su perfil desde el rincón.

Cuando unos meses después de una tentación ante un cliente, que requería un afeitado apurado y que me dejó un aroma a pecado,  llegó otro joven, rubio, me regaló un rato impagable. Me sorprendió que solicitara afeitado y corte de pelo, por esa barba no compactada aún, por  la falta de mayor madurez, y por ese color  tan claro, inusual..

Era bellísimo. Su perfil contra la claridad de la ventana era perfecto. La nariz recta, en ese rostro joven y sano era impensable en mi barrio. No pude demorarme más en el corte de pelo, porque empezó a mirar el reloj, que marcaba la una, hora que suelo cerrar para comer, y me explicó que había de tomar un avión a las cinco. Cuando le puse la toalla caliente, tapando con ella sus ojos, y su nariz, y su barbilla perfectas, me senté sobre el caballo negro. Por mirarle. Desde la grupa de mi alazán de la infancia le contemplé. Ante el impulso de acercarme me contuve lo que pude, y sólo cuando no podía evitarlo más, me acerqué, con la navaja en mi mano, que brillaba con destellos ante un sol que orillaba la ventana. Estaba con las cortinas abiertas, y podía ver la calle, con sus mil ruidos, y movimientos de regreso a casa de los niños del colegio cercano. Tomé su carnet y apunté sus datos. No sabría decir por qué. Lo cierto es que guardo en el bolsillo de mi bata un papel doblado.

Ante la tentación de acercarme con la navaja a su cuello, la tiré contra la pared, con tan mala fortuna que impactó en la esquina del mueble de los afeites y lociones, rebotando luego hasta la grupa del caballo de cartón piedra, produciendo un áspero sonido a madera carcomida. Con el golpe, el joven se incorporó, quitándose la toalla de la cara bruscamente, y saliendo de mi barbería,  amenazando con ir a la policía.

Me asomé a la calle, y pude ver que hacía gestos a un taxi que pasaba a unos metros. No llegó a mirar atrás en ningún momento. Seguramente fue directo al aeropuerto, pero, aunque se fue sin pagar el mejor corte de pelo que jamás volverá a tener sobre sus facciones de príncipe al galope, no sabrá nunca que yo sé dónde vive. Yo haré porque no sepa jamás quién le despertará un día, con una navaja en el cuello mientras le contempla dormir. 



La música y el silencio



Escucho, mientras la mañana se levanta, mientras el café se acomoda en mi estómago y me activa las neuronas, mientras los planes se dibujan en la maraña de otoño, hoy nublado. Qué contraste esta belleza, qué armonioso diálogo de piano, violín y violoncello. Qué bellísimas frases musicales, punto y contrapunto en esta pieza, donde tres voces conversan. 
Luego tal vez sea un noticiario, u otros eventos cotidianos los que se impongan, y frente al arco iris de  esencia musical, ya digerido, que eleva el espíritu, me daré de bruces con el rastrero ruido de fondo que sin apenas darnos cuenta, nos invade, nos rebaja y malea el equilibrio precario de nuestro silencio interior.
Identificamos el silencio, en nuestra mente, algo así  como un cuarto vacío y oscuro, donde no existen ruido , ni voces, algo así como una boca abierta que no emite sonido,o un oído cerrado, o que se esconde entre el bullicio. Tal vez lo imaginamos como unos  puntos. Suspensivos.

Con esta   música. Beethoven, hoy he roto mi silencio.





martes, 13 de noviembre de 2018

Las aventuras de la princesa calva


Había un programa, hace mucho, con la tele en blanco y negro, que se llamaba la unión hace la fuerza  y como lema considero que es una verdad incuestionable. Hasta para los momentos duros, saberse acompañado produce un cierto alivio. Los micromecenazgos son una fórmula más que digna de realizar los proyectos, y este es un gran proyecto, con el que me solidarizo

Hoy os dejo un enlace que me gustaría que cuando entréis en él lo hagáis con la ilusión de ¡Voy a hacer algo fantástico! Es importante, es la oportunidad de ayudar a una buena causa. El puñetero cáncer entra en muchas casas y a veces se acurruca en los más pequeños.
Un amigo bloguero pide solidaridad, otro ya ha acudido en su ayuda haciendo público también en su blog lo mismo que hago yo ahora y me encantaría que lo imitarais, que lo copiarais en vuestros blogs. Hace algún tiempo ya lo hicimos cuando una bloguera amiga nos lo propuso esperando que un amigo pudiera publicar su libro y lo conseguimos entre todos.
Por favor entrar en los enlaces azules, son tres.
Gracias porque sé que esto será un éxito entre todos. 
Siguiendo la iniciativa de Ester

domingo, 11 de noviembre de 2018

Con la maleta preparada


Elena le dijo- "los cambios son tu oportunidad para avanzar”, poniendo una maleta en la puerta y recogiendo las llaves de su casa.  Luis entendió, en el frío de la madrugada, con el equipaje entre las piernas, los pies agarrotados y el corazón en un puño, que mañana tal vez  entendería mejor,  pero de momento, para entrar en calor, pidió un carajillo de ron Pujol. El calor del licor, deslizándose por su garganta, le devolvió la cantidad justa de sosiego y templanza como para procesar las palabras de su amada musa, que seguían resonando en su cabeza. Siempre había sentido pavor por los cambios, pero aquella vez entendió que mejor este cambio por enfrentar, que mil mentiras a medias por disimular. Se quedó un  rato en el bar de los madrugadores, acechando la rendija de su propio corazón, para encontrar en él lo que Elena ya sabía y que él seguía negándose.

Había intentado navegar a contracorriente, y labrarse un destino que no difiriera apenas de sus sueños, y se había extraviado en el intento. Ahora pretendía mantener abiertas tanto la puerta a la esperanza, como sus arterias a la sangre latiente. Como serpiente en muda, debería romperse la piel, para crecer, porque el horizonte a corto plazo es corto de vista y lerdo de piernas. Por una vez, cual Ave Fénix victoriosa, estaba decidido a renacer de unas cenizas -todavía rescoldos- que le quemaban la piel y las dudas hacia sí mismo.

Se sintió más fuerte con el segundo carajillo. Los habituales iban entrando y saliendo del bar, mientras el sol iba ganando la batalla a esa noche de pesadilla hecha realidad. Ahí, sentado, y con su café aderezado, en la mesa de mármol, se vió capaz de sacudir las alas y el alma, para echarse a volar, hacia horizontes más claros, donde cielo y  mar conformen para él un espectáculo de estrellas, aún por abrirse, en la bóveda nocturna de una playa que conoce. La de Palafrugell,  tan sólo para él. Mirando la maleta, se vistió en la imaginación, de algas sedosas, de conchas planas y caracolas voluptuosas. Dejaría atrás,  por fin, lastres repetitivos, pesados abalorios, y convivencias cansinas en las que ellas huían de él . Dejaría  atrás mujeres que tal vez le habían amado, espejismos de  victorias, aburrimientos ociosos y derrotas que jamás volverían a peinar sus mañanas. Dejaría atrás todo lo que un día amó, incluyendo a Elena. 

Sólo ella había entendido que esa procastinación, esas excusas empecinadas y cambiantes, no eran más que miedo a no poder tener éxito con su vocación de pintor. Le había faltado empuje y empeño. Nunca creyó que le faltase talento, pero ahora, cuando el reloj se acercaba a la partida de un tren hacia la costa Brava, se levantaría de la silla y partiría hacia el apartamento con vistas al mar, al que casi nunca iba, para darse, esta vez sí, con nuevas pinturas al óleo, una segunda oportunidad.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Mujer de blanco III


Han pasado unas semanas, y Lola saluda al nuevo día, intentando vencer a los destinos borrosos de los sueños, y a los cebos lanzados por el pesado silencio del tiempo sin noticias. Despierta y despedaza, a zarpazos, la bruma, con las fuerzas recopiladas en ese sueño alborozado que aún no se ha borrado de su mente. Si no recuerda mal, debían encontrarse hoy. Se maquilla con esmero, confirma que el tobillo se ha curado y se calza unos zapatos de escandaloso tacón. Poco antes de abrir la puerta oye la lluvia en los cristales. Luis ha tomado el tren correcto para llegar puntual a la cita del sueño con guisantes y la mujer de arroz con leche.
Con botas katiuskas blancas y brillantes, en la entrada del Metro, Lola ríe, baila y salta a pesar de la tormenta.  Cuando cree entrever, con gabardina de cuello levantado, a ese comentarista de lecturas, su risa esboza un sinfín de colorido, como un arco iris de otoño, como un ramillete de gotas de rocío.
Se abrazan en la lluvia.
-Qué belleza ver tu sonrisa amplia, serena y firme. Qué alegría sentir en mi piel tu risa como canto acompasado, y lleno de intenciones- dice Luis, aún incrédulo ante tamaña suerte de haber recordado, con precisión de cirujano, el sueño de hace tantos días.

Comparten las miradas en esa mañana fría y grisácea, se arrastran a mirar donde el otro mira, a ese lugar difuso donde confluyen los rayos perdidos del caleidoscopio que compran en un quiosco del trasbordo. La risa de ambos se abre fresca, entre los titulares grises como el plomo, de la prensa cotidiana. Se abre sonora como el eco de aquellas palabras que gritaron, ante unos guisantes saltarines, un mediodía gris,  como éste, y que aún hoy resuena por los rincones recónditos del edén construido. Ese fabricado contra la corriente y la marea, apoyándose tan solo en  las notas de un violín de un virtuoso del Metro.

Prosiguen la aventura hacía el descubrimiento de lo que no tiene límites, ni los ha tenido jamás, desde que se vieron por vez primera.  Quieren ir hacia el desdibujado final del firmamento, hacia el punto exacto en el que se difumina la frontera que divide los sueños y la realidad, porque así y sólo así, podrán deambular por los mundos oníricos que se abrieron ante sus ojos, aquella tarde de Noviembre en Barcelona, en el piso de Lola.

Se miran, nuevamente. Abducidos por la lluvia, resulta grato y conveniente que Lola lleve un paraguas verde y grande, y que sus ojos de miel le invitaran, otra vez,  a salir de su brazo bajo esa lluvia fiera y otoñal. Quieren recorrer los caminos empedrados de estrellas ya extinguidas. Lola, sin cojera alguna, se deja embriagar por el olor de las palabras y el sabor de la sonrisa de Luis. Caminan por callejas semidesiertas, atrapando el tiempo, olvidando prisas y pausas, liberándose de los agobios, ella, y de las cuitas, él. El barrio Gótico les da la bienvenida,  con una lluvia más calmada.

La lluvia les trae cosquillas en los hombros, y hasta el paladar les regala un regusto dulce, salado, desacompasado y terso de aquel primer beso aventurado y furtivo. El de ahora, que casi lanzan al viento, mientras por las estrechas aceras, la gente les mira con envidia pero con mohín altivo, les trae la certeza de una buena sintonía. 

Van al piso de Lola, donde entran al laberinto que ya conocen, y del que saben que podrán salir. Enredada en la coherencia de su hombro, y en la miel de su mirada, ella sabe que podrá seguir cantando bajo la lluvia, mientras admira, hipnotizada, el modo en que surca Luis los aguaceros y las brumas, y desea confirmar cómo cada día,  a partir de ese momento, desafiarán, juntos, a las trampas del destino y a las tormentas por llegar.

Fin. Lamento que pareciera un texto por entregas, pero esta microhistoria de Lola y Luis se ha ido gestando a petición de ellos, a golpes de necesidad por ser publicada,  a pesar de ser pura ficción. 



En busca de un guión


Imagen de Aguirrefotox, Lido, Venecia


Al fin bajó el telón,  entre fervores y vítores. Ovaciones que parecían sinceras,  aplausos de tiempo congelado, y flores que llovieron y que a duras penas pudo recoger en un ramo, le habían sabido a nubes con miel y caramelo. Llegó al camerino, caminando pausadamente. Disimulando apenas esa excitación que causa el éxito tras tanto esfuerzo, se desmaquilló la cara. Luego se quitó la ropa de ese disfraz de la obra de teatro de su grupo amateur, y se vistió para otra ficción, más real. Había conocido a ese director teatral que la encandiló, y al fin dejaba ese trabajo de saldo de los grandes almacenes. Se iba a Cartagena de Indias con su Humberto. Esa noche se iba del teatrillo de barrio como cualquier noche, aunque sin los compañeros de tablas.

Había solicitado un taxi, que no llegó, así que  tuvo que improvisar un itinerario,  por callejas estrechas. Mientras intentaba mantener un ritmo constante de zancada sobre sus tacones, percibió el tenue eco de unos pasos que cada instante oía más y más cercanos, más y más amenazantes. Aceleró el paso, haciendo equilibrios sobre los adoquines de ese trozo de calle, para llegar al fin a la esquina pactada.  Se apoyó en la pared, justo a tiempo para comprobar que el eco no era tal, sino gotas de lluvia, rotundas, repicando en el suelo empedrado, confirmando que las callejuelas que creía transitar, eran más anchas de lo percibido. Teñidas, eso sí, de angustia y de una soledad que le calaba los huesos. En realidad no huía de nada, tan solo se buscaba a sí misma. 

En los brazos de Humberto, quien no llegó a comparecer a la cita de la huida, había soñado despierta, pero ahora comprendía que su búsqueda estaba circunscrita  en  el libreto de una obra de teatro, escrita hace siglos. Entre líneas de texto, entre palabras  usadas, y además, erradas, se había visto a  sí misma, como una heroína en busca de un guión.



viernes, 9 de noviembre de 2018

La mujer de blanco II


Luis la acompaña hasta su casa, sube con ella en el ascensor, y a pesar de desear un puro, quiere reservar su boca para esos labios de cereza madura.  Acaban en la cama, ella con una bolsa de guisantes congelados en su tobillo y él explicando por qué había llegado con tanta antelación a su cita. Conforman una cita futura donde ella haga de Cicerone. Han puesto Bach BWV 1041. Luego, sin saber cómo ocurre de una forma tan natural,  ni por qué, redimensionan el tiempo y el espacio que les queda, inmersos en los brazos del otro. Lola resulta ser una escritora que él comenta a veces en su blog de lectura, y que usa seudónimo. Acaba siendo la mujer arrojada del papel couché, y redimida por una mirada con gafas. Desata sus alas, para dejarla volar, al reducto más carnal y al mismo tiempo más virginal, que ninguno de los dos pudiera recordar. Ahora, entre la música leve que, de contrabando, se filtra entre sus caricias, ambos se reconocen en ese tacto soñado y al fin encontrado en un Metro, oyendo a Mozart.

Otra música entrecorta sus alientos enredados. Van en pos de más y más caricias, más adagios, más sinfonías, más melodías de canela y albahaca. La tarde  ha  empezado a incendiarse, y ya no hay manera de detener el humo ardiente que dejara atrás el puro de él y la tristeza de ella. Por el aire vuelan virutas de estrellas que dibujan a cuatro manos entre los dos. La cama revuelta, con guisantes y prendas de ropa parece un oasis recién creado. Poco apoco los pulsos van tornando a su ritmo, Las taquicardias se enlentecen. Un guisante ha quedado bajo la rabadilla de Lola y ríen en su busca. Luis  desconoce qué hora es, y no le importa. Suena un timbre. Miran divertidos y plácidos el despelote del espejo.

Luis se despierta en la sala de espera de la Barraquer. Se acaba su cabezada. Un timbre suave deja paso a su nombre declamado en voz alta y clara.  La mujer del tobillo del Metro le sigue pareciendo familiar. Todavía juraría que es Fred Vargas. La ayudó hasta llegar a la calle Aragón y ha pedido un taxi por ella, quien seguramente ya hay sido visitado en un hospital. Esa mujer de abrigo blando, que auguraba delicias marinas, se le ha aparecido en un sueño delicioso y él la ha perdido en su mar de dudas.

Lola guarda los cambios y cierra el portátil, con una escena del tercer capítulo de su nueva novela en el documento word. El timbre del microondas calentando la cena le saca de su ensimismamiento. El dolor del traspiés del metro sigue, a pesar de la ayuda en pedir un taxi del tipo aquel, grande y con gafas, que parecía quererla reconocer y que se ha colado en un sueño con guisantes.

jueves, 8 de noviembre de 2018

La mujer de blanco


Ha llegado a Barcelona, en el AVE. Ha habido una amenaza de bomba, seguramente de los grafiteros, que andan revolucionados tanto en Madrid como en Barcelona. Por suerte ha tomado un tren muy temprano, porque en esta ocasión quiere hacer algo de turismo. Sale de la estación para fumarse un puro antes de tomar el metro. Previamente a acudir a su cita médica en la Barraquer, esta vez, sin Amalia, quiere hacer algo diferente, ver con mayor detalle el barrio Gótico, por ejemplo, se ha dicho.

Ya bajo tierra de nuevo, Lola está frente al músico y Luis queda a su lado, escuchando también al violinista. No es Anne Sophie Mutter, pero suena un concerto número cinco de Mozart bastante decente. Ella mira de reojo al tipo grande con  gafas de culo de vaso que, tras echar unas monedas, se apoya en la pared, con su bolso al hombro, escuchando. Ella no tiene prisa, y el sabor del mojito tomado en un bar le ha dejado un sabor especial en sus labio., Imagina. sin querer, una maravillosa antesala a otros placeres, musicales y amorosos. Mientras sigue de pie recuerda unos ojos bien distintos, unos negros del ayer. Unos que se llevaron secretos y que dejaron pesares, pero que también le habían hecho feliz en muchas tardes del mejor y el peor año de su vida, como un azúcar de caña  en su corazón sin rumbo. La melodía la lleva  a esa última tarde con él,  en la que dejaron de jugar a hacerse daño, y sacude la  cabeza, para alejarse del músico y de su espectador. Es mejor dejar el pasado atrás, se dice.

Luis mira cómo se aleja por el corredor  una mujer, de  abrigo blanco, que al caminar deja suspirando a las luces del pasillo subterráneo,  mientras las baldosas se acomodan dichosas bajo sus tacones Al cabo de un rato, por la galería del trasbordo que él tenía que transitar, Lola se tuerce un tobillo. Va caminando con una cojera evidente. A él le importa poco que tenga un tacón de menos. Intuye que bajo ese abrigo late un corazón apasionado y una mente más lúcida de lo habitual. Mira el reloj y duda si pararse a ayudarla. Cuanto menos se puede ofrecer a llevarle los zapatos, porque ella insiste en llevar uno puesto y el otro en una mano, lo que le ha hecho sonreír. Lola accede. Salen a la calle, teñida de una luz de invierno que encandila las almas más deprimidas. Ese tobillo hinchado promete un esguince, así que él hace detener a un taxi, y cuando han de dar un destino, ambos se miran, augurando posibles sonrisas, imaginando luces más amables, música con mejor sonoridad y más bella ejecución. 

lunes, 5 de noviembre de 2018

Cantos de sirena

Imagen de Aguirrefoto

De nuevo, por enésima vez, Pablo se vio embaucado por unos cantos de sirena. Decidió embarcarse, sin rumbo, como otras veces, hacia espirales de viejos mares, de aciagos recuerdos, además. En la realidad de los navegantes, a veces se oyen sonidos armónicos que les atraen o embaucan, sí, pero los marinos expertos atienden a los sones de la realidad que suenan dentro de ellos y sólo a esos sones.
  
Los aventureros, sin embargo, visten los cantos que escuchan con una pátina de realidad, para añadir un poco de sal y pimienta a su navegar sin rumbo. Buscan en el océano la metáfora de la línea del horizonte, siempre por alcanzar, y en los latidos de su corazón, los tiempos de sus alientos. Ponen viento en popa hacia el punto donde, sin mirar atrás, y sin fiar en vigía alguno, surcan los surcos que el mar les traza en cada momento.
  

Cuando al fin un día llegue a divisar tierra, Pablo enfilará la proa hacia el puerto de ese pueblito y echará el ancla lo más cerca que la quilla del velero le permita. Nadará hasta la playa, donde dejará que la arena seque sus pies, y que se le empapen los oídos de  nuevos cantos, esa vez mucho más terrenales y prosaicos, para sentarse a esperar que nazcan nuevas sendas, repletas de armonía, donde antes sólo había desesperanza, desamor y cantos de sirena sin mar.

La casualidad, tal vez



La consecuencia fue inapelable en todo caso, de manera nítida e incuestionable. La indiferencia entre ambos tras habernos devorado con más teoría que amor con fe, nos devolvió a los encuentros por chat, aquellos que acabaron por irse apagando, de poco a poco, hasta desaparecer. 

No sabemos qué pasó. Tal vez la causa fuera tan sólo una suma de  casualidades, o tal vez buscásemos un alero en las casualidades, para no tener que buscar las causas o los porqués. Pudiera ser, que, de manera inconsciente, ya tuviéramos en mente culpar a la casualidad, al azar más peregrino y más que ajeno a nosotros, para justificar la vía muerta, cruzada en nuestro camino. Al final nuestro encuentro no tuvo consecuencias, en contra de todo pronóstico. El azar jugó en nuestra contra. Los dados del destino estaban trucados para que, perdiéndose en el cálculo de probabilidades, no consiguiéramos encontrar el abrigo a nuestros respectivos fríos, ni aquel final feliz para los anhelos depositados. Esos,  tan perfectamente imaginados para nuestro primer encuentro en carne viva.



sábado, 3 de noviembre de 2018

En la tarde


Empezó el sonido. 
Se elevó la luna. 
Se escurrió el paisaje. 
Se deshizo el nudo. 
Se descubrió el hechizo. 
Se levantó el oleaje. 
Se iluminó la risa.
Se gestó el arrebol 
de tus ojos y mejillas. 

La tarde, despertando,
abriendo la alegría
Allegro. Non Tropo



Con vistas al mar


Encadenado a cuatro manos, con Buscador

Dormía con la mirada prendida a la pared, sujeta a conjeturas que le atormentaban en ese maldito lado de la cama, dando vueltas y más vueltas a las últimas palabras de él. No sentía el fresco que las cortinas dejaban entrar al dormitorio, ni el ladrido de unos perros del vecindario. La sospecha de una infidelidad iba inundando su corazón de plastilina, empezando por aquel cabello rubio de melena dorada de hacía unas semanas…y siguiendo por su avanzada edad para retar a su hombre por un tema tan sórdido como un lío de faldas.  
Los celos hervían como en agua en el café; oscuros presentimientos le acechaban con sabor a traición, cuando puso toda la carne en el asador por no perderlo. Qué sería de su futuro cuando la soledad y la vejez, el desamor y la piel mustia acosaran el dormitorio donde tantas veces lo sintió y tantas veces le confió sus secretos. Qué sería de los cajones donde guardaba los años de caricias enquistadas, los álbumes de infancia de los niños, las fotos de familia en vacaciones. Dónde encerrar con llave su entelequia de ser en otro una unidad. Recapacitaba en las palabras dichas de un pasado cercano, revisaba gestos de Álvaro  en los desayunos, así como en los  rituales de acicalado ante el espejo, pequeños signos de haberse abierto un punto y aparte en la relación.

Pero ahora necesitaba valor y determinación. Las uñas raspaban las sábanas como si fuera su piel, como si la rabia quisiera instaurarse bajo las uñas, ya sin pintar, y las sábanas blancas anodinas fueran la espalda de ese hombre tan amado, que ahora parecía echar a volar, de un nido que ella construyera con desvelos, con paciencia, y con afán.
A gritos aterradores, las pesadillas la acosaban. Quien la escuchara en el módulo creería que la estaban matando. Tenía convulsiones y vomitaba bilis llena de un dolor fantasma. Al fin y al cabo era su historia particular. Como la de tantos enfermos mentales en aquel psiquiátrico, donde un pajarillo triste y feo se empeñaba en cantar cada mañana tras los cristales. La enfermera de noche entró, alarmada, en la habitación, y ella le gritaba a la oscuridad de sus pensamientos un:¡¡NO ME QUIERE!! . Mientras Susana le administraba un sedante para que durmiera bien por la noche, Laia no podía aferrarse más que a la imagen de una foto que empezaba a atesorar un leve color sepia, de ella, vestida de princesa para su comunión, tomada de la mano por su padre. La única que guardaba en el cajón de su mesita de noche de la amorfa habitación donde estaba recluida.

Ya hacía diez años de su internamiento y los médicos se asombraban de la poca mejoría a pesar de los últimos tratamientos, mientras ella se moría de pena, dolor y de celos. Sólo sonreía cuando el pajarillo cantaba mirando hacia ella. Se permitía recordarse entonces, a  sus siete añitos, junto a “colorín”, el jilguero de su casa, jugando ambos en el balcón de un pueblo con vistas al mar.