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domingo, 28 de septiembre de 2014

Lavadoras justicieras


El torbellino ha sido puntual.
Como cada último domingo de mes la lavadora me ha devuelto lo que me ha abducido durante estas semanas.

Como otros domingos, he visto cómo dispersaba, y quedaban en el suelo los elementos usuales, llegando a un rincón un calcetín blanco, allá un cordón de zapatilla, y algunos botones. Esas cosas habituales. Como en todas las  casas donde hay jóvenes viviendo. Porque imagino que es un efecto que llevan ahora las lavadoras, tras tantas quejas por pérdidas de horquillas, moneditas, botones, cordones y los innumerables calcetines que quedaban sin su pareja
Hoy, por ejemplo, había dos botones. Uno sé que  es de un pantalón de hilo, veraniego, que ahora descansa en una estantería del armario, y el otro es de una camisa de hombre, o de un polo.

Ayer vi a un joven con los cordones desparejados. Uno era lila. El otro blanco. Igual no tienen paciencia en casa para esperar a que la pareja “fugada”, regrese al lavadero, pero me hizo gracia, porque un hijo tenía unas Converse idénticas, blancas y amarillas, con detalles en color lila. Recuerdo que los cordones, primitivamente, ambos, por supuesto, eran de un vivo y alegre color violeta. Lo recuerdo porque la lavadora se comió uno de ellos, hasta que lo regurgitó. Pero era tarde. Yo aún no sabía estos turnos de la nueva lavadora, y ya había comprado otros.

Bueno, lo sorprendente es que hoy, además de lo normal,  ha salido un perro yorkshire de ese remolino. Creí que sería un peluche de un osito, con lazo rojo, pero no. No es un peluche, sino un perrito, seco,  pequeño y con cara de ¿dónde estoy?

Si alguien ha perdido un perrito, de unos dos meses, contacte conmigo. El animalillo está bien, sólo asustado. Aprovecho para rogar, a quien pudiera haber encontrado a un osito…que me lo haga llegar. :-)

jueves, 25 de septiembre de 2014

"Pero más triste es robar".

Salou a fines de Septiembre. Paseo con fuente y agua

He leído un relato, muy corto. En un blog al que llegué por no sé qué caminos, en estos viajes por Internet en los que coges un trayecto, y en las paradas te vas bajando, para tomar  un ramal, que te lleva a otra parada, donde te paras de nuevo para coger otro. En esas excursiones por una maraña de hilos de una red infinita.

Es un blog, por lo que he visto, de reflexiones, o pensamientos, donde he leído un fragmento que me ha hecho recordar lo que me ha pasado hoy.


Quienes quieran lograr el éxito deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien. La vida vale por las vidas que alienta, y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad.

relatos muy cortos, casi parábolas


Pues bien. Hoy he visto a una chica pidiendo. Yo también tengo una costumbre, que he adoptado con la edad, como habíamos comentado respecto a otras, como poner primero el pie derecho :-), costumbre que yo no tengo. 

Tengo otra, y les explico. No doy limosna. Vea el cartelito que vea, no la doy. Si dejo monedas en un recipiente, es porque vea a alguien ofreciendo música o alguna habilidad. Y no lo considero limosna, sino contraprestación, por lo que me han ofrecido y que yo he aceptado, según yo lo entiendo.
En cambio, sí que doy algunas monedas, o lo que sea, si se me pide de forma directa. Creo que debo tener cara de simple, porque me piden con frecuencia...desde una dirección, hasta un cigarrillo, comida o dinero. Escucho qué me dicen. Y en función de ello actúo.

Bien. Hoy había, en un lugar por el que paso alguna vez,  una muchacha, de unos dieciocho años o poco más, tocando una guitarra con más fe que condiciones. Por el lugar, por el estado de su instrumento, y por los ruidos y sonidos de la zona a esas horas creí escuchar talento. Sin más. El recipiente era una caja roja de bombones, vacía, de las pequeñas, con un cartel que descubrí delante de unas manoletinas azules. Mal íbamos. Me negué a sacar las gafas, pero estaba claro que era un cartelito digno. Nada de churretes de rotulador por ahí, sino un mensaje  mecanografiado en un cartón blanco.

Imaginé, ya ven, una necesidad para seguir estudios de solfeo en academia privada o algo relacionado con su talento, para mí innegable, y que no le bastaba para conseguir sus objetivos. Imaginé una situación de poca familia, menos recursos y grandes ganas de avanzar en la música. Miré en le monedero, pero el billete de veinte me pareció excesivo, y las monedillas se me hicieron infames, así entré en un supermercado para que me cambiaran. Como imaginan, hube de caminar un poco. Lo más cercano a esa plaza con fuente es una churrería, que estaba cerrada.

Era el día de la tercera edad o eso me pareció, porque los usuarios, los que yo vi en las dos cajas habilitadas, eran muy mayores. Ancianos, no nos engañemos. Tardé bastante, por lo que comprobé luego, en tener dos billetes de cinco y uno de diez, pero con todo el cariño fui en busca de mi guitarrista en ciernes.

Ella ya no estaba, pero el cartel sí.  En letra Arial, y de tamaño treinta, pude leer en el cartoncillo que yacía en la papelera:


Necesito ayuda. 

Fui a un concurso de talentos de la televisión, pero no pasé la primera prueba. En cambio sí me enamoré de un chico que vive en Málaga. Mi familia no lo entiende. No puedo pagarme el viaje. Por favor, ayúdeme.

Gracias. 

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Nudista púdicos

En este tamaño se lee el nombre de la casa


Ca la Fina es una casita donde el aire huele a mar y donde casi cada noche, cocinamos lo mismo, dejando un aroma a sol  reposado,  y  a sepias fritas. La alquilamos cada verano tres parejas, una de ellas con niños. Nos gusta porque está muy cerca de una de las playas nudistas de la Costa Dorada.

Tiene unas paredes encaladas, donde se aúpan las lagartijas, y donde, entre risas, los niños desnudos y con la piel morena que les da corretear sin ropa, se entretienen haciendo sombras con sus cachivaches. 

No sé que les pasa a Luis y a Lucía. Igual son costumbres en las que uno no debe meter la nariz jamás. Pero siempre me produce extrañeza verles en pijama por la noche, en la sala donde charlamos antes de ir a dormir cada familia a su dormitorio. Ella sale del aseo con una camisa a rayas muy grande, de un conjunto pijamero, esos varoniles de cinta en la cintura. Él sale al rato, con el pantalón a juego puesto y anudado.

Tal vez, de pronto, y vaya a saber por qué,  se ven mal vestidos, así, tan desnudos.

martes, 23 de septiembre de 2014

Otoño nuevamente


Se acortan los días,  como los paseos por el malecón. Como las horas que queremos pasar en la calle, cada vez más vestida de hojas. Hojas caídas  en las aceras, sobre los parterres, sobre los coches, sobre los caminos de barro, tras la lluvia de esta tarde.

Me había dicho que el otoño era la estación que más le gustaba, por cambios en la luz del día, menos hiriente sobre los colores claros, y por la infinidad de ocres de las hojas de todos y cada  uno de los árboles del bosque cercano.

Para algunos, es una estación tristona, apagada y gris, pero para él era cuando podía sacar en las notas del violín, esas  las burbujas de amor que atesoraba durante el verano.

Algunas tardes salgo al bosque. Por ver si le veo. Me quedo un rato escuchándole y luego me regreso. Cada vez con más mullida alfombra de hojas bajos mis botas, cada vez con más necesidad de llegar a casa. 

Por serenar en el alma, las notas de su violín atemperado, como hojas que caen despacio al suelo de las músicas por escribir, de otoño. En la ciudad de los apegos.

Adiós verano, adiós


La margarita, si lo es, sobresale nuevamente en medio del espacio. Esta urbanización marinera, sin pescadores ni lonja, alberga cada verano a unas decenas de familias de Barcelona y algunas de Zaragoza, en su mayoría. Me cobija a mí todo el año, junto con un pintor medio chiflado, un inglés que no quiere aprender español y unos gatos. A veces más, a veces menos. Los felinos empadronados, e ignoro las razones, pero tengo mis sospechas sobre una furgoneta municipal que a veces he visto con personas de uniforme blanco y artefactos con red en las manos. Es, por lo tanto, un barrio deshabitado casi por completo en invierno. En sus apartamentos yacen accesorios de playa,  entre recuerdos de chapoteos, risas y paseos oliendo a mar y a cerveza. A pescado frito y paellas. A tiempo de disfrute sin horarios.

Tras la flor, pude distinguir, cómo esas olas se llevaban los castillos postreros. Esos hechos por los niños, en este último fin de semana de verano climatológico. Las estaciones tienen sus turnos, como los obreros fabriles. Tienen sus tiempos, como las comidas de mediodía, que va cambiando desde el gazpacho a las lentejas pasando por los estofados y los macarrones.

Ayer lunes, ya no quedaban niños. Es mi manera de inaugurar el otoño. Ahora me pondré los ojos de ver menos colores, y los oídos de escuchar el mar a otro nivel más interior, sin tantas interferencias.

Cuando pase una semana, añoraré los gritos infantiles, y los colores chillones, las pelotas y palas en la playa. Tal vez hasta  la arena que esparcen las carreras de los críos  sobre las páginas de mi libro abierto.  

Pero, como cada año, al llegar finales de Octubre,  iniciaré el proceso de invernación. Me iré durmiendo por etapas, a medida que ralentizo mi metabolismo, de semana en semana,  hasta límites basales cercanos a la muerte., Y de esa guisa, en mi apartamento, que parecerá deshabitado, como el resto, esperaré en un sueño de meses, a que suene el despertador de las flores al abrirse.  

La margarita o el girasol darán el pistoletazo de salida a los niños por Semana Santa. Un año más, para atrincherar el frió y que vuelva a llamar la puerta el bullicio del sabor a vacaciones escolares.

Adiós verano, adiós.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Experiencia religiosa con mascotas.

 
Este perro no es mi perrita. La foto es de Internet.

Lucía regresó anoche de sus vacaciones en Paris. Quiero pensar que está muy cansada y no sabe mucho qué es lo que dice, pero me tiene, amén de preocupada por lo que me ha contado, más que temerosa de que pueda ser verdad.

Según ella, en una estación del Metro  de la ciudad de la luz,  ha tenido una experiencia religiosa.  Dice que estaba en el andén de la parada de Notre-Dame-de-Lorette, porque había visitado esa parroquia, más por el calor de ese 29 de Agosto, que por deseo de rezar. Pero que se  sentó en el banco más cercano a la entrada y que sin querer le vinieron a la memoria unos pasajes de Santa teresa de Jesús.

"Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…"...Seguido de recuerdos de aquellas lecciones de su infancia. Aquellas tardes de colegio e Instituto, en las alguna de las alumnas leía en la tarima de la clase cosas tan extrañas e inquietantes como “Vivo sin vivir en mí…”. 

Afirma que no se durmió, sino que se secó el sudor con un pañuelo, que luego guardó en su bolsillo, para tirarlo a una papelera, cuando encontrara alguna en la calle.

Asegura que en el  andén de la estación de Metro, tan azul en sus paredes, y con aquella luz tan blanca como la nieve recién caída, súbitamente se habían quedado sin electricidad, dejando la estancia alumbrada por las luces de emergencia. Ella y un señor con gafas, por únicos viajeros del submundo. Las tres de la tarde, allá, con más hambre que Mata arañas y se quedan sin electricidad!. Y que se dirigió a la papelera sacando el pañuelo, mientras rogaba porque la avería durase poco.

Que había encontrado en él un dedo,  me dijo. Y que estaba muy frío. Que volvió a envolverlo en el mismo papel de kleenex , y  que, sudorosa, y muerta de miedo, miró hacia el hombre, que leía su ipod.

Reparada la avería, pálida y sin saber cómo explicar en un francés más bien incomprensible, había decidido regresar al hotel, ya sin hambre alguna, y adelantar el viaje de vuelta en el AVE.

La verdad es yo la había observado por si apreciaba signos de fiebre. Estaba tan descompuesta al llegar a casa, con esa cosa entre cubitos de hielo, que lo dejamos en la cocina, y no quise ni mirar, por escucharla. Por seguir escuchándola, porque no había dejado de hablar desde que la recogí en Sants. Esa cosa, el bulto ensopado, había quedado sobre la mesa de la cocina, dentro de una bolsa blanca.

Ahora acabo de verla dormida profundamente en su cuarto. Acurrucada como un ovillo a pesar del calor. La he tocado y su frente no arde.

La prensa habla hoy del robo de un dedo de Santa Teresa en París. Lupo andaba escarbando en el jardín esta mañana. Los perros son muy inteligentes. Mucho más que los gatos.
Este gato se llama Lego. Y no será sabio en nada.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Dormir, tal vez soñar


Elena había adoptado algunas costumbres a lo largo de los años. No por creer en supercherías, sino porque le parecieron, a medida que se hacía mayor, que tenían un cierto sentido de ser.

Trabajamos juntas unos meses, y en esos ratos de desayuno nos contamos cosas. Hablamos. Son esas conversaciones banales, de desconectar de los quehaceres. Sin pretensiones. Se habla de los gustos, o fobias…lo normal con quien no se convive demasiado. Me explicó entre otras cosas, algunas manías.

Desde los treinta intentaba poner el pie derecho, en primer lugar, al bajar de la cama. No, supersticiosa no era, pero como dormía en el lado izquierdo de la cama, se incorporaba mirando hacia la ventana. Y ya que usaba la mano derecha para abrir la persiana, era de lo más práctico apoyarse en esa pierna al mismo tiempo, aunque no fuera lo más ergonómico.

La otra costumbre adoptada, sobre los cuarenta, según me dijo, era la de mirar debajo de la cama todas las noches, antes de acostarse. No se conformaba entonces con pasar el palo de una escoba como hasta entonces, ya que el tiempo de agacharse hasta dejar su cara adosada al suelo, la dejaba más tranquila.

Parece ser que fue a raíz  de la noche en que, con el palo, se llevó un susto de muerte al tocar un bulto. Había resultado ser una maleta olvidada la noche anterior tras llegar de un viaje, pero el bulto en el trayecto, casi la mata. Ahora se agachaba, invariablemente, justo antes de desmaquillarse en el lavabo. Tras esa ceremonia se extendía la crema nocturna.

Nos despedimos hace unos meses, cuando su contrato la llevó a otro centro. Ayer coincidimos en la cola de un supermercado. Elena me explicó que duerme bajo la cama, y que le resulta muy cómodo para no pensar con qué pie se levanta.

Una noche, hace unos meses, sorprendió a un hombre que se acomodaba, buscando postura, y que no se inmutó al verla. Estaba bajo su lado de  la cama, el lado bueno, para más abuso del desconocido.
Le vio tan tranquilo buscando dormirse, que se limitó a dormir sobre el polizón. En su lado, el de siempre. A sabiendas de que ese extraño lo hacía bajo su colchón, como en una litera improvisada. Parece ser que por la mañana puso su pie derecho sobre los azulejos fríos, sin recordar el episodio anterior. Y, según me ha dicho, llegó la noche, y cuando volvió a ver al desconocido, le pasó una cojín y una manta, que ese invitado sin invitar agradeció, y que le permitió dormirse de manera instantánea.

Dice que no se ven, ni se hablan, ni conviven…simplemente que ella se ha mudado a dormir bajo la cama. Eso sí, en el otro lado, el derecho, que ahora es el lado bueno.


sábado, 20 de septiembre de 2014

Desayuno con boicot

Foto de Internet

No me pregunten cómo, pero no he sabido detectar la mirada llena de rencor de la tostadora hacia la cafetera Melita, que con su ínfima lucecilla, ilumina toda la cocina, tenuemente, hasta que enciendo la luz. Entonces es cuando dos tubos de neón hacen un par de remilgos antes de iluminar de verdad la mañana y el espacio alicatado. Jamás se apaga, para mantener ese líquido que di en llamar café americano, a una temperatura adecuada, y presto a estar en mis labios.

La jarra de la leche, que uso en realidad para calentar el agua de las infusiones, estaba dormida, con su plácida blancura en el rincón, al lado de la freidora, porque ambos artilugios se usan cuando se usan, y descansan las más de las veces en un sueño lelo.

Hoy, como cada mañana, metí las dos rebanadas de pan molde, bajé esa palanquita hacia abajo, a nivel cinco, junto con la subida de mi esperanza de que el aroma de pan tostado me despertara lo justo para enfilar el día de una endiablada agenda.

No intuí a tiempo que la rabia había subido la temperatura de los odios, así que vi, apesadumbrada, cómo dos panes tostados, sin untar de mantequilla, embestían a la cafetera, quien acababa de decidir exhalar agua hirviendo justo en ese momento.


Con la ropa hecha polvo, sin tiempo para perder, y nulas posibilidades de que la mancha de café en el pantalón se pudiera disimular, grité en medio de la cocina a la tostadora iracunda:

- A ver…nadie te ha hecho nada. No trabajas más que cuando te bajo la palanca. Estás limpita, y resulta que porque odias a tu compañera de desayuno..me haces esto?.

Sé que poner mis brazos en jarras les ha impresionado un poco. Y sí. Mi tono de voz con noventa decibelios un poco más. Que me he pasado un poco. Tal vez sí.

Estoy trabajando, con el rodal de ese agua que pasé por la mancha en el aseo de la empresa. Llevo un rato preguntándome…cuando un artefacto se pone a pegar coces...¿qué quiere?, ¿que lo ignore?. 

Pues para eso dejo de pagar la luz,  y nos quedamos todos a oscuras, y sin desayunar.