Son las cinco cincuenta de la
mañana cuando me despierta una voz infantil, aguda, en un ay, ay, con ritmo.
Pienso en pesadillas, tal vez de un niño de unos siete años del tercero.
Oigo que uno de mis hijos va
al baño, y que el gato acude a la terraza del patio interior. Sigue, acompasado
ese pesar, que se asemeja a un ensayo de voz, y que me impide volver a dormir y
me recuerda la posibilidad de ir yo misma al baño.
Cesa el canto. El gato
aprovecha para venirse a mi cama, alguien ha ido a la cocina, el silencio luego
retorna al patio de luces, la luz de alguna cocina se apaga, y el edredón me cobija,
cuando a punto de volver a dormirme regresa el canto de alarmas en voz aguda,
en un compás que ya me hace sospechar que no puede ser terror nocturno de niño
alguno. No me salen las cuentas, porque los vecinos, menos el del piso en
alquiler no pueden estar holgando, o por edad o porque llevan tiempo en el
inmueble.
Son las seis y diez, cuando el
compás se acrecienta, se acelera, en un gemir que roza el grito, en unos agudos
que ya quisieran muchas cantantes. Me recuerda una aria, el gato se asoma al
patio de luces, me pongo música con auriculares, se oye una tos varonil
forzada, un perro, el del tercero se une al canto cuasi agónico en un
acoplamiento imposible, desisto de escuchar a Bach cuando veo que el gato hace
amago de querer salir a la ventana, que por suerte tengo con la persiana bajada
porque su afán exploratorio le ha llevado, por dos veces, al fondo del patio.
Como en un final de orquesta los gritos, ya imparables explotan, en la noche, con
un perro gimiendo, un gato a punto de romper
una persiana y desistiendo de dormir más.
Son las seis y treinta,
cuando, ya en la ducha, con la puerta cerrada, el grifo abierto, la cascada de
agua sobre mi cuerpo y el gato sentado sobre la tapa de wáter, el canto de
gemidos vuelve a atacar sin partituras,
con ritmo, con un in crescendo rápido hasta que el mismo perro gime, el gato baja
disparado de su atalaya para arañar la puerta, me echo por encima un albornoz
para abrirle, y cuando le veo correr hacia mi dormitorio, un estallido de
gritos inunda de nuevo la noche a punto de caramelo.
Mojada, aterida de frío, con
un gato a mi lado y el rumor de unas toses viriles, un perro a punto de un
infarto y una mascletá de gritos, cuando éstos cesan, me pongo a aplaudir.
Los despertares vecinales, tienen un in crescendo no programado, que se adhiere por las paredes de los patios, entrando a saco en las viviendas, desnaturalizando nuestra sacrosanta privacidad e inmunidad de castillo medieval sin foso.
ResponderEliminarUn beso.
Mejor esos sonidos que de otra naturaleza griteril, puestos a elegir a intrusos sonoros en el sacrosanto hogar.
EliminarAl buscar un título, la palabra grito sobrevoló como un buitre sobre las ideas, pero, como ves, acabé por loar una forma de despertar al alba, aunque ajena :-)
Un beso
Un relato con un ritmo tremendo... Me encanta el final. Tambien aplaudo, sin duda...
ResponderEliminarUn abrazo
Era un canto a la vida, en ese ritmo, con dos orgasmos como dos catedrales, así que lo de aplaudir, que no llegué a hacer, pero que seguro más de uno pensamos como colofón perfecto, era de recibo :-)
EliminarUn abrazo
El pudor he tenido que sucumbir a los muros de papel de fumar para economizar en la construcción.
ResponderEliminarUn abrazo.
El problema de los muros de papel es un gran problema. En este caso, creo que los muros de los castillos mediavales tal vez tampoco habrían podido aislar al resto de habitantes de la zona, pero al menos habría atenuado esos gritos. :-)
EliminarUn abrazo
¡Muy bueno, Albada! Una prosa ágil, muy expresiva, me ha hecho percibir todos y cada uno de los sonidos de esa madrugada vecinal inspiradora de este divertido relato.
ResponderEliminarQue el año nuevo te llene de emociones, amiga.
Un abrazo.
Se percibía mucho y bien la atmósfera de una isla de dos en medio de un océano de realidades muy prosáicas. Esas que no les importaba en absoluto, y oye...que me parece bien.
EliminarTe deseo un año maravilloso, con poemas tan lindos como siempre son los tuyos, y sobre todo, miles de momentos mágicos por intensos.
Un fuerte a brazo