La margarita, si lo es, sobresale nuevamente en medio del espacio. Esta urbanización marinera, sin pescadores ni lonja, alberga cada verano a unas decenas de familias de Barcelona y algunas de Zaragoza, en su mayoría. Me cobija a mí todo el año, junto con un pintor medio chiflado, un inglés que no quiere aprender español y unos gatos. A veces más, a veces menos. Los felinos empadronados, e ignoro las razones, pero tengo mis sospechas sobre una furgoneta municipal que a veces he visto con personas de uniforme blanco y artefactos con red en las manos. Es, por lo tanto, un barrio deshabitado casi por completo en invierno. En sus apartamentos yacen accesorios de playa, entre recuerdos de chapoteos, risas y paseos oliendo a mar y a cerveza. A pescado frito y paellas. A tiempo de disfrute sin horarios.
Tras la flor, pude distinguir, cómo esas olas se llevaban los castillos postreros. Esos hechos por los niños, en este último fin de semana de verano climatológico. Las estaciones tienen sus turnos, como los obreros fabriles. Tienen sus tiempos, como las comidas de mediodía, que va cambiando desde el gazpacho a las lentejas pasando por los estofados y los macarrones.
Ayer lunes, ya no quedaban niños. Es mi manera de inaugurar el otoño. Ahora me pondré los ojos de ver menos colores, y los oídos de escuchar el mar a otro nivel más interior, sin tantas interferencias.
Cuando pase una semana, añoraré los gritos infantiles, y los colores chillones, las pelotas y palas en la playa. Tal vez hasta la arena que esparcen las carreras de los críos sobre las páginas de mi libro abierto.
Pero, como cada año, al llegar finales de Octubre, iniciaré el proceso de invernación. Me iré durmiendo por etapas, a medida que ralentizo mi metabolismo, de semana en semana, hasta límites basales cercanos a la muerte., Y de esa guisa, en mi apartamento, que parecerá deshabitado, como el resto, esperaré en un sueño de meses, a que suene el despertador de las flores al abrirse.
La margarita o el girasol darán el pistoletazo de salida a los niños por Semana Santa. Un año más, para atrincherar el frió y que vuelva a llamar la puerta el bullicio del sabor a vacaciones escolares.
Adiós verano, adiós.
Parece que escucho el verano entre gritos y risas de niños, y es que ellos son los que nos hacen ver y disfrutar de esa estación, la que tanto me gusta, ahora en el otoño, las calles están desiertas y frías, faltan esos niños dando alegría a las calles.
ResponderEliminarUn beso.
Ellos, con sus ruidos, sonidos, llantos, risas...llenan los espacios del verano. Inundan las calles de alegría, las playas de castillos efímeros y de helados chorreando por los bordes.
EliminarSí..igual por eso me pongo a invernar! Un beso.
Ya se van los temporeros y me vuelvo a encontrar con mi arena serena donde el mar se deja oir sin la interrupción del griterio. Salgo de mi ivernación veraniega encontrando aun algún signo de lo ocurrido. Es un molde con forma de cangrejo de rojo intenso que se muestra medio enterrado, y parece gritar en pos de un dueño que sin duda ya anda lejos.
ResponderEliminarBesos y abrazos otoñales
Eres un cielo Cormoran. Los tiempos de ivernación que tú utilizas, los veraneigos...ya los querrían muchos. Hay quienes iveranorían por no quedar con la cabeza como un timbal con el chivarri de los críos en las playas.
EliminarEse molde rojo de camgrjo es de Luisito. Ya si eso, se lo me poenemos en su cubo, ese qeu tiró sobre mi barandilla y que ahora descansará hasta el verano próximo. Es mañico y ya sabe leer!. Un abrazo marino.
Nos deja fríos, cada vez que se va. La oscuridad, se hace dueña del día. Eso es lo único, que le reprocho al otoño cuando viene, que aparece sin avisar...Besos
ResponderEliminarBueno...el verano se va, pero poquito a poco. Viene sin avisar, pero no tanto, que las tardes se acortan pero no súbitamente!. Cierto que la noche va ganando terreno, y parece que a zancadas!
EliminarUn beso.