El tiempo, o la rutina, o quién sabe si la ley no escrita de los amores fue dejando caer uno a uno los soportes de cada uno de los dedos en su dedo complementario. Quedó tu mano amable, quedó mi palma abierta. Quedó fría la lumbre como las sábanas en invierno. Nos propusieron volver a Barcelona. Nuestro bosque encantado bajo la plaza nos saludó con el mismo juego, las mismas columnas y esos mismos techos. La magia estaba en aire, como aquella tarde.
Nos tomamos de la mano. Intentamos recuperar la emoción que nos subyugó en otro tiempo. Recuperar el hilo de una conversación que nos acercara como los dedos en aquella tarde.
Nos tomamos de la mano. Intentamos recuperar la emoción que nos subyugó en otro tiempo. Recuperar el hilo de una conversación que nos acercara como los dedos en aquella tarde.
Cuando a los pocos minutos confirmamos que la partida había quedado en tablas dejamos de simular una convivencia que estaba en jaque mate y regresamos al hotel.
Lo que fuera que pudiera haber provocado otra partida no estaba entre los azulejos de Gaudí, ni en sus caminos serpenteantes ni, según parece, en nuestras manos.
Ni tú ni yo pudimos congelar la emoción de la primeros meses de complicidad, o no supimos o sencillamente no quisimos. Ambos quedamos perdidos en el bosque de columnas con olor a juego del escondite.
Exquisito, Albada. He disfrutado una barbaridad con su lectura.
ResponderEliminarUn beso.
Y... felicidades, ¡creo!
ResponderEliminarGracias veintiuno por tu comentario y por la felicitación.
ResponderEliminarUn abrazo
Me entran ganas de perderme por el Park Güell, enhorabuena!
ResponderEliminarAlfred: Gracias. Creo que perderse es bueno en el juego del escondite, y sólo durante un rato.
ResponderEliminarUn cordial saludo.