El olor a talco de sus axilas revoloteó efímero por el cuarto de los cachivaches. Aterrizó en tu nariz aguileña y allá quedó dormido y expectante. En un estado larvado, a punto de eclosionar.
Alguna vez, cuando sentías la espuma burbujear en tus huesos, sólo ese aroma a talco y lluvia de sus rincones secretos, devolvía el azul intenso de sus ojos de rocío a tus ojos grises.
Y en esos momentos de ingravidez, por unos instantes de fuego, el espejo jugaba a ilusionismos baratos. Y te regresaba tu rostro vestido de una paz sin letanías. Sólo tu faz...teñida de esperanza.
Fantástico, Albada. Pleno de aromas y resonancias. Un abrazo
ResponderEliminarGracias. Como ves, el terreno de mis folios se atrinchera de sonidos y olores, como si yo les dejara paso franco.
EliminarUn abrazo.
Un cuento muy sugerente...
ResponderEliminarUn beso grande
Hay recuerdos imborrables, y es bueno que sea así.
EliminarUn abrazo grande