Les imaginé caminando hacia la oscura salida de sus museos de egos. Tropezando el uno con el otro. Cruzando los dedos para no volver a entrar en un laberinto de emociones. Despojando de sentido el deshojar de las
margaritas, y entrelazando los dedos por primera vez, como quien se tirase de un trampolín de los sueños. Deseando una balsa sin agua
y sin fondo, donde la realidad superase toda ficción, y poder volver a enlazar con
el futuro sin pasar por el presente. ¿Qué les empujaba, como a tantas almas solitarias, a ese constante retorno a sinrazones pasadas, a desencuentros baldíos?.
Era buscar unos dedos, un hombro tal vez, como apoyo en el
camino. Deseaban encontrar las razones y los anhelos que les llevaran a un futuro
que, aunque también carece de existencia, como el pasado, querían construir con sus propias manos. La mera ilusión del tiempo, bailando y entrelazado entre el cabello de ambos, dibujaría en el aire aromas de esperanza.
Intuyendo, o deseando, una sintonía de egos, como la salida oculta, o como esa música cómplice, inventaron un posible futuro que poder llenar de realidades nuevas, con cada gesto y cada mirada.
Se casaron, sin ninguna ceremonia, y las décadas demostraron que ambos egos se habían mezclado y compactado en los dos únicos seres que se habían encontrado. Al final de los tiempos,
esos que no existen, ambos siguen girando en torno a un núcleo supuestamente
real.