Foto de Aguirrefoto |
Al fin libre de ataduras. Elena se había largado al fin con el fotógrafo que insistiera en llamar "amigo", hasta consigo misma, y que la dejó inundada, según le confesara una noche, y entre lágrimas amargas, de una luz de la que él carecía.
No había tenido tiempo ni paciencia para entender, o ella no habido tenido palabras, o redaños, para explicar, o explicarse, que la realidad que la desbocaba la alegría de vivir, era tal vez una huida, pero lo cierto es que no deseaba seguir casada con Luis, sino con Pablo.
Meses par él de ver cómo se iba con su amigo a buscar, o cazar, según lo llamaba ella, dependiendo del día, esos paisajes que inventaban o buscaban. Meses preguntando si le traería a casa a cenar, o si quedaban los tres en algún lugar, porque quería conocerle, e imaginando qué excusa pondría cada vez.
Meses par él de ver cómo se iba con su amigo a buscar, o cazar, según lo llamaba ella, dependiendo del día, esos paisajes que inventaban o buscaban. Meses preguntando si le traería a casa a cenar, o si quedaban los tres en algún lugar, porque quería conocerle, e imaginando qué excusa pondría cada vez.
- Es una amistad blanca, decía ella siempre, no temas Luis, y no vengas paranoias, por favor- remataba con un mohín de asco de niña de Pedralbes- Buscamos lugares que él quiere plasmar con su máquina y yo con mi voz, y nada más,¡jolines ya, con tanta pregunta!.
Lo que Luis no puede saber es que en verdad era una amistad tan blanca como la nieve. Tan clara como el agua de un arroyo saltarín, que no es consciente de las salpicaduras húmedas que deja en las rocas tras su paso. No adivinó, ni remotamente, las noches de lucha, entre sus pechos de niña, por no dejarse caer en la tentación de ceder a sus instintos, con ese lastre de las clarisas que pesaba como una cadena perpetua. Todo había acabado entre ellos. Para ambos era cerrar una puerta.
Inició una búsqueda por Internet el mismo domingo en la noche en la que ella se fue, y como un puzzle que de pronto cobra certeza. Tenía un mañana por abrir si desabrochaba el pasado. Tomó diez días de vacaciones, su ordenador y dos mudas, y allí estaba. En las afueras de un pueblo de 600 habitantes, según google, gozando de un aire limpio, sin plan fijo de cómo presentarse, porque igual no le reconocería.
Se había ido a hacer COU a Madrid, con sus abuelos, porque, por supuesto, ni bachillerato se cursaba en su pueblo. Por qué no regresó jamás es algo que no le costaría explicar a Isabel, la compañera de pupitre que le despertó el afán por las trenzas, por deshacerlas, mejor dicho. Ella, y no Marisa, con quien se estrenó en la cama, era la mujer que de manera recurrente se le aparecía en sueños. Quien, en sueños siempre, le llamaba, como aquella tarde de otoño, desde el pajar, para, al acercarse, ver cómo se levantaba la falda, dejando ver las braguitas de perlé blancas. Como en la realidad añeja, en su sueños, tras hacer ese gesto, tal vez de desafío o de aseveración de su feminidad, daba media vuelta y echaba a correr hasta el pueblo.
Ella, con el olor a goma de borrar Milan y pegamento Imedio seguía viviendo en el pueblo, y era la concejala de cultura y festejos. Bueno, junto con el alcalde, era la única persona que cobraba en el Ayuntamiento.
Le reconoció al instante, y desde la silla, sonrió de oreja a oreja mientras gritaba su nombre
- Pabloooo, ¿qué haces aquí?
Era fácil, pero tan difícil decirle cuánto la había añorado, que primero quiso saber si estaba casada, por no romper una paz que no era quien para destrozar desde la distancia del tiempo contado en décadas. La vida no es como las películas. Los amores no son eternos, ni hay escenas de un último minuto antes de tomar un avión, pero hoy, junto a la ventana que deja ver la caída de las hojas en la plaza mayor, la magia ha hecho de las suyas.
El aperitivo duró hasta la comida en casa de ella, y desde la comida hasta el paseo por la alameda del pueblo. El tiempo había traído parejas para ambos, que llegaron para luego irse de sus vidas, y en el otoño de su existencia, haciendo una cabriola, Cupido quiso deshacer el entuerto, y permitir que los dos críos destinados a amarse, pudieran encontrarse al fin.
Se había ido a hacer COU a Madrid, con sus abuelos, porque, por supuesto, ni bachillerato se cursaba en su pueblo. Por qué no regresó jamás es algo que no le costaría explicar a Isabel, la compañera de pupitre que le despertó el afán por las trenzas, por deshacerlas, mejor dicho. Ella, y no Marisa, con quien se estrenó en la cama, era la mujer que de manera recurrente se le aparecía en sueños. Quien, en sueños siempre, le llamaba, como aquella tarde de otoño, desde el pajar, para, al acercarse, ver cómo se levantaba la falda, dejando ver las braguitas de perlé blancas. Como en la realidad añeja, en su sueños, tras hacer ese gesto, tal vez de desafío o de aseveración de su feminidad, daba media vuelta y echaba a correr hasta el pueblo.
Ella, con el olor a goma de borrar Milan y pegamento Imedio seguía viviendo en el pueblo, y era la concejala de cultura y festejos. Bueno, junto con el alcalde, era la única persona que cobraba en el Ayuntamiento.
Le reconoció al instante, y desde la silla, sonrió de oreja a oreja mientras gritaba su nombre
- Pabloooo, ¿qué haces aquí?
Era fácil, pero tan difícil decirle cuánto la había añorado, que primero quiso saber si estaba casada, por no romper una paz que no era quien para destrozar desde la distancia del tiempo contado en décadas. La vida no es como las películas. Los amores no son eternos, ni hay escenas de un último minuto antes de tomar un avión, pero hoy, junto a la ventana que deja ver la caída de las hojas en la plaza mayor, la magia ha hecho de las suyas.
El aperitivo duró hasta la comida en casa de ella, y desde la comida hasta el paseo por la alameda del pueblo. El tiempo había traído parejas para ambos, que llegaron para luego irse de sus vidas, y en el otoño de su existencia, haciendo una cabriola, Cupido quiso deshacer el entuerto, y permitir que los dos críos destinados a amarse, pudieran encontrarse al fin.
La vida se abre paso, como planta que repta en busca de la luz, en cualquier caso y en cualquier circunstancia.
ResponderEliminarUn beso.
La vida retoma la última gota de alimento por yermo que sea el terreno, para retomar savia que alimente los laientos, por supuesto.
EliminarUn beso
Dicen que más vale tarde que nunca, aunque no sé...
ResponderEliminarBesos.
Curiosamente, hoy puedo afirmarte que sí.
EliminarLo que es la vida, caramba!. Un beso
Madre mía pero qué historia más bonita la que nos has contado, y que sino me lo dejas en mi muro lo mismo se me hubiera pasado por alto venir a leerla, y no me lo hubiera perdonado, porque es una historia realmente entrañable, querida amiga.
ResponderEliminarBien cierto es que el amor no es eterno pero también cierto es que la vida puede dar un revés y todo puede cambiar de la noche a la mañana, y como bien dice Xavi, más vale tarde que nunca, y así también lo creo yo.
Chapó por esta preciosa entrada, ha sido un placer leerte, una vez más, mi querida Albada.
Un beso enorme.
Más vale tarde que nunca. Y sí. Es improbable. Y sí, es de necios creer que pueda darse un amor nada infantil pero limpio tras los fracasos.
EliminarPero a veces los milagros pasan. En este cuento al menos :-). Un beso, dulce María