Me gusta ver la flores de la primavera en el final del verano. Las cumbres encumbradas de poesía y esas nubes asustadas y en huida ante la pareja de aire de amapolas sobre un fondo verde de esperanza compartida.
Me gusta que
el aire huela a simple aire. Que las cordadas de las nuevas vías tengan la seguridad
de que uno está sujeto con un arnés de ternura y mosquetones de acero fundido a fuego de caricias.
Me gusta que las sonrisas se expandan ante los valles y las cimas, o en el interior de un recinto de piedras que
huele a historia con pasado y con futuro, ante un grupo de gente tan querida.
Me gusta ver
de la mano, las manos de los amantes y la complicidad de las miradas limpias.
Abriendo, con los nuevos anillos, los aros del círculo de amor que se desboca
en el fuego de unos ojos, florecidos.
Me gusta que
Eva sea la mujer que Pau ilumina, y que él apueste al As de corazones la carta
de ruta de su mejor acometida.
Las cosas
vienen y van, como los pases de baile que adornan sus cinturas, pero al final
de los finales, lo que me gusta es la armonía de un vals sin tiempos muertos,
en una galope sin fin, de feliz algarabía.
Me gusta que amor corone cumbres, abra brechas, y acabe por poner una bandera en la más cercana distancia de la luna.
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