Intentó poner a salvo
del naufragio de la memoria
ese sonido único del rumor
de las rosas al abrirse.
Empapado por la lluvia,
con las goteras del
tiempo
quedó pendiente de la deriva
de unos planes ajenos.
Pasaron los años,
los líquenes ausentes
trenzaron densos espinos
sobre su corazón
dormido.
Cuando un estruendo
de tormenta contenida
desoló la periferia de su atalaya,
en un reflejo nació una imagen.
Vió un rosal exhuberante
con mil luces encendidas,
que ni el cielo más oscuro
había podido apagar