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domingo, 30 de julio de 2017

Vacaciones para olvidar


La huelga de metro me pilló a la ida, y las nuevas medidas de seguridad me pillaron a contrapié. Primero con los zapatos, que tanto me habían costado abrochar. Luego con el pitido del arco detector de metales, que provocó un cacheo por parte de una agente concienzuda, tal vez con tendencias lésbicas. 

En el avión todos sentimos las turbulencias, pero sólo yo derramé un café con leché, por llamarle de alguna forma, sobre su propio pantalón. La estancia bien, para qué decir mentiras, pero al cambio todo me parecía barato, así que compré cosillas de recuerdo. En cada lugar. La última noche hice  el equipaje de regreso. Me costó lo indecible cerrar la maleta roja.

En el check-in, la señorita insistió en que había de disminuir el peso. El de la maleta. Ya me parecía a mí que eso de costarme tanto moverla era porque pesaba más de veinte quilos, así que abrí y rebusqué entre los objetos pesados, para dejar atrás lo que no me era tan preciso. Quedó una colina informe a mis pies, entre suvenires y ropa.

El avión de mi vuelta venía a rebosar de españoles con bolsas. Ni siendo un crack con el tetris se podía acomodar tanto bulto. Mi maletín de mano acabó entre mis piernas. No hubo turbulencias pero el tipo de al lado, obeso y roncador, impidió que yo pudiera dar  ni una cabezada.

El Prat nos recibió con luces en las pistas y con una huelga de taxis. En mi caso, además, con una sed del demonio y un estado de nervios de aquí te espero. Tuve que entrar en un bar para beberme un botellín de agua. Digo yo que sería allí donde me dejé las llaves, pero al fin llegué, exhausta, a la puerta de casa.

Rebusqué a fondo en el bolso pero no contenía ni el rastro de unas llaves. Al fin tuve que llamar a Pablo, quien aún conservaba un juego. Precisamente tuvo que ser mi primera llamada al llegar. A mi ex marido. Se mostró atento y cargó con la maleta, pero al llegar al piso quedó claro que mi viaje no había hecho que se olvidara de mí. Me arrinconó sobre el mueble del recibidor, entre bromas sí, pero sin gracia alguna. Cuando se fue llevé el maletón al dormitorio y vi el desorden, los cajones abiertos y el joyero boca abajo, y entonces ya sí que hundí. Me metí vestida en la cama, entre lágrimas de rabia. Mañana miraría el comedor, donde no esperaba encontrar portátil ni consola, pero mañana ya sería otro día.

viernes, 28 de julio de 2017

Inmortalizados en burbuja de lluvia

Imagen de Raquel Rodriguez Suarez

Inspirado en  la propuesta de https://elbicnaranja.wordpress.com/

Paula y Luisito gozaban de la libertad de vestirse de lo que quisieran. Cerca de su casa pasaban los trenes que iban a cualquier lugar que la enciclopedia mostraba como ciudades, y que ellos no creían poder visitar jamás.

Tenían el permiso paterno para irse a dar una vuelta tras la siesta, y ellos llevaban semanas posando en la alameda del pueblo, poco concurrida a las cinco de la tarde.

Ese día aciago, en el que desaparecieron para no volverse a hallar, se habían colocado unos trapos, fingiendo ella ser un hada madrina bruja y él un arlequín loco, y como cada viernes, posaron para los viajeros. Consistía en quedarse quietos por un minuto, mirando al convoy. Luego volvían a casa. 

Al llegar la noche les echaron en falta. Y hasta siete días después les estuvieron buscando, con ahínco ,pero sin resultados. En los años sesenta los críos que desaparecían no armaban tanto revuelo en los medios de comunicación como ahora. Los padres, afligidos, acabaron por darles por muertos, entre sollozos y réquiems sin ataúdes para olvidar.


Desde entonces corre la voz, de que, desde el tren de Ourense a Monforte de Lemos, cuando llueve, si miras hacia poniente, ves burbujas irisadas. Todas ellas con Paula y Luisito viviendo en ellas. Inmortales en su pose frente al destino de un billete de tren. 

jueves, 27 de julio de 2017

La maleta roja

De Google

Están llamando a mi puerta. Me pongo a fisgonear por la ventana. Me acechan.  Ya no me cabe duda. Anoche era un tipo con cara de facciones oscuras, sudamericano seguramente, y hoy una chica flaca que ahora mira su móvil mientras, de soslayo, consulta la puerta de mi casa.


El viaje fue maravilloso. Compartí con una barcelonesa los paisajes que siempre quise, de esa jungla costarricense que anhelaba conocer. En el Prat cogí mi maleta de la cinta, roja, con su adhesivo de un sol sonriente amarillo y llamativo. Llegué con tal cansancio y tantas ganas de regresar a casa que no abrí mi equipaje hasta ayer. No era el mío. Contenía ropa de mi talla y unas bolsitas con harina, seguramente con harina de maíz, porque los pasajeros que subieron en Madrid venían de un vuelo procedente de D.F, así que pensé que sería para hacer tortitas para tacos. Abrí las bolsas, las quince,  y las vacié en el wáter, tirando de la cadena después. Ahora dudo si fue una buena idea.

miércoles, 26 de julio de 2017

Vacaciones en la ciudad


Mi vecina me ha dejado al cargo de su correspondencia. Además de regarle las plantas, dejar la luz de su cocina encendida y cerrar puertas y persianas por las noches. También he de abrir las mismas persianas por la mañana y poner comida al loro antipático que tiene. El bicho es tan borde que monta una escandalera cada vez que entro. 

Cada verano me pregunta cuándo me voy yo de vacaciones, y cada vez le respondo que yo no salgo de vacaciones porque no me lo puedo permitir. En contrapartida,  cada año, ella se ofrece a vigilar mi casa en mi ausencia, que no se produce.

Hoy ha llegado la tercera carta del juzgado número dos a su nombre, y, ante la sospecha de que pudiera ser algo grave, la he abierto.  Era sobre un impago a un hotel por un mes de estancia en Génova, de hace dos años.

Me tiene dicho que no la llame, salvo por una grave emergencia, pues el rooning es caro, pero este año ya no es impedimento, así que la he llamado.


-      -  No te preocupes, me ha dicho, seguramente lleguen más. No me da la gana pagar una fortuna por gozar de mis vacaciones. Luego en el juzgado niego que haya sido yo la hospedada, porque puedo demostrar que no he dejado el piso ningún mes de Julio.

viernes, 21 de julio de 2017

Solo por primera vez

Siguiendo una iniciativa semanal; https://elbicnaranja.wordpress.com/2017/07/21/viernes-creativo-escribe-una-historia-196/#comments

Imagen de Geir Mosed

No entiendo qué ha pasado. Eva ha compartido mi vida. Mi alcoba. Mis expectativas de futuro. He recorrido su  piel como un explorador sin prisas. Me he perdido entre sus lunares como entre laberintos de recorridos imposibles,  y creía haber llegado a las grutas de sus razonamientos y esperanzas. Creía haber atisbado los precipicios de sus miedos y anhelos. Pero no.

Cuando llegó anoche y, entre la ensalada y la tortilla puso a relatarme sus andanzas con Luis, su compañero de redacción, no podía entender de qué me hablaba. Era absurdo pensar que, mientras seguíamos embarcados en la planificación de mi estancia en la Universidad de Groninga, prevista para Agosto, ella estaba construyendo una relación ajena a mí, y en su propio centro de trabajo.

Lo que más me ha dolido es que insistiera en que pusiera en mi equipaje protección solar de 50 por si al final podía acompañarme la primera semana, porque, como dijo hace pocos días, sin ella se quema los hombros y la espalda con facilidad.

La miro dormida por última vez. Cierro las maletas y llamo a un taxi. Mañana, cuando ella se haya ido, empezaré a reconstruir mi vida. Solo, por primera vez.

martes, 18 de julio de 2017

Tart, la pequeña gran perra


Ella, la cachorrita abandonada en un contenedor de basura y que fue llevada a la perrera, ha partido. A un cielo perruno, imagino,  donde los olores de la comida llenarán la trufa de su nariz, de sensaciones cálidas y amables.Todos los olores de la cocina, y del comedor eran su inspiración perpetua.

Mi hijo, de  diez años entonces,  se enamoró de su mirada hambrienta de mimos y pasó a formar parte de mi familia. Ya sé que cada uno siente que su perra es la mejor, o su gato, lo sé, pero sobrevivir a tres niños no es fácil, y ella lo hizo. Les hacía de portero o de jugador de fútbol, con el peligro de una pelota mayor que ella. Les quería salvar del mar y casi se ahogaba por querer que salieran del agua. Fue confidente de adolescentes y hasta ha conocido a las nuevas adquisiones de la familia, porque los niños crecen y se hacen hombres. Y buscan parejas que acepten a la mascota.

Y ha tenido una vida que no hubiera podido imaginar atada a la barra de un contenedor. Y nos ha dado una compañía inmejorable. Y hoy, tras un par de días de sufrimiento, y luchando por su vida, ha partido.

A esa mascota plasta, la preciada Tart

Hasta siempre Tart.