Tomado de Google |
Ella llevaba una maleta roja de
tamaño cabina y un perro blanco en la falda, en un trasportín, mientras la otra señora portaba una bolsa grande y un bolso marrón. Ambas entradas en los sesenta largos,
esperaban en la estación de tren, donde yo también aguardaba para subir en un convoy
aparcado y con sus puertas cerradas, que había de ponerse en marcha en siete
minutos.
Las señoras comentaba que por
Nochebuena, de siempre, se daban una palizas de aquí te espero, preparando la
cena familiar. Se quejaban ambas de que era una actividad cargada de nervios,
de cacharros de cocina, de compras de comidas y de recogidas posteriores de
loza, cacerolas, coperío y limpieza de casa abrumadora.
Es una conversación muy común,
porque esas celebraciones familiares de alegrías sinceras, charlas de mil cosas
y de comidas especiales, de sobra sé que son agotadoras. Imagino que los jóvenes no se
percatan, pero son un maratón que ríase uno de las carreras y sudores de los
cien metros lisos.
Anunciaron por megafonía que cambiáramos de andén,
notificando que ese tren, al lado del cual estábamos casi todos de pie, y
algunos en bancos, estaba averiado. Allí nos ven, como a ciento y pico personas
bajando por las escaleras subterráneas, o como las señoras y yo abordando el
ascensor para el movimiento de andenes. Sin lectura a qué agarrarme pude seguir
la conversación exhaustivamente.
La segunda señora tenía marido,
pero la viuda con perro alegaba que para ella sola, estaba dispuesta a hacer
estas navidades lo que hiciera por fin de año el pasado 2014. Montamos en otro andén a un
convoy igual que el averiado, y ellas quedaron lejos de donde yo me acomodé,
pero nos tuvieron parados casi veinte minutos, y pude seguir la amenidad de las
señoras, que hablaban sin gritar, pero con tono suficientemente alto como para ser seguido por todos. Seguían con sus alegaciones de
que, sin decirlo así, se sentían explotadas por los hijos y sobrepasadas por
las travesuras de los niños.
La verdad es que yo quería saber cómo
había despedido el año la señora con perro, pero el tren hizo el sonido de que
cerraba las puertas y decidí cambiar de asiento, quedando más cerca de la
conversación entre amigas. Abrí mi libro entonces el libro que guardaba en el bolso, pero al tanto de
la conversación. Pueden pensar que esa curiosidad era insana, e igual tienen
razón. Me había hecho gracia que comentara la poca gracia que le hiciera descubrir, un día después, pro Navidad, que rayas de boli habían decorado media pared de un dormitorio de su casa.
Resumiendo: tardó tres paradas y cincuenta quilómetros en confesar su
estrategia de fin de año. Les había informado de dónde iría ella por Nochebuena y del importe
total de la cena más artilugios y uvas, ofreciendo a sus tres hijos que fueran
con ella, que estaría encantada.
Lo que me dejó encogida fue que
la amiga le preguntó cuántos habían estado con ella en los brindis de buen año nuevo, y la señora
con perro confesó que sólo su hija María, con su yerno Luis y Luisito.
- Sí mujer,
el chiquitín que tuvo el verano pasado- dijo, para añadir...- que ahora está precioso, caminado ya, está para comérselo- apostilló.
No sé. Igual sopesa la jugada,
pero me la imaginé por Nochebuena, cercana a la Misa del gallo. Con su perro blanco, ambos bien sentados en
una mesa de un restaurante, ante un precioso menú con turrones, y unos
villancicos sonando en un comedor. Brindando en familia por una feliz navidad.
Las fiestas tradicionales para muchos de nosotros, mejor si no existieran. Fuimos tan felices, tan maravillosamente felices, que aunque tengo la certeza que ese gran compañero, esposo, amigo, padre que la Vida me dió sigue estando a nuestro lado, aunque hay momentos que hasta pareciera tangible, nada es como era. Y nosotros por honrar la Vida, podemos hacer cientos de brindis, pero ninguno como era entonces. Cordiales saludos.
ResponderEliminarSon fiestas entrañables, en las que uno recuerda lo bello que es tener tener una familia.
EliminarEl texto era una reflexión de la contradicción entre los preparativos y el trabajo de esas celebraciones y la maravilla de poderlas celebrar, con o sin esfuerzos adicionales, pero con el amor de quienes están en nuestra vida.
Un abrazo
Es la dualidad entre querer celebrar algo y el esfuerzo que representa, a veces no muy bien valorado por los invitados.
ResponderEliminarPero lo importante es celebrarlo con el cariño y compañía de los propios.
Un beso.
Pienso lo mismo. Ya sé que es muy pesado hacerlo en una casa, si los que asisten no colaboran en ello, pero son fechas entrañables, que creo que deben celebrarse en familia.
EliminarUn beso