Imagen de Bic naranja |
Las cifras iban en aumento. Estábamos
avisados, pero, como otras veces, confiamos en la suerte. Teníamos preparada la
piscina para el fin de semana. La nevera cargada de colas frías, refrescos
varios, ensaladilla rusa preparada y pistolas de agua a punto para disfrutar. Sería un principio de vacaciones sensacional,
en familia, en la casita de la montaña. Íbamos a comenzar unas semanas de
descanso más que merecido tras tanto confinamiento y tanta desescalada.
Mis hijos estaban locos porque
vinieran sus primos y jugar juntos, y yo, para qué negarlo, encantada de que mi
hermana se animase a venir todo el mes de agosto. Seguro que iba a ser un mes inolvidable,
de complicidad de niños y de hermanas, y de recuerdos de otras vacaciones en nuestro
pueblo natal. Cuando sonó el teléfono creí que era mi marido, avisando que
salía de la oficina, pero no, era mi hermana Lola.
-¿No has escuchado la radio? Me
ha preguntado. -Pues no, escuchaba un disco de Sabina.
No les dejan salir de su
ciudad, otra vez, por los rebrotes. He mirado el pato de plástico, tan solo en
la piscina y sin pensármelo dos veces me he tirado al agua haciendo una bomba.
Mis hijos se han puesto a reír, pero con el agua yo he podido disimular mis lágrimas.
En septiembre empiezo la quimio, si el virus de las narices no paraliza de nuevo
la sanidad.