Puso en el diminuto mortero dos dracmas de chocolate, tres pizcas de esencia a rosas y dos dientes de león bien trinchaditos.
Con el pistilo de vidrio y quebrantando todas las promesas y juramentos hipocráticos, obtuvo una pasta anaranjada que dejó reposar.
Permitiendo que el oxígeno y el tiempo hiciera su tarea, se tomó un baño de hinojo y salvia, entonó un aria y salteó de sonrisas los azulejos del baño. Con un albornoz a sotavento de un mandil con bolsillo de quita y pon, siguió la segunda parte de la receta.
Tenía que buscar el punto justo de cocción. Ese almíbar ambarino estaba destinado a llegar a la temperatura adecuada. Calentó un mechero de alcohol, y con una cucharilla de plata fue removiendo hasta que un aroma intenso se desprendió, quebrantando los latidos de todos los habitantes del bloque siete.
Cuando miró a través de la gota a punto de hebra fina entre su índice y su pulgar, contempló a través de ella, la perfección de Eva desnuda, entrando a la cocina.
Siento mis latidos quebrantados, y estoy en el bloque dieciséis. Gracias por ayudarme a comenzar el día.
ResponderEliminarUn abrazo.
No me digas que la potencia del aroma del afrodisíaco llegó tan lejos.
EliminarYa avisé al protagonista que la fórmula era muy potente...que la dejara reposar sólo unos minutos!!!se ve que en la bañera debió quedarse más de lo que pensaba.
Un abrazo.