Me llama la atención la academia de bailes de salón de la avenida. Es como un escaparate que me gusta ver al pasar por esa acera. De techo a suelo la limpieza del cristal deja pasar la luz, y salir las imágenes.
Nunca me he parado ante los vidrios que componen la
entrada, porque ya el baile no me interesa para aprenderlo. Me gusta ver bailar, y hago lo que mis pies pueden ante muchas melodías. Pero nada más.
Se ve un mostrador pequeño y rinconero, frente al que hay
una mesita blanca, y tres sillas adosadas a la vidriera.
En una pared, bajo fotos de parejas bailando, hay
otras tres sillas. Al fondo se ve una puerta de doble hoja.
Según la hora, tienen las sillas más o menos ocupadas.
A menudo, si embargo, están vacías.
Ayer, pude ver qué hace ese señor, que por tercera semana consecutiva me tenía intrigada. Una pirámide de cáscaras de pipas, en un platillo de plástico, sobre la mesita redonda, me habían hecho suponer “supuestos”. De tiempo y de buena dentadura, cuanto menos.
Había optado por la espera de una hija con sentido del
ritmo, o una novia amante de un ritmo rumbero que desahogar (tal vez la dueña
del tinglado).
Pasé diez minutos más tarde de la hora habitual.
El señor, en la acera, metía el plato con su carga de
cáscaras en una bolsa. Bien anudada la echaba en una papelera cercana. Y se iba
caminando, hacia el sur.
La señora, de una treintena, bajaba la segunda de las
persianas, cerrando con la llave de seguridad un artilugio endosado en la pared
del inmueble.
La treintañera se puso a mi lado en el semáforo que va hacia el
norte. No dejé de mirar el simbolito rojo ni un momento. Cuando se iluminó el
hombrecillo verde, ambas cruzamos, cada una a su paso.
Una escena cotidiana, en las qué la incógnita del quehacer de un pipero, intriga a la narradora, hasta el punto de volver para comprobar la divergencia de destinos de unos personajes.
ResponderEliminarUn abrazo.
La intriga...ay qué peligro eso de la intriga. La imaginación a su vuelo. Ese es el peligro. Pero yo creo que es bueno que vuele. Dejando los pies en la acera, a ritmo de swing, con unos pasos de vértigo.
EliminarUn abrazo.
Comiendo pipas y viendo pasar la vida.
ResponderEliminarBesos.
Tres veces he intentado poner bien las dichosas letras de verificación.
Se acabó.
Ya no las pondré más.
No me digas más. Que la bolsa de Churruca que llevo en mi bolsillo siempre tiene recambio.
EliminarLo siento. Lo de lo números, o combinación con letras a mí me recuerda que la presbicia existe, aunque dude de las pipas de girasol. Me sabe fatal, Toro. Seguramente lo quite. Entretanto, te pido disculpas por el rollo que implica.
Un beso.
En mis tiempos de niño y en mi tierra había unas que se llamaban "La Pilarica". Además del correspondiente contenido de pipas, dentro de la bolsa había un papel. La mayoría de las veces te daba las gracias por consumirlas, pero de vez en cuando te decía que podías repetir gratis. Era un aliciente.
ResponderEliminarUn abrazo, Albada.
Yo identifico las pipas a tardes de cine. En una afán por reencontrar entre los ruiditos, ese olor a infancia.
EliminarPues sí que las comercializas por allá tenían un aliciente con la idea de los papelitos dentro. Ya lo creo. Volver a disfrutar....y "de gratis".
Un abrazo, Macondo.
Precioso, acompasado, con una suavidad en el transcurrir que se va como llegó, así he visto tu micro (y me ha encantado).
ResponderEliminarSaludos
Una visión muy suave. Como un ver pasar la vida, mientras se degusta de unos frutos secos, con ambición de adicción. Pero sin caer en ella.
EliminarUn saludo, Nel.
Y qué rico tenía antes el sabor de las pipas ahora no me saben igual que en aquellos tiempos.
ResponderEliminarMe ha encantado tu entrada, Albada.
Un beso.
PD.- No hace falta que pongas las palabras de verificación porque todos los blogs tienen un rincón de spam donde automáticamente los atrapa y allí van ¿no lo sabías?
Ya vi lo de verificación. Gracias. Mira, le decía a Macondo, que cuando buscamos reencontrar el sabor u olor de infancia, es un afán de recuperar lo imposible. Creo que las pipas pueden ser más gustosas, más tostadas, menos o más saladas, pero nunca serán como las que en vano tratamos de reencontrar. Porque ya no están más que en nuestro recuerdo, que adornamos, si te fijas... como queremos.
EliminarUn beso.
Una escena cotidiana en la que tú le has puesto cierto misterio en torno a un señor y una bolsa de pipas y la imaginación del lector, o sea la mía, antes de acabar la lectura ya se había montado la truculenta y pasional historia. Un auténtico relato interactivo.
ResponderEliminarBesos
Yo apuesto por el que apuesta. Aposté por una espera de padre y otra menos tierna, pero ahora que no nos oye nadie te digo la verdad.
EliminarSí había una historia truculenta entre bambalinas. Los dueños de la academia habían decidido no dejarle estar al abrigo del frío. Les había asustado la foto de la jaula que el sujeto anónimo quería instalar allá, para comer sus pipas.
Un beso, Maria Pilar.
Me parecía estar leyendo a Ford, Barthelme, Carver, Tobías Wolf... Tiene todos los ingredientes de un cocinado del realismo sucio, esos textos donde pasa todo precisamente cuando parecería que nada pasa. Genial.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Pasaba la vida.
EliminarAnte el cristal, ante el hombre con pipas, ante mi propio reflejo en la vidriera, que esquivé para la foto...Tal vez la vida es lo que imaginamos que podemos estar viviendo, mientras ella va pasando, como el tráfico... ante los escaparates.
Un abrazo.