Luis se enamoró perdidamente de una figura que fue imposible adquirir por más esfuerzos y tiempo que dedicó a convencer al artesano. La ardua búsqueda de esa combinación de elementos, que permitiese ese aspecto único, le había llevado tres años de investigación, de pesquisas que acaban en callejones sin salida y en un distanciamiento progresivo de su familia. Pasó el tiempo, encauzó sus aficiones y su curiosidad en un trabajo que seguía cautivándole y la vida parecía estar en calma, cuando, el azar le llevó a un claustro de un convento, una mañana de Marzo y de forma totalmente accidental, pudo llegar a un secreto que ya no buscaba.
Cuando al fin pudo obtener la fórmula, casi alquímica, sintió un alivio extraño, a destiempo, pero con sabor a ilusión renacida. Comenzó entonces una minuciosa revisión de artesanos del vidrio, aprobando al fin la pericia de un hombre flaco y veterano, que se cruzó en su camino, en un pequeño taller cercano a Poblet.
La figura del cisne se encargó con la única premisa de usar para su fabricación esa receta perdida, y que confería al cristal la propiedad de mantener una tonalidad base, pero de la que emanaba, con imperceptibles cambios de luz, una arsenal infinito de tonos. Esa peculiaridad iba asociaba a que en su manipulación no se usara más que agua para su conservación y por supuesto, una limpieza exquisita de manos previamente. De no ser sí, el color cambiante y embelesador quedaba convertido en un gris anodino, hasta lavarla con agua fría nuevamente y secar la pieza con trapos de algodón virgen .
Nunca fue un recurso decorativo, y Eva lo sabía mejor que nadie. No en vano cuando esperaban visitas, la guardaban en la vitrina.
Esa noche aciaga sus manos estaban llenas
de polvo del desván. Se sentía derrotada por la envergadura de la tarea de
limpieza que había ido postergando. Podía pasar de largo de la pequeña peana
con la preciada imagen alegórica en su equilibrio precario. Podía hacer un esfuerzo para
vencer al cansancio y lavarse a conciencia, porque, el tacto del vidrio lograba recomponer toda su tranquilidad en un instante.
Pero no. Cuando la hubo rozado con la yema de su índice, confirmó que ya no
estaba en sus manos controlar las fuerzas desatadas, y supo que lamentarse no cambiaría el resultado del impacto.
Los escasos fragmentos de cristal esparcidos por el
suelo, contemplaban atónitos a una mujer desolada. Luis la besó con un amor invencible, y la noche les encontró planeando otra figura que encargar, que en ningún caso sería la de un cisne negro.
Nota del autor:
Los pigmentos a utilizar y forma de combinarlos se hallaron descritos en un pergamino, junto a una carta de navegación, en un cofre de madera.
Actualmente estos documentos están custodiados celosamente en la memoria de un monje octogenario del Monasterio de Montserrat.
Una historia fascinante con la lección primorosa que tantas veces se nos olvida de la realidad. Lo material es solo eso, material. Y nosotros y nuestra vida va mucho más allá.
ResponderEliminarMe gusta que ese hombre sensato y cabal tenga por nombre Luis :) Mucho he de aprender de el.
Un besote Albada
Gracias por una la lectura tan atenta, exhaustiva y profunda.
EliminarLo material, aún primoroso, queda siempre por detrás de lo realmente importante.
Un abrazo Luis
La relación de la pareja por encima de cualquier elemento material, por sofisticado y deseado que sea. Una lección de humanidad bien entendida.
ResponderEliminarLas personas antes que los objetos. Estos se pueden volver a realizar por un buen artesano, el amor roto no se puede rehacer.
Un abrazo albada.
O en todo caso, el amor que se permite uno dejar romper, gozó de menos cuidados en su fabricación que una figura, de cristal en este caso. O se valoró en menor grado que artilugios varios.
EliminarLas parejas de largo recorrido son buen ejemplo de ello. Creo.
Gracias por tu lectura y siempre amables comentarios.
Un abrazo Alfred