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Daniel hoy ha conseguido treinta euros de su paso por la estación del nudo ferroviario de Sant Vicens de Calders.
Aprender magia
fue su sueño desde que, en una fiesta de Reyes, sus majestades le Oriente le obsequiaron
con una caja de magia Borrás, que devino en su mejor compañero y objeto de
largas horas de entretenimiento solitario, engalanado por unos logros que le
henchían de orgullo y de mágicas emociones, que le dejaban mariposas voladoras en su estómago infantil.
A los dieciséis años tuvo su gran oportunidad. Tras ensayar ante el espejo, ante sus padres, y ante sus compañeros de instituto en las fiestas de fin de curso, tuvo esa fantástica ocasión de demostrar su mágica y preñada de promesas puesta en escena.
Fue su primera y única actuación, ya que resultó ser el empezóse de un acabose de la carrera de más corto recorrido que se sepa: la cuerda de magia potagia esa tarde, ante los focos de la tele, no se rompió. La carta de la baraja francesa, baraja que dormía bajo ja almohada de Daniel, no se dejó adivinar esa aciaga jornada de gala, en el Madrid de los programas de descubrir nuevos talentos, y hasta a su paloma Paula, tras salir mareada de su camisa de manga corta, le dio por cagarse, con perdón, sobre el carísimo vestido de una señora de la primera fila.
De nada sirvieron los consuelos de los padres. Menos aún los del presentador del programa. - Una mala tarde la tiene cualquiera.- decían unos y otros, pero Daniel, sin pena alguna, creyó leer correctamente la señal de su destino, cuando su varita mágica, poniendo fin al descalabro televisivo, no se dignó romperse para dejar salir una lluvia de confeti tornasolado, sino que le golpeó en su sien derecha dejándole un chichón. Pequeño, sí, pero incuestionable.
Se matriculó hace dos años en Bellas Artes, y ahora, hasta que un cazatalentos se fije en él, combina un hacer retratos rápidos al carboncillo, en el paseo marítimo de Calafell, con diminutos espectáculos en el inmenso andén de una estación de cercanías y de largos recorridos donde espera a algún tren.
Treinta euros no estarían mal si los consigue todos los dias.
ResponderEliminarUnos 900 al mes.
Pero claro eso si sería magia y ya ha quedado claro que eso no es su fuerte.
Pero me cae bien este Daniel, persevera en el espectáculo y no es mal camino dejar la magia para zambullirse en la pintura.
Todo menos apuntarse a la fila de aspirantes a clon.
A mí me cayó muy bien el chaval. No me detuve en concretar su mirada infantil y su sonrisa aún sin corromper, pero le deseo toda la suerte del mundo.
EliminarLos clones no me gustan, será cosa de cada quien, pero prefiero a quienes se atreven a ser uno mismo, pudiendo ser uno más. Un abrazo
Por si no lo he dejado claro me gustó tu cuento.
ResponderEliminarGracias, Guille. :-), y feliz fin de semana. Este con cambio horario incluido...
EliminarUn abrazo
Está bien eso de esperar el tren de tu vida, distrayendo al personal con juegos de magia, para hacer la espera cotidiana algo más soportable, con un malabarismo sorprendente.
ResponderEliminarBesos!
Esa metáfora estaba ahí, por supuesto. El ilusionismo no es para ilusos :-)
EliminarUn beso
Qué sensación más angustiosa la del pobre Daniel, con la reiteración de adversidades en una para convertir el fracaso den definitivo. Un momento para marcar toda una vida aunque, como Penélope, siga esperando su tren.
ResponderEliminarUn abrazo.
Con tal que no se quede en una vía muerta, creo que tiene un futuro de largo recorrido. Tal vez haciendo malabarismos con quienes invierten en posibles, pero me pareció un chaval con enorme futuro
EliminarUn abrazo
Fabuloso relato. Duro y tierno, como la vida misma.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Realmente es tierno, recuerdo al muchacho perfectamente. Quise continuarle una historia, de hecho. Gracias, Ana
EliminarUn abrazo