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Este traslado debía ser el último. Se sintió harto de sentir que un acomodo no es lo mismo que un hogar, harto de que en cada municipio le pidieran documentos diferentes para censarse, pero sobre todo, más que hastiado de ir por la vida sin tener un paisaje que añorar o un destino donde regresar.
Las sucesivas quemas de papeles hicieron ligero el equipaje, pero sobrevivió una cuartilla de papel cuadriculado, amarillenta y doblada, en el libro de texto "Historia del Arte" de COU. Siempre supo que estaba allí.
Buscando la manera de llenar la caja de mudanzas, como siempre, le salió al encuentro el recuerdo de esa chica pecosa. De unas tardes sin fin preñadas de promesas de amor eterno, de miedos y risas, de azúcar y sal.
Releyó, apoyado en la escalera de mano, esas líneas que jamás pudo contestar.
Cuando sientas que el aire que te abraza es tibio
y deja tu piel limpia, fresca e hidratada.
Cuando la luz de la tarde cubra tus verdes ojos
con la luz que acota el bastidor de tus pinceles
y deje desnuda la sombra de mis dedos en tus manos.
Cuando la noche calce tus sienes en nuestra almohada
y se atrevan a vivir en los sueños los deseos que sembraste…
Entonces, sólo entonces, entenderás, amor, hasta qué punto te amé.
Volvió a doblar el papel, confirmando que la tinta había perdido intensidad. Se preguntó una vez más qué habría sido de ella. Y por primera vez echó de menos las sombras chinescas que hacían sus cuerpos, en la pared del único cuarto que sintió su hogar.
En los interiores de las tramoyas, dando el ultimo vistazo para asegurarse qué todo está en orden, sor Inés, responsable de la escenografía, contempla su sombra recortado sobre el decorado, y como un flash, le viene a la memoria un destello de su amor de juventud, cuando aun no sabía lo que era una vocación.
ResponderEliminarSor Inés, tramoyista en ciernes, escuchadora de latidos y variopintos adagios hormonales, murió en la Residencia de Sores, no sin antes escribir, en un folio de papel reclinado, que esa pecosa niña, llegaría a ser monja, y que en Calcuta, encontraría la paz.
EliminarPor un decir Alfred.
Un abrazo.
Los recuerdos bonitos, a veces se quedan en eso, en sombras chinescas incapaces de sostener un presente lleno de nada. Pero no nos atrevemos a tirar la última prueba de que fueron verdad, aunque quizá sospechemos que estamos mitificando ese pasado, pero hace falta sentir dónde poder asirnos con alguna seguridad, sobre todo en tiempos donde se respira el caos
ResponderEliminarBesitos
A veces uno arrastra de mudanza en mudanza objetos que cree ser significativos.
ResponderEliminarY la verdad es que si cumplen la función de fijar, a través de ellos, un momento de la vida, siempre es bueno haberlos conservado.
Yo, sin embargo, de forma particular, conservo pocos objetos. Me fascina hacer espacio en los armarios, por si sigo coleccionando mudanzas, básicamente. (broma).
Un abrazo.
Siempre tenemos la sospecha de que tiempos pasados fueron más felices. Y en base a esos recuerdos, tratamos de imaginar un presente y un futuro más esperanzador del que tenemos. Algo nos frustra y el arrepentimiento de acciones pasadas no tomadas nos invade. Sin embargo, no son pocas las veces que esa misma imagen puede hacernos retomar la lucha de nuestro presente y futuro como un reto a conseguir. Sea de un modo u otro, los recuerdos son un síntoma de estar vivo, y por tanto de esperanza.
ResponderEliminarUn beso
Por algún motivo que ignoro, yo siempre que recuerdo momentos felices, me queda siempre la sospecha de que volveré a vivir otros aún mejores.
EliminarLos recuerdos en forma de objeto, tienen una consistencia que nos hacen creer que no no engaña la memoria, pero yo opino que todos los recuerdos los modificamos a través de los años, magnificando casi siempre los buenos.
Como bien dices, recordar implica estar vivo, que no es poco.
Un abrazo.