Se dejó llevar, como la hoja de un árbol de
hoja caduca en el otoño, quedándose sin aire en la bajada y aterrizaba ahora,
confundida en barro y lluvia, hecha un ovillo, bajo las ramas de un viejo
algarrobo. Se incorporó, confirmando que no era un sueño, con sus tejanos
empapados, la espalda húmeda y un castañeo en los dientes. En su mano derecha aferraba
una pequeña llave, dorada y limpia, y no
tenía nada más. Sin bolso ni mochila, ni móvil ni sosiego, se dispuso a buscar
la salida de ese bosque encantado en apariencia, de la única forma que su
instinto le ofrecía: siguiendo unas señales en el suelo, escuchando los sonidos
del viento de la tarde y guiándose por la luz que aún jugaba a su favor.
En el bolsillo derecho guardó la llave, por si
era de alguna caja con cerradura, movió los dedos de los pies y se puso a hacer
el camino al andar, como Machado, para si volvía la vista atrás poder ver la
senda que nunca se ha de volver a pisar. Le dio por esquivar las lombrices
amarillas del suelo húmedo por el
chubasco, las hojas marrones empapadas de agua, llanto y rocío y se permitió golpear alguna piedra
ovalada y grisácea.
Siguió, tensa y alerta, hasta hallar las
huellas de un paseante previo, de botas
grandes, seguramente de algún hombre pesado y de caminar presto. Pesado por la
hondura en el barrizal y presto por un talón marcado con decisión. El sendero
por el bosque brillaba a ratos con reflejos del sol sobre las gotas oscilantes
de las ramas y, por fracciones de
segundo, la extraña luz iluminaba
caprichosa la neblina, confiriendo en la nada, la ilusión de unas imágenes con textura a sueño por comenzar a dormir.
Calzada con unas náuticas iba colocando cada
pie sobre una huella, con la infantil presunción de que nadie encontrara jamás
pista alguna sobre su paso por el bosque este Abril. Cuando los ladridos de un
perro y unas voces juveniles le indicaron que estaba cerca de algún pueblo fue
cuando se preguntó, por primera vez, cómo había llegado allí.
Escribo estas líneas mientras busco acomodo a
una llave primorosa y reluciente que me entregó una muchacha, de
ojos tristes, que apareció ayer cerca de Prades y que aún no hemos conseguido
identificar. Hemos hablado con ella. La he escuchado activamente y sin llegar a
comprenderla, me ha generado un interés enorme por darle un pronto regreso a su
casa y a su vida. Cuando te mira y te ve, con esos ojos tan abiertos y esa cara
tan triste no puedes evitar que te inunde un deseo infinito de protegerla.
Estamos barajando diversas hipótesis, pero cobra fuerza por momentos, la posible ingesta,
voluntaria o no, de alguna sustancia que no hemos sabido detectar aún en el laboratorio.
Ella habla de alguien llamado
Phil, con h, y parece responder al nombre de Sara. Es alta y delgada, de larga melena marrón y leve acento gallego.
Supuestamente, existe la posibilidad de que la llave en cuestión, sea la que abra la famosa puerta puesta al campo, permitiendo la entrada al bosque encantado, donde sus frutos debidamente ingeridos, producen un estado de armonía anímica, que conlleva un estado de paz armónica, en el que ves a tus semejantes como lo que son y no como quieres que sean. En su cantar gallego, nos invita a visitar el bosque, recordándonos que no existe la puerta para los que vayan en actitud cerril, desconfiando según el nombre de la compañía que se encuentre en el camino.
ResponderEliminarUna disección tan meticulosa, no me la esperaba Alfred. La joven quería recordar que la llave era para abrir un corazón descerrajado. Tal vez el de Phil, o el de ella, quién sabe. La puerta al bosque encantado, como idea me resulta muy atractiva, pero mucho.
EliminarGracias por tu lectura y exhaustivo comentario.
Un abrazo.
Qué bonito Albada. Me encanta la forma tan poética en que describes, la intriga que acompaña a la protagonista y el desenlace de novela policial. Me evoca el esbozo de una gran novela.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartirlo.
Gracias ti por tu lectura Pilar.
EliminarSi te ha gustado me doy por más que satisfecha.
Un abrazo
Leía tu relato y parecía caminar por ese bosque junto a Sara. Hasta podía oler esa mezcla de madera mojada del invierno y el frescor de la nueva primavera. El final me dejó preocupado pensando que más que un relato era un hecho real. Con alivio leo los comentarios y descanso de la angustía de una niña perdida. Ahora, más relajado, releo el texto y me lleva a pensar en el encuentro de uno mismo con lo que fue su propia niñez. Una llave que abre recuerdos de una infancia con momentos de una soledad buscada. Una soledad expresada en un bosque en el cual encuentra un camino a seguir, guiada por unas huellas que son las suyas propias en un futuro. Y en ese encuentro de pasado y ahora presente permanecé la llave que nos abré la puerta a los recuerdos. Para no olvidar quienes somos.
ResponderEliminarMe parece un texto precioso.
Un besote Albada
La llave, en efecto, pretendía ser el elemento clave del texto.
EliminarTu interpretación me parece muy profunda. Porque las llaves de las puertas importantes, ya sea hacia el pasado para recordar quién somos, la de las decisiones que abrirán el futuro, e incluso la de nuestro propio corazón, sólo la podemos poseer cada uno. Y no hay duplicado posible.
Me alegra te gustase el texto. Un abrazo.
Sara es mi nombre preferido este relato tambien podría serlo
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura.
EliminarComo puedes ver, este blog es muy sencillo, como el nombre de la protagonista de este texto.
Considéralo tu casa, porque siempre serás bienvenido.
Un saludo