En el quinto día sin comida caliente miró su bocadillo por la cara y el envés. Dio dos mordiscos calculando el agua que necesitaría para engullir la totalidad. Se levantó del muro y con cuidado depositó el resto, perfectamente enfundado en su papel de plata, en una papelera.
Cansado de cocinar para quemarse, lavar con el “nanas” los fogones y por fin tener que quitarse el reloj para lavar un solitario cubierto, fue al Opencor a comprar las cápsulas All-eat. que acaban de sacar a la venta y que vio anunciadas. Tomó una verde y una roja y de postre una manzana que sí disfrutó en masticar. Le pareció un gran invento. Ahorraba tiempo pero sobre todo el desorden de la cocina. A nivel económico tendría que hacer cálculos a posteriori. Tras esa primera comida de cápsulas se dispuso a esperar el sueño.
Normalmente nada le despertaba cuando el cansancio le dejaba caer vencido en el sillón, tras las comida. Ni siquiera la alarma del comercio de los bajos que, a veces, se disparaba a las cuatro más o menos.
Cuando esperó en vano mirando la tele la llegada de un sopor que no llegaba y como se aburría, se puso a cocinar. En el momento en que el olor a quemado le despertó chocó con el mármol chaspeado de la encimera y apagó el fuego, con la rabia de saber por experiencia que ese desaguisado costaría de limpiar.
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