Lamento la escasa luz, con flash salía el reflejo :-) |
Para Daniel, lo de las letras fue un descubrimiento que le abrió a un mundo por descubrir y a miles por inventar. Bueno, eso lo es para todos, pero su caso era especial
Escribir se convirtió en su sueño desde que las letras se le descubrieron como fijas de scrabble pero con colores. De tal modo, que poco después de los seis años, y con su caligrafía ligada de estreno, escribió él solo su primera carta a los Reyes. Les pedía letras de colores, que ensamblaría luego como piezas de Lego muchas tardes, tras hacer sus deberes y jugar con su hermana Lola. Sus majestades habían tenido trabajo para encontrar esos cubos con letras que constituyeron su juguete más querido.
Llegó la adolescencia, y con su Harry
Potter leído una y otra vez, se enfrascaba en componer magia con las palabras.
Inventaba algunas que le parecían faltar para expresar sensaciones. Catalogaba
las palabras por sílabas y por fonemas, por colores al pronunciarlas y por el
aroma que desprendían al leerlas en voz alta.
Una noche de tormenta soñó que
quedaba atrapado entre las paredes de una jaula de cristal. Con una pluma en la mano, y la imaginación en
ristre había de mantenerse quieto, hasta que con una moneda permitía que se
pusiera en marcha el mecanismo que le permitía mover su brazo derecho, bajar un
poco la cabeza, e ir escribiendo textos, que acababan por salir de una ranura
cuando acababa el tiempo estipulado.
Infeliz e impotente, a ratos se preguntaba
dónde habrían quedado su familia, y sus amigos, y su mundo de verdad, pero la tristeza
se aplacaba cuando podía escribir lo que iba creado en su mente, que con los
años, de haber podido, hubiera llegado a ser una novela de más de mil páginas.
Cada visitante se llevaba un
fragmento de la gran obra que ya estaba redactada en su mente, y de alguna
forma, esa constancia de su paso por la literatura, aunque precario y
fragmentado, le concedían algo de felicidad.
Llegó un aciago día en el que
cambaron las monedas del país. Veía impotente cómo intentaban introducir un círculo de metal más grande que
el carril de las monedas que habían instalado en su máquina. No podía mover su
brazo. Lloraba sin lágrimas, y gritaba sin voz.
Algún estúpido se había olvidado
de que él también tenía derecho a vivir.