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El ascensor había sido testigo de atusados
de sonrisas, de confirmación de peinados
y ajustes de cinturillas de visos de mujer y braguetas de hombre.
Subía y
bajaba con la parsimonia de la antigua maquinaria, luciendo los botones dorados
del exterior. Con el señorío de saberse necesario y orgulloso de estar adornado
con ese espejo enmarcado en madera de abedul.
Fue diseñado
con esmero por un hombre que usaba silla de ruedas, quien lo dotó de unas
medidas generosas y detalles de marquetería de Art Decó.
Sus setenta años le encontraron repleto de salud, y sabiéndose testigo silencioso de
algunos besos furtivos, de acomodos de muebles y otros sucesos anodinos, pero
sobre todo, sintiéndose cómplice del único asesinato que hubo en el edificio.
El día en que
la nueva inquilina llegó con el señor de la inmobiliaria para ver el piso que
ya conociera por fotos, fue para él tan evidente su bagaje de vida redimida, que antes de que abrieran
la verja externa, supo que esa mujer acabaría por descubrir la verdad de la
muerte por causas naturales de un día de Junio del noventa y dos.
Sintió sus
tacones y su peso liviano. Desde detrás del espejo midió la fuerza especial que
atesoraba esa mirada capaz de traspasar los objetos. La decisión fue que no se
dejaría utilizar por ella. Con el calor que ella emanaba se enteló el cristal,
quedó impregnado un aroma a menta flotando en el camarín, y sin dudar ni un
minuto más, el ascensor se detuvo a un
palmo del suelo.
Montacargas.Cat
revisó de Norte a Sur la instalación sin hallar avería alguna. El resto de
vecinos lo usaban sin ninguna incidencia, pero lo cierto es que ella no pudo
acompañar ni un solo enser hasta su casa, pues su presencia inutilizaba el uso,
por razones que ningún técnico llegó a dar explicación. La mujer menuda y de
tez blanca lo asumió desde el momento en que por primera vez entrara en el
camarín, y adivinase entre el olor a pino,
que Carlos, el maduro portero, mantenía limpio en todo instante,
escondía el secreto del exilio confabulado del único morador que jamás quiso
vivir en el edificio de la armonía.
Ahora, que lo
imposible de creer es asumido por todos, sólo los amigos y otros visitantes
piensan que exagera en la obsesión por estar en forma. Levantan los hombros y
desde dentro la oyen subir los cuatro pisos, cuyos rellanos dan la cohesión al
grupo de moradores amigos, más que vecinos.
Hay ascensores que al igual que determinados bosques son muy animados y saben perfectamente lo que se hacen. Los tacones es mejor que suban y bajen por las escaleras y las inunden con su música.
ResponderEliminarPura melodía tu relato. Cada vez me
gusta más.
Un abrazo y buen domingo.
Gracias. Desfruté mucho escribiendo, supongo que se nota.
EliminarFeliz domingo para ti. Un abrazo.
Si.
ResponderEliminarSe nota que disfrutaste. (escribiendo eh...)
Besos.
Escribiendo, por supuesto...
EliminarUn beso
Bellísimo relato con este ascensor como protagonista. Dicen que el "espacio" en los relatos juega un papel fundamental en su desarrollo y a mí me encanta el que tú has construído dotándolo de personalidad propia.
ResponderEliminarAdemás, ¡buscaba un ascensor de los de antes! y ya lo tengo en fotografía, que con tu permiso, la tomo para un edificio que tengo un poco convulso...jajá ...;)
Besos Albada y me encantan estos breves que construyes tan esmeradamente.
Gracias Laura. Qué no sabrán estos centenarios, caramba!. La foto es preciosa. Es de Internet pero se acoplaba exactamente a mi idea.
EliminarUn beso.
Que tendran los ascensores que nos imspiran tanto.
ResponderEliminarUn beso.
Tengan secretos que no revelarán jamás. Por eso nos atraen. Y por bellos en algunos casos.
EliminarUn beso, Alfred