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Estaba sentado y tenso.
Parecía adulto y educado, mientras olisqueaba el aire entre gemidos. Una
ambulancia cargaba a un hombre, atropellado en un paso de cebra. Le sujeté por el arnés
especial de lazarillo, y tras consultar con un Policía Municipal, me permitieron
llevármelo. Tenía un chip bajo la oreja izquierda. Las llamadas del maltrecho
peatón, blandiendo un bastón blanco, fueron ahogadas por la sirena estridente, quedando
el animal tembloroso pegado a mi pierna derecha.
Me imaginé el miedo del hombre en la ambulancia, sin la referencia del
perro. No podía entender que no dejaran subir en ella al animal. Me parecía cruel
e injustificado, pero no quise seguir discutiendo. Es un labrador color canela,
y estaba muy nervioso. Se fue tranquilizando a base de caricias, acabando por aceptar el agua
que le ofrecí en mi mano. De aquellas veces en que uno se alegra de llevar un
botellín en el bolso.
Di gustoso mis datos, quedando
en que contactarían conmigo, para la entrega del animal. Acepté regresarlo donde
y cuando me dijesen, llevándomelo a mi casa, a la espera de que desde la
policía, la familia, el mismo dueño, o la ONCE, me llamaran en breve.
Al caer la noche, ante el silencio de mi móvil, y las
imprecisas indicaciones de la policía, decidí llevarlo al veterinario. No había
ficha de ese invidente en la Organización Nacional de Ciegos de España. El
propietario, un tal señor Pablo Pérez Toscana no tenía un perro lazarillo, pero
a esas alturas de la tarde, era innegable que el arnés lo llevaba un perro invidente. Había tropezado de las
formas más imposibles de creer, en las zonas más despejadas. Tenía un oído
extraordinario, eso sí, pero como confirmó la veterinaria, su ceguera era
absoluta.
Me puse unas gafas de sol,
personándonos ambos temprano en la mañana. El señor Pablo, hospitalizado en la
sala de trauma, es un tipo encantador. Convinimos en que Fénix se quedaría
conmigo, hasta que pudieran servirse el uno al otro nuevamente de lazarillos. Se
ha mostrado agradecido, porque no tiene familia aquí, pero no les quepa duda, de que soy yo quien está agradecido, por estos
días de convivir con este animal, peludo y tierno.
El temor a que me descubran,
me ha hecho ser muy habilidoso en fingir ser ciego, pero disimulando que mi
amigo no puede ver por mí. Me gusta tanto ir con los ojos cerrados, que tengo
un bastón. El cloc, cloc de la bola por las aceras, me permite cruzar muy seguro
las calles, cuando dejo en casa a Fénix.
Mañana le darán el alta a
Pablo, y como hemos ido confirmando durante nuestras visitas durante estas dos semanas, se maneja bien con una sola muleta.
Lo que me tiene apenado, es que me estoy encariñando del animal. Su ceguera no le impide ser muy útil, al contrario. Aún le asusta un poco el sonido del timbre de la puerta,
o los graves de alguna pieza de ópera
que dejo con el volumen un poco alto, pero
cada vez hago más cosas con los ojos cerrados. Sin tropezar con él, ni con los
objetos de mi casa.
Me dispongo a echar el ojo a un
cachorro de labrador que vea perfectamente, para que me ayude a ir por la
calle, y por la vida, porque sentir a Fenix tan cerca, me ha llenado de una necesidad que ignoraba:
la de ver doblemente.
¡Qué preciosidad de relato!. Me encantan los perros y sobre todo los Golden.Esta historia tiene aspectos humanitarios, solidarios, de respeto a personas y animales, y todo ello mezclado con situaciones humorísticas que impiden que el relato se convierta en lastimero.
ResponderEliminarEres buena narradora; tu prosa es ágil y sigues un proceso narrativo coherente.
Un abrazo.
Me lo pasé muy bien escribiendo este texto. Quise dotarle a aires entre reales y posibles, con los absurdos y temerarios.
EliminarIgual es que no existo yo en este planeta de los blogs caninos!. Broma. Muchas gracias y un abrazo.
He querido registrarme seguidora de tu blog, pero me sale un mensaje de error: "no se puede encontrar la pág. web". Ya me ha pasado con otros blogs. No sé a qué es debido.Lo siento, pero te seguiré leyendo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me recuerda cosas que 'el sentimiento humano' pasa, a veces, por alto. Y es que, en este mundo penoso, se nos olvida que hay animales de dos y de cuatro patas, y que los segundos pueden sobrepasarnos en eso del sentido, o sentimiento.
ResponderEliminarUn saludo muy cordial.
Gracias por comentar. En este mundo, todos podemos ver más allá de la vista, y estos animales nos recuerdan que hay cosas intangibles de gran valor, que a veces nos empeñamos en ignorar.
EliminarUn cordial saludo.
Los animales no solemos ver la generosidad de ciertas "personas", si es cuestión de dos o cuatro patas, no te lo sé decir.
ResponderEliminarUn abrazo.
Igual más que el numero de miembros para caminar, esté en la proporción de corazón que ponemos en las cosas. La generosidad, esa virtud que todos debiéramos tener, hay que reivindicarla siempre.
EliminarUn abrazo.