Había llegado a la casona del
siglo XV. Inscrito y duchado me instalé en el actual Parador, que había
sido un convento, concretamente el de
San Vicente Ferrer, y que forma parte de un impresionante conjunto monumental,
ya que ese convento linda con una Iglesia, la de Santo Domingo, y un palacio,
el de Mirabel (de la familia benefactora). Su,
otrora, sala capitular era ahora un restaurante. En el piso superior hubo una estupenda
biblioteca y más abajo, la bodega conventual, excavada bajo la roca granítica.
Me asignaron una sala cercana al claustro para escribir en silencio, como había
solicitado. Medio dormido en la inmensidad de la sala, con mi ordenador
portátil encendido y las musas queriendo revolotear a mi alrededor, creí
escuchar un ruido. La cortina se mecía, y adoptaba la forma de un oleaje de
terciopelo verde con ribetes dorados que, en su fricción con suelo, hacía sonidos compasados, suaves pero quejumbrosos.
No pude evitar sacar la cabeza
hacia la noche estrellada, por ver qué había originado la primera corriente de
aire. La silueta de una monja se dibujó contra la luna llena. Sin previo aviso
un relámpago iluminó a la figura, con velo negro sobre el tejadillo de su cofia.
Tenía un cordón a la cintura, con tres nudos, y lo apretaba con sus manos mientras
me miraba. Se fue la luz, dejándome a oscuras y con la curiosidad enfervorecida,
pero el portátil, que suelo tener enchufado a la corriente si pienso que estaré
bastante rato, había emitido algo parecido al ruido de un chispazo, así que
corrí, tropezando con la pesada silla, a desenchufarlo.
El trueno me encontró agachado,
a unos centímetros del enchufe y con medio cuerpo bajo una regia mesa. Volvió
la corriente casi al instante. Puse la batería por evitar posibles nuevos
sustos futuros en la noche, y volví a mirar por el ventanal, en ese momento arrebujado en mi
chaqueta de lana. Nada se movía excepto un gato a la carrera. De nuevo sentado,
intenté abrir una carpeta de mis documentos, una de las usadas para mi
trabajo de doctorado. La investigación sobre los pasadizos secretos de diversos
conventos, entre ellos el de las Claras, y los dos años de concienzudo trabajo había concluido. Estaba inexplicablemente vacía.
Las tres fotos son de Aguirrefoto |
Yo tampoco "pude evitar sacar la cabeza hacia la noche estrellada" para mirar el rostro ausente, y escuchar las palabras dejadas al viento por una mujer de extraños hábitos.
ResponderEliminarUn constante abrazo.
Los hábitos monjeriles, con sus peculiaridades en color y abalorios. Ese cinturón de cuerda con tres nudo, representaba los tres votos, castidad, obediencia y pobreza. Tras el gesto y la posible ulterior venganza por hurgar en el pasado, pedía olvido, palabra que a veces debemos cerrar con candado, y no usar.
EliminarUn abrazo
Un escrito con sabiduría paso a paso has creado vida
ResponderEliminarabrazo
Intencional la lentitud en ponernos en situación. Si ha habido exceso pido disculpas, pero perder, súbitamente, unos documentos de un ordenador, tenía poco sentido sin una ambientación adecuada, y me decanté por ese parador, que existe, por supuesto.
EliminarGracias. Un abrazo
Para sufrir la pesadilla de perder en un instante el trabajo de dos años, no puede haber mejor ambientación que ese lugar y esa climatología.
ResponderEliminarUn abrazo.
El ambiente era el ideal para escribir. La aparición o pesadilla era la guinda de la noche, sin duda
EliminarUn abrazo
Yo vi una vez la silueta de un monje (con capucha) en un lugar en el que hacía más de cien años que no había monjes.
ResponderEliminarEn el centro de Barcelona.
He preguntado a mucha gente y me dicen que eso es imposible.
Yo lo vi.
Besos.
También parecía raro la aparición de una monja, un relámpago en seco y que se borraran datos de un ordenador, pero así fue. Ahora en serio, ni te imaginas los conventos que se derribaron con las reformas del casco viejo para hacer la Vía Layetana de Barcelona. Quién te dice que un alma vague por ahí, buscando su convento.
EliminarUn beso
Lo que parece la introducción de un critico de hostelería, termina un bello relato de intriga y misterio.
ResponderEliminarBesos.
Ahora que lo pienso, es verdad. Parecía propaganda cuanto menos. Excso de ambientación seguramente.
EliminarBesos
Qué bien ambientado este relato, me hiciste ver la silueta de la monja y sentir esos truenos.
ResponderEliminarMe encanta cómo vas manejando la situación.
Un placer leerte.
Besos enormes.
Gracias. Era quizás con exceso de ambientación, pero era situar al lector en los espacios inmensos, regios pero sucintos, de las casonas, conventos o palacios de los siglos XV XVI en España, que por cierto son multitud en lugares de la España interior, y recuerdo Salamanca, Cáceres o Toledo. Era el ambiente de sosiego inquieto de las noches.
EliminarUn beso grande y feliz tarde